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Rinden homenaje a José Agustín más de 80 escritores
en el Encuentro Internacional de Escritores en Salvatierra, Guanajuato,
los días 2, 3 y 4 de febrero de este 2006, cuya mesa inaugural se dedicó
a la obra de este escritor de la onda.
A Jesús Cervantes y Pterocles Arenarius les tocó el
turno
de homenajear a José Agustín en la
mesa inaugural.
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José Agustín escribe
y la onda sigue y sigue*
por Pterocles
Arenarius
"¿A poco así también se puede escribir?",
me pregunté alguna vez que, hace más de un cuarto de siglo, me encontré
con un cuento de José Agustín, un tanto tardíamente, lo reconozco, en
una antología memorabilísima que hizo Gustavo Sáinz, Jaula de
palabras, cuya segunda edición data de 1980; tan se podía escribir
así que José Agustín, era un escritor ya para aquellos entonces,
plenamente consagrado como ícono, emblema, prototipo de los autores no
sólo jóvenes, sino los alivianados, los que habían roto con los
formalismos del lenguaje, los que consiguieran dar un aliento de
frescura a las expresiones literarias de este país, los que metieron el
rock y las "groserías", las drogas y el sexo digamos explícito, qué
rico, la rebeldía con causa y hasta sin ella, que también se vale. Y de
los que habitaron esa antología estaban emparentados casi todos como
descendientes de José Agustín o bien eran sus correligionarios aunque
algunos no lo aceptaran.
José Agustín es, a estas alturas,
una leyenda viviente de la literatura mexicana. En su momento llegó a
tener una influencia tan grande que todos los narradores jóvenes de
finales de los setenta y los ochenta, reconociéranlo o no, tuvieran
consciencia o no, de primera generación o de segunda, escribían,
escribíamos con una sensible influencia joseagustiniana. Y no sólo los
jóvenes, también los consagrados, los famosos, los reconocidos llegaron
a escribir con los modos y hasta los temas de José Agustín.
A largo plazo, los que empezamos
a escribir más tarde, y no lo digo por que sea joven, sino porque me
revelé (con uvé y también me rebelé, con be) como escritor tardíamente,
recibimos la influencia de José Agustín de segunda o capaz que hasta de
tercera generación.
En su momento lo que fue llamado
en aquellos entonces La Literatura de la Onda, tan traída y tan llevada,
de pronto tan denostada, de pronto tan acusada, a largo plazo terminó
por demostrar que ni era tan fácil ni era nada superficial; más bien
cumplía con el fenómeno que suele ocurrir cuando se impone una moda (en
la mejor acepción del concepto) y es el de que esa actitud --la que
enarboló José Agustín-- flotaba en el ambiente, era necesario, se pedía
a gritos. Lo cual es un don de los grandes hombres en cualquier ámbito.
Las leyes de Newton eran ya imprescindibles cuando el buen Isaac tuvo la
inspiración de proponerlas; la ley de la relatividad igualmente,
sintetiza lo que ya estaba en el aire, etcétera; así, cuando surge el
joven José Agustín y sorprende con De perfil, con Se está
haciendo tarde, o La tumba más un largo etcétera de novelas
que dejan pasmados tanto a los escritores como a los lectores e imbuidos
de un ánimo desbordante a sus fans. En ese sentido, lo que hizo José
Agustín sólo fue responderse a sí mismo, responder a las antenas mucho
más sutiles y sensibles que las de todos los escritores en boga en
aquellos tiempos. Una de las más grandes virtudes de un poeta, tener las
antenas bien paradas (sin albur) y muy sensibles. Y digo, a largo plazo,
en mayor o menor medida, todos escriben como José Agustín. Estoy seguro
que la influencia liberadora joseagustiniana se va a apreciar con su
real dimensión hasta dentro de muchos años; como dijo Thomas Stearns
Eliot, la influencia de los grandes poetas ocurre en el lenguaje y
afecta a todos los ciudadanos, aunque ni siquiera conozcan, ni por
nombre, a sus poetas (hablo en el sentido amplio de poeta). A mi corto
entender ha sido enorme tal influencia si bien la generó ampliamente en
los temas lo hizo aun más en la forma. El desparpajo, el buen humor, el
desmadre, las malamente llamadas malas palabras y hasta los chistes, la
absoluta ausencia de la hipocresía, un lenguaje muy al chilazo además de
divertido, la música que revolucionó al mundo, el rock; las sustancias
que hicieron delirar a una generación y han hecho pensar y filosofar a
las subsiguientes, las drogas; todo eso y más que de seguro se me escapa
son aportaciones de José Agustín (gracias a él, que es como decir
gracias a Newton caminan los carros), digo, gracias a José Agustín, hoy
es posible hablar usando los enlistados recursos y temas y seguir siendo
serio o más bien creíble, soltar una mentada de madre de indignación sin
que por ello se atrevan a descalificar tu discurso y más aun, se vale el
juego con el lenguaje y se habla con absoluta libertad y sin la ruca,
oscura, tétrica y pérfida solemnidad arrulladora y peor, hipócrita. En
el momento en que escribo este texto, en las finales horas del 2005
---hasta acá llega, sin duda la influencia sesentera joseagustiniana---,
entreverando los ratos de escribir con los de leer, me soplo un buen
artículo de Arturo Alcalde Justiniani en La Jornada y este autor,
con la mayor de las facilidades nos desea un feliz año 2006, tras
analizar las chingaderas que hizo el gobierno contra los salarios en el
año que termina y a la vez nos habla de que mientras escribe se está
bebiendo un sotol, la bebida regional de su patria chica y eso no le
resta la menor inteligencia a su estudio ni credibilidad a su discurso;
eso también es, de alguna manera, una influencia de José Agustín y
quienes lo acompañaron: la actitud; a partir de entonces se vale ser
mucho más sincero, nada de hipócrita, se puede hablar sin miedo de las
filias, de los apetitos triviales, de los amores a objetos y hasta a
otras entidades; en fin, ya no era necesario ser solemne, sobrio hasta
la aburrición, serio y adusto hasta la peor forma de la mamonez. Pues
sí, porque siendo tan sincero no es tan difícil caer en la mamonería, es
el gran riesgo, pero si tal actitud no está bien asumida los mamones que
se exhiban; es más, y finalmente, siempre habrá alguien a quien por
alguna razón le parezcamos mamones, ya lo dijo José Al-Freud Jiménez:
"No soy monedita de oro..."; finalmente la sinceridad, la espontaneidad
y, lo más importante, el candor salieron ganando. Y como corolario
extraemos una joya: la seriedad no es sinónimo de la verdad: viejo
artilugio (o mejor, artegio, como dicen los rateros que se llaman sus
trucos para robar), digo, el gran artegio de los políticos era la
seriedad para decir demenciales mentiras o salvajes sinvergüenzadas
haciendo una cara dura de solemnidad y de hombres inmensamente serios. Y
aquí, creo, aparece otro corolario, es decir, otra joya: nos urgía
encarecidamente hablarnos con la verdad; eliminar la simulación, evitar
la hipocresía, al menos entre los que somos como somos, entre los
alivianados, digámoslo en términos joseagustinianos. Yo estoy seguro que
gracias al desparpajo, al hecho de que el juego, el desmadre y la
actitud antisolemne no están reñidas con la inteligencia, hemos podido
desenmascarar a un sinnúmero de políticos hipócritas y rateros; el
propio José Agustín lo ha hecho y aquí quiero señalar, para terminar,
otra de las formidabes aportaciones de nuestro homenajeado, sus
extraordinarias Tragicomedias Mexicanas I, II y III; aquí José
Agustín se revela como un lúcido, ameno, inteligente, bien organizado y
bien documentado historiador. A las virtudes escriturales
joseagustinianas que se han anotado agréguensele una prodigiosa memoria
o bien su meticulosa y amplísima documentación; el orden, que le permite
hacer una crónica muy extensa de los múltiples ámbitos de la vida de
México, la prosa de gran sencillez y, sin embargo, de suma agudeza que
tiene además una flexibilidad que le permite ir introduciendo anécdotas
memorabilísimas en las que dejó desnudos a los próceres que nos
han gobernado desde el porfiriato hasta el salinato; los pone en su real
dimensión, pobres sujetos bastante apendejados o, dado el caso, inmundos
de perversión, siempre presas del delirio que a los pendejos produce el
poder y cuantimás un poder tan inmenso como el del presidente. Las
Tragicomedias, creo, son imprescindibles documentos para entender
México en este momento. Y estamos esperando con ansia la IV, sobre el
Zedillato y la inenarrable épica foxiana-panista cuya realidad desafía
al pacheco más desquiciado.
Con José Agustín, como con muchos
otros artistas o personajes me pasó como decimos acerca de las mujeres
más bellas, por ejemplo, alguna vez he dicho que la Megabizcocho, Regina
Orozco, es uno de mis grandes amores, nos amamos, sí, porque ella me
satisface brutalmente y yo le correspondo amándola como ella no se
imagina; claro, porque no lo sabe, pero es mi gran amor aunque no lo
sepa. Así con José Agustín, es uno de mis entrañables amigos desde hace
más de un cuarto de siglo y él no lo sabía. Bueno, en este momento ya lo
sabe. Antes de terminar quiero traer a cuento un momento muy importante
para mí. José Agustín tenía un programa de televisión, aunque no
recuerdo si era su programa o él era entrevistado por Agustín Ramos. En
fin, no importa, lo que importa es que José Agustín, mientras charlaban
sobre la muerte dijo algo que me dejó tan pasmado que no lo he olvidado
en veinte años. Y lo que dijo fue que en el momento de la muerte él
quería conservar la más completa lucidez para vivir a plenitud el
momento de dejar este mundo. Nunca lo había pensado y me impresionó que
así lo dijera un escritor tan "superficial".
Por último sólo quiero concluir
diciendo que José Agustín, en este momento, lejos de constituirse como
el venerable autor, el chamán de las letras, el maestro de
degeneraciones en degeneraciones, el infatigable luchador, el cronista
tan intachable como intransitable, lejos de asumirse como todo eso, que
lo es, sigue siendo un hombre por cuyas venas sigue recorriendo "un
encono de hormigas en sus venas voraces", para decirlo con un verso
lopezvelardiano, a José Agustín, al que tengo que proclamar y admitir
como uno de mis maestros, al reconocer mi fuerte componente
joseagustiniano, así pues y continuando, brindo "A la cálida vida que
transcurre canora/ A la invicta belleza que salva y que enamora", a tu
salud, mi querido José Agustín.
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Premio Mazatlán de Literatura 2005 por
Vida con mi viuda
Nació en Acapulco, Gro...
José Agustín presenta su hit parade de la
novela mexicana
Ciudades desiertas
José Agustín, el que conoce toda nuestra
historia reciente
La importancia de
llamarse José Agustín
Por Jesús Cervantes
En el año 95 del siglo próximo pasado,
mientras disfrutaba de una noche repleta de estrellas y cervezas en
algún lugar de la campiña del sur del Estado, escuchando a sus
satánicas majestades en el recién adquirido X-Sound de mi camarada
Fernando Loeza, hablábamos sobre aquella chica de grandes senos que
traía de cabeza a mi joven amigo. Nuestra amistad databa de pocos
años pero se había hecho muy honesta y sincera gracias a las
discusiones escatológicas sobre nuestras para entonces inciertas
existencias.
Fernando comentaba sobre la mejor forma
de conquistarla. Y mientras me decía todo aquello que la chica le
generaba en sus aceleradas hormonas, coincidíamos en que el paso
siguiente debería ser regalarle un libro de José Agustín. Fernando
prefería regalarle “Ciudades Desiertas”, situación que en definitiva,
me parecía un error, debido a las desagradables escenas que el
protagonista, algo servil, arrastrado y sufridor como algunos de los
aquí presentes, recibía de manos de su amada. Yo me inclinaba más bien
por “De Perfil”, al pensar que la chica tendría la oportunidad de
adentrarse en el drama psicológico de un tipo más o menos de su clase
y con situaciones muy semejantes y tendríamos una oportunidad de que
le hiciera caso a mi brother.
Pero, ¿por qué regalar un libro a una
chica para quien lo más importante era maltratar a mi camarada cada
vez que se le ponía enfrente, o usar los últimos adelantos de la moda
en materia de peinados de caché? Porque ambos sabíamos (o
creíamos) que la narrativa, la forma impactante de describir la vida
diaria en los libros de José Agustín sería lo que Fer necesitaba para
que la rubicunda chica que se daba aires de grandeza cayera redondita
en sus brazos. Se decidió que lo mejor era regalarle “De Perfil”, aún
más porque habíamos visto una edición muy bien cuidada en la librería
“El Bachiller”, y teníamos la posibilidad de adquirir el libro con un
pequeño enganche y cómodas mensualidades.
Después de esa noche en carretera, y
tras sufrir algún percance debido al exceso de cheves, Fernando
adquirió el libro y se dirigió majestuoso a la casa de la susodicha
para realizar la faena. Quince días después de aquel fin de semana, lo
encontré en un antro que se inauguraba por enésima ocasión debido a
las constantes broncas ahí ocurridas. “Quihubo Fer, ¿ya sales con la
Güera?”, pregunté. “Le regalé el libro, Maestro, y a la semana lo
único que respondió cuando le pedí que saliéramos fue Nope, mi
buen”.
José Agustín ha sido una de las
principales razones para muchos de los que hoy intentamos escribir
nuestras propias historias. De hecho, quien esto relata, al viajar por
vez primera al vecino país del norte, el único libro que llevé entre
mis ropas fue “Ciudades Desiertas”, y no sólo por el cariño que tenía
hacia el libro, sino porque me parecía la mejor forma de enfrentar un
mundo diferente al que hasta entonces había conocido.
En la escuela gringa, entre los muros
repletos de God Save America!, los discursos fascistas de Pete
Wilson y las miradas piadosas de Jane, mi maestra de literatura
americana, pasé a ser protagonista principal de mi curso al hablar de
José Agustín como pilar fundamental ( benchmark, me reclamaba
Jane) no de corrientes literarias, como entonces lo encajonaban cual
más de los sabiondos críticos nacionales, sino de vidas como la mía
que gustaba de la música de rock y que intentaba mediar entre el
american way of life y los plegones y devaneos de mis camaradas de
habitación que adoraban a Sandro de Ámerica, Vicente Fernández o
Nacoleón. Afortunadamente, mis batallas campales con mis paisanos se
acabaron cuando tuve oportunidad de compartir habitación con un par de
tipos de la más rara especie, un iraní y un rumano, que si bien no
compartían aún mis gustos, ni tampoco gustaban de entremeterse en tus
asuntos, sí eran lo suficiente tolerantes para conocer nuevos libros y
adentrarse en la nueva música clásica.
Cuando Pete Wilson volteó hacia los
mexican curious y les quitó la parte de beca académica que le
correspondía, muchos tuvimos que empeñarnos en los Denny’s, en
el night shift para intentar obtener el diploma escolar o de
plano, vendernos entre la fauna judía que ofrecía trabajo a cambio de
recomendaciones escolares. Ahí, contando bagels y sirviendo
grand slams, volví a encontrarme de frente con las escenas que
José Agustín me narró en “Ciudades Desiertas” y coincidí en que a
pesar de la distancia, algún día tendría que conocer al Maestro, a
este tipo que con años de anticipación, me había dicho por dónde
debería circular para lograr encontrarme con mi propia realidad.
Años más tarde encontré a José Agustín
en carne propia. Fue en la presentación del primer tomo de la
Tragicomedia Mexicana, en la ciudad de Guanajuato. El autor, con
firmeza, habló de su libro y mencionó todo aquello que sus seguidores
queríamos escuchar. A diferencia de los oficiosos dirigentes
culturales, José Agustín se interesó más en la gente que lo fue a
escuchar y en mi caso particular, a conocer, que en el protocolo que
le exigía posar entre los autores a sueldo del Instituto Estatal de
Cultura. Al finalizar el evento, y mientras era escoltado por los
nenúfares culturales, muchos nos quedamos con ganas siquiera de
estrechar su mano, pero nos dimos cuenta que el autor tenía que
cumplir con ciertos cánones. He seguido los libros de José Agustín con
un gusto especial. Lo hago porque cada vez encuentro una variante en
sus textos. Sin embargo, nunca he intentado siquiera emularlo. Y no lo
hago porque la obra del vate es incomparable.
Hoy, con un ánimo digno de aquellos años
de vida en la California donde los rusos eran recibidos como hijos
pródigos; con la animación de aquellos días donde las carnes
exuberantes de Jane me regocijaban durante las noches eternas en la
Bahía de San Francisco; con el recuerdo de los días de descanso
rechazando las ofertas de las prostitutas de la Main Street y
los alegatos con los paisanos que te intentaban vender mariguana en la
calle 10, recibimos en Salvatierra a un tipo que nos cambió la vida a
toda una generación de lectores, de aquellos que vimos en él al único
tipo de nuestro barrio que pudo describir la vida de los jóvenes de
clase media baja y que sin duda, nos llevó a encontrarnos con nuestros
destinos aún antes de iniciar el viaje.
José Agustín, bienvenido a esta tierra
que salva.
Por cierto, aquel ejemplar de “Ciudades
Desiertas” que durante tantos años cuidé, e incluso llegué a forrar,
acabó acurrucado entre los senos de Jane, con un acróstico infame de
mi parte que sin duda originó espasmos vomitivos a la enorme rubia
originaria de Montana y adoradora de Bukowski. Sin embargo, estoy
seguro que lo conserva muy cerca de su corazón, mejor dicho de su
alma, puesto que la Gringa tiene tatuado en su nalga izquierda el
nombre “José Agustín”.
José Agustín
volvió a recibir el aplauso al presentar de manera peculiar, pues lo
hizo a través de una “auto” entrevista referente a la forma en que fue
creada, su más reciente publicación Mi vida con mi viuda. |
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