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La poeta
Bella Clara Ventura:
HIDALGO DE MI ALMA
1a Parte
... hacia Venta Prieta...
Al aterrizar el paso bienhadado en Bogotá después de
tenerlo regado por el hermoso México, que se le «
encorazona » en el alma a unos y a otros, me detengo con
la mirada puesta sobre mi pisada por el Estado de
Hidalgo. Sin duda fue andanza feliz y ampliada en
dimensión humana gracias a los compañeros que se
hicieron a la misma aventura de estar reunidos en el
Gran Encuentro Indígena Literario Latinoamericano, del
18 al 25 de Marzo, del que formó parte el III encuentro
Latinoamericano de Escritores, que terminó con una
maravillosa sorpresa en el Valle del Mezquital. Sitio de
clausura del evento bajo la magia del Atlante que se
enroscó en el pasado y nos hizo saber de su cultura.
Todo ello me salpicó la sensibilidad de vivencias que
aún no digiero bien pues son tantas y tan buenas que
falta tiempo para elaborar contenidos y conclusiones,
pero de a poco iré decantando lo experimentado desde
unas vísceras abiertas al conocimiento y a los verbos
dar y recibir. Hicieron de su acción un manantial de
posibilidades en el proceso de entrega sin ningún tipo
de prejuicios.
Bajo la generosa presidencia de María Cristina de la
Concha, innegable Quijota de las letras y la cultura en
general, se llevó a cabo este andar de hidalgos, que
fuimos todos al convertirnos en hidalguenses por una
semana de luna llena y de soles naranjas. Desde el DF,
lugar de inicio del periplo literario, fuimos conducidos
por un excelente conductor y amigo, José Luis, en una
“van” a Pachuca, capital del estado de Hidalgo, donde
nos recibieron con honores y aplausos. En un salón se
dio la buena intención de conocernos entre nosotros, ya
que éramos 13 internacionales de diversos países como:
Argentina, Brasil, Colombia, El Salvador, Perú, USA,
Venezuela y por supuesto varios escritores de México.
Abanico de nacionalidades se dieron cita para encontrar
en la voz literaria un llamado a la paz y cordura del
mundo, pasando por la sabiduría indígena que conoce de
cerca las reglas y leyes de la Naturaleza con sus furias
cuando el hombre abusa de ella.
Pachuca con su plaza monumental y el reloj, símbolo que
la habita abrió sus sonrisas a nuestra arribo para dejar
en sus bancos y habitantes el bouquet de nuestra
palabra. En la Fundación Arturo Herrera Cabañas se
estableció el cruce de atisbos del alma entre todos los
participantes bajo el manto del verso alado que nos
cobijó durante toda la tercera semana de Marzo.
En lo personal tuve una vivencia fuera de lo común, ya
que el director de la fundación informó a título de
cultura general que también en dicha capital existía una
comunidad judía, se me dijo judía-indígena. Me pudo la
curiosidad por ir tras las raíces y hacerme a un
conocimiento adicional. Conocer de cerca la historia de
esos judíos que se establecieron con hidalguía en
Hidalgo siglos atrás, me indujo a perseguirlos como
tesoro bendito. Como no encontré quien tuviera el mismo
interés en el tema, tomé un taxi sola, tal vez solamente
con mis demonios y ángeles interiores, hacia Venta
Prieta, una colonia en Pachuca retirada del centro.
Suelo « tirarme al ruedo », sin temor a las
consecuencias cuando algún llamado especial me hace
dirigir los pinitos hacia otras orillas donde quizá me
nutra de otra manera, como fue el caso de mi “pesca
milagrosa”. Hice como Sherlock Holmes a la caza de su
presa, iba sin más indicación que la de una comunidad
judía en Venta Prieta.
Luego de un trayecto de unos 20 minutos, que me
resultaron eternos, al haber sido víctima de sospechosas
referencias sobre la seguridad de irme sola con un
conductor desconocido (bien sabido es el riesgo que se
corre en cualquier parte de mundo sin ser Colombia ni
México la excepción), pasamos por varias avenidas y
puentes hasta abrazar nuestro destino final: Venta
Prieta. Inclusive el taxista me había preguntado: « ¿y
por qué anda tan solita? ». Ese tipo de preguntas causan
intranquilidad pero me sabía en buena vía para conseguir
un hallazgo espiritual, de esos que llevan bendición, o
por lo menos un halo diverso que da sosiego. Ya Venta
Prieta, el taxista le averiguó a un transeúnte: « ¿por
favor, dígame adónde queda la sinagoga ? ». El hombre de
facha pueblerina indicó que la iglesia quedaba a tres
cuadras más allá y que era una casa azul en una esquina.
Hacia ese lugar nos dirigimos convencida que al primer
intento daría con algún judío, como si fuera obvia mi
búsqueda. Frente a la fachada descrita, toqué a la
puerta sin obtener respuesta. Frustrada en intenciones,
me dirigí hacia una papelería justo enfrente, y pregunté
si alguien estaba en el lugar sagrado, obtuve como
contestación que solamente hasta dentro de 4 horas
aparecerían los del rezo. Entonces insistí que me
orientaran hacia un hogar judío. La vendedora me miró de
arriba a abajo como quien se pregunta: ¡qué diablos
querrá esta mujer con un cantadito extraño para
contactarse con algún judío sin importarle nombre ni
dirección del fulano en cuestión! Le sonreí con sonrisa
dominguera y plácida. Creo que atisbó en mi rostro la
imperiosa necesidad de lograr mi hazaña, y me indicó que
a 3 cuadras se hallaba la residencia de Rubén y sus dos
hermanos, también con nombres de pila bien judíos. Me
fui caminando con el apuro de un paso que no quiere
confusión.
Ante el portón timbré no sin cierto desespero pues no
anhelaba que se me escapara la oportunidad de
entrevistarme con judíos del barrio. Una voz inquirió,
« ¿quién es? ». Respondí : « soy una colombiana- judía
que busca conocer a gente de la comunidad judía de
aquí ». Un hombre maduro me hizo seguir hasta el jardín,
me devolví para cancelar el importe del taxi, segura de
que había dado con el buen paradero de mi odisea. Pagué
la carrera y despedí al taxista, quien ya había
conseguido otro cliente para fortuna propia. Volví sobre
mis pasos, y esta vez me recibió un hombre mayor, sin
ser anciano, que me hizo sentir inoportuna. Suplicante
le insistí que no podía echar por el suelo el sueño de
saber más sobre ellos, y que venía de muy lejos sin
rumbo exacto, además que acababa de despachar al chofer
y ya no tenía norte en mi mente, sólo el de conseguir
hablar con representantes de la comunidad judía de Venta
Prieta. Algo inquieto y desconfiado, me hizo saber que
para ello era indispensable una cita previa. En ese
momento sentí como un puñal en el pecho. Cómo se me iban
a esfumar mis ilusiones con una mala cara ante mi
llegada. « Lo lamento pero tengo invitados, es shabat,
día sagrado y no puedo atenderla », repuso verbalizando
su discurso con una actitud poco amable, al contradecir
el más elemental de los preceptos del judaísmo, que al
extranjero siempre se le recibe bien. Algo me decía que
el hombre se traía un guardado en su alma. Le ofrecí
disculpas por haber llegado sin previo aviso y contestó
con la inteligencia de quien conoce la condición humana,
« entonces estamos a la par ». Lo que traduje
mentalmente por: si usted es inoportuna y yo un tanto
descortés, ¡mis buenos motivos tendré! ». Me sentí
despedida y, antes de partir enredada en la frase le
supliqué que me informara sobre otra puerta para tocar.
Creo que en cierto punto le ablandé el corazón, ya que
no me vio mal vestida ni con ínfulas de pedir nada.
Suspiró y me dijo ya con aire más amistoso: « siga esta
cuadra hacia abajo como 3 calles y pregunte por los
Téllez ». Mi búsqueda se basaba en la terquedad de dar
con la Historia, cualquiera que fuera su procedencia.
Fui de aldabón en aldabón esperando que algún
Téllez fuera el indicado, sin obtener resultado. Tras
pasar por la presencia tres familias con dicho apellido,
que me dijeron ser conversos, al cuarto portón llegué a
pegarme al timbre. Sin respuesta. Desilusionada me
encaminé hacia la tienda de enfrente, una carnicería.
Indagué si en aquella casa amarilla vivía la familia
Téllez, y obtuve un sí con la cabeza. Dije: « pero nadie
abre ». « Insista que ahí están » fue la contestación de
la dependiente. Regresé con los bríos más subidos y
dispuesta a jugarme el todo por el todo. La puerta
recibió mis palmazos, pero sin eco alguno. Enfurecí el
puño y di mayor golpe, hasta que una voz femenina
inquirió: « ¿Quién es? ». Leí el tono y comprendí que
encubría un concepto, quién se atreve a tocar así. Con
voz bajita e indefensa respondí: « soy una judía
colombiana que viene a conocerlos ». Entreabrió la
puerta y vi a una señora bien vestida con su falda a
media pierna y un pañuelo que le cubría la cabeza. Supe
de inmediato que estaba frente a una dama religiosa o
por lo menos observante de las leyes de Moisés.
« Entra », invitó en tono generoso luego de observarme
de arriba hacia abajo, como quien detalla el objeto y le
da el visto bueno. Depositó la visión de sus ojos
inquisidores sobre los míos que se tornaron suplicantes
y claros. Le seguí el paso y me encontré en una sala
frente a una señora anciana en silla de ruedas pero con
la mirada bien firme y atractiva, una joven hermosa con
sus ojos sedosos y francos, (quien resultó ser la esposa
del rabino y nieta de la anciana), y 3 señoras de
mediana edad.
Todas me saludaron no sin cierta curiosidad. De
inmediato confesé que era colombo-mexicana, por tener
madre nacida en Puebla y padre surafricano con ancestros
turcos y griegos pero que nunca había vivido en México
sino en Colombia. Me hicieron sentir en confianza,
brindándome una silla y ofreciéndole a mi paladar
viandas kosher, aceptadas con agrado. Y les relaté lo
sucedido antes de llegar a ellas. Una lágrima traicionó
mi emoción además del esfuerzo, no sin alta dosis de
empeño que había tenido que librar para hacerme a la
visita inesperada. Escucharon atentamente mi historia,
pero yo en realidad iba tras la de ellas. Me contaron
que eran de los primeros judíos en llegar a México y que
se habían establecido en Hidalgo gracias a la buena
fortuna que tuvo esa región y a la bondad de la acogida.
Me hablaron de manera soterrada de una bendición que
acompañó sus pisadas. El rabino quien se encontraba en
reposo en otro cuarto hizo su aparición, y de inmediato
sentimos la cercanía de alma. Ya no era una extraña.
Me atreví a preguntar dónde estaban los judíos
indígenas. Se miraron entre ellos de manera sorpresiva.
Y ahí me dijeron: « por ello Rubén no quiso dar
declaraciones. Ciertas entrevistas concedidas las tornan
escandalosas, tal vez con la idea de vender más sus
reportajes pero no con la de hacer justicia a la verdad.
No somos indígenas sino puros sefardís llegados desde
España a finales del siglo XV », me aclaró la mujer que
me había permitido entrar a su hogar. Coincidía con el
día del festejo de Purim. Fecha y sitio indicados para
hablar de Ester y de la celebración de Purim,
conmemoración del pueblo judío por haber obtenido un
milagro: su salvación. Yo ya estaba a salvo en manos y
miradas amigas, que me devolvieron la seguridad de que
cuando se quiere algo con la fuerza del ser, se logran
las cosas al precio que sea desde el efecto de la
insistencia. Supe de ellos. Se sumaron a los afectos del
alma. Y siendo la hora del regreso como prometido,
retorné a Pachuca no sin antes recibir las consabidas
bendiciones de boca de cada uno.
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