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4.Oct.08
       
   

2o Encuentro Latinoamericano de Escritores

 
    Tulancingo 2008  
       
       
   

LA POESÍA BRONCA DE MAX ROJAS, “EL AULLANTE”

 

 
   

José Antonio Durand*

 
 
Con el apoyo de la Subsecretaría de Educación Pública del Gob. del Edo. de Hidalgo y del CUOH
Ganadores del concurso de niños y jóvenes
Un éxito el concurso de niños y jóvenes
 
2o y 3er Encuentros Latinoamericanos de Escritores
Tulancingo, Hgo., México, y Valdivia, Chile
 
Exposición del maestro Jesús Mora

y artistas invitados Fortino Oliver y Ricardo Castro

Galería Ricardo Garibay, miércoles 8, 8pm, hasta el 25 de octubre

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A Max Rojas se le conoce por su profunda vocación al sufrimiento. Parte de su ser de poeta está contenido en el libro El turno del aullante y otros poemas, que publicó Trilce Ediciones en su colección Tristán Lecoq, reuniendo dos libros de Max: El turno del aullante, de 1983 y Ser en la sombra, de 1986.

      A partir de dicha publicación el nombre de Max Rojas ha recorrido de arriba abajo los vericuetos del laberinto de las emociones, especialmente entre los jóvenes, quienes se reconocen como lectores de culto a Max: un poeta de sesenta y ocho años cuyos textos desvanecen todo abismo generacional en tanto la universalidad del sentimiento que su poesía expresa.

      Rojas se ha desempeñado como director del Museo-Casa de León Trosky (1994-1998), amén de un rosario de actividades de promoción a la cultura, en donde destaca su participación en la organización del Consejo de Fomento Cultural en Iztapalapa o el Circuito Museos del Sur, A. C., entre muchos otros.

      Actualmente es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte 2006-2009 y recientemente publicó Antología de cuerpos, Linaje Editores, con fragmentos de sus siete primeros libros de poesía.

      Su espíritu bohemio lo ha llevado de esta a aquella cantina y de uno a otro encuentro de escritores. Su participación en el Taller Permanente de Poesía Cartago, fue fundamental para la producción literaria de sus integrantes, varios de los cuales han obtenido diversos premios por sus obras de contundencia inobjetable.

      La poesía de Rojas es una invitación a aullar rompiendo el silencio y sembrando el dolor emitiendo múltiples gemidos en medio de aquellos recuerdos que nos hieren como hierro candente sobre la piel, inscribiendo en la carne viva la experiencia trunca de un encuentro que jamás llegó.

      Sus textos constituyen el tiempo de lobos y luna llena, el tiempo de escuchar el llanto y las quejas de un poeta que salió no tan ileso tras sobrevivir una larga temporada en el infierno.

      La colección de poemas que Max nos ofrece bajo el título de El turno del aullante y otros poemas entreteje vivencias personales de estricta intimidad, con textos que refieren una comprometida forma de pensar del ser que asume con inconformidad y rebeldía un sospechoso orden moral, que a la par denuncia y critica con fuerza y sin ambages como fórmula inequívoca del ejercicio intelectual del poeta verdadero.

      La furiosa seriedad que campea en sus escritos son una muestra elocuente de la intención que lega al género. Es, sin lugar a dudas, otra forma de entender esta carcajada llamada vida. Y si no, cómo podría entenderse que haya en su libro poemas que deben leerse a las 9:30 y más de la noche so pena de morir en el intento.

      En el contexto global de la conducta humana, “por hosco o burdo que sea el sentimiento, su transformación en palabra revela el esfuerzo cotidiano por domarlo y darle cauce como producto tramposamente neutro, para que no hiera, para que nos ablande el rencor” y perdonemos a nuestros deudores. Pero el poeta Rojas, de suyo iconoclasta, ateo irredento, no claudica ni otorga perdón alguno, y su poesía arremete para echar en cara la desfachatez de quienes se llevan todo, que lapidan el alma y devastan las paredes que contienen nuestros mejores sentimientos dejando en cambio solo escombros, pero no contentos con ello se llevan incluso los escombros para entonces, ahora sí, no dejarnos nada, absolutamente nada…

 

 

* Profesor de Humanidades y Presidente de la Academia de Extensión Universitaria y Difusión de la Cultura en la Facultad de Estudios Superiores Zaragoza, UNAM

 

     

 TRENOS

 

                V

 

Vinieron por el hueco

vinieron luego por la pared y los clavos

se llevaron ladrillo tras ladrillo

se llevaron los goznes

desmantelaron todo:

a pisotadas demolieron la escalera,

a puñetazos acabaron con los vidrios,

arrasaron con todo,

chamuscaron el pasto, pisotearon

tristísimos huesitos de paloma;

se llevaron el frío, se llevaron las últimas botellas,

se llevaron incluso la pared de enfrente,

se llevaron la cama y el montón de yerbas,

se llevaron la mesa y su montón de escombros,

se llevaron incluso los escombros,

arrasaron;

arremetieron después contra el silencio,

un gritadal dejaron en vez de aquel silencio,

deshilacharon más después mis alambradas,

sépase a mis puitas qué le hicieron,

pateáronme después mi fiel madero, mi astilla de querencias,

la dolorida armazón de donde cuelgan mis colgajos,

heláronme la voz heláronme la brasa,

se llevaron en fin, finada, a mi hosca huesa,

me llevaron a mí, me quedé solo,

di un traspiés, caí, caí hasta el fondo,

allí me derrumbé, me hice de herrumbre,

me puse a masticar mi triste hilacha,

pensé en llevar a hojalatear mis cuarteaduras

mejor me desistí, me eché un requiéscat,

un trago de mezcal,

cavé mi hueco

                                   crepité

                                                                                                          -concluye todo.

 

 

Y es con esa vacuidad transparente y fría contra la que Max contiende pluma en mano diestra, cigarro en la siniestra y una copa de ron en receso esperando que a este poeta le crezca una tercera mano para ser tomado. Pero hasta donde hoy se sabe Max Rojas solo cuenta con dos manos y una alma partida y ahora compartida en el brevísimo inventario al que nos hemos asomado para asombrarnos de la rudeza del poeta áspero, ríspido y profundamente humano en tanto que “nada de lo humano le es ajeno”. Y menos aún el dolor tan grande que produce el desamor.

      El psicoanálisis al que necesariamente obliga el libro, descubre al desengaño como razón profunda de toda tragedia y a veces habla el desencanto en ruego, con voz baja, murmurante, como plegaria pidiendo que vuelva la que se fue.

 

 

 

 

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