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Rogelio Treviño
en el
II Encuentro Internacional de
Escritores
de
la Unión Estatal de Escritores Veracruzanos UEEV
por
Cristina de la Concha
En el puerto de Veracruz se celebró
esta fiesta de lecturas, de voces y literatura, el
II Encuentro Internacional de Escritores de la Unión
de Escritores Veracruzanos, pero una voz nos sorprendió.
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Me compró un boleto para la Rifa de
Tulancingo cultural que apenas organizaba. No lo conocía. Le contaba
a Félix sobre la rifa de un giclée de Agustín Vargas por reunir dinero para cubrir el pago del nuevo servidor de la página,
cuando escuché "yo te compro un boleto", lo que me sorprendió ante
la usual reticencia con la que una se topa al hacer rifas, aun
cuando sean para una buena causa. María Guadarrama, su paisana, me
dijo: "así es él". |
Identificación en el encuentro.
Amanecieron juntos, pues les había tocado compartir habitación,
arribaron al puerto uno por la noche del jueves y, horas después, el
otro.
Y ahí se encontraron, y continuaron juntos, Rogelio y Félix. Y hablaron y hablaron, transcurrió el primer día, la primera noche
sin pegar los párpados, el segundo día y el tercero, y hablaban y
hablaban. Félix no se cansaba y Rogelio lucía fresco, las letras, la
poesía, la vida quizás los tenía muy entretenidos, había mucho qué
decir.
Yo me uní mientras no me cansaba,
María, por algunos ratos. Dejábamos la sala para ir a fumar, aunque
Félix en realidad no fuma tanto, era un pretexto para seguir
hablando con Rogelio que se acomedía a traer café para los tres,
otras veces, Félix, y reciclábamos nuestros vasos de unicel, en una
ocasión una botella de agua sirvió a Rogelio, según me lo refirió Félix,
en una de esas madrugadas en que ya no había café en ningún lado, la
usó para prepararse uno de un sobre que llevaba en su
bolsillo. En
algún momento, cuestioné que en las mesas de lectura no se hiciera
mención de lo que acontecía a nuestro país, aunque fuera una sola frase,
una dedicatoria, una alusión, y les propuse hacerlo. Yo ignoraba
quién era Rogelio. |
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María Guadarrama, Rogelio Treviño y
Félix Pacheco. |
Pero por fin, le tocó leer; nos
correspondían diez minutos a cada uno de los participantes. No sé
cuánto leyó él, seguramente más, él lo había advertido pidiendo que
lo pararan. Nadie lo detuvo. En la sala, su poesía fue creando una
masa de energía que nos envolvió y absortos lo escuchamos. Los
minutos transcurrieron sin percatarnos, queríamos oír más. Con-movió
hasta lo más recóndito, su verso hurgó en las fibras más profundas.
Mi mentón temblaba y cuando me di cuenta, unas lágrimas ya
escurrían por mi cara.
"Chihuahua, te quiero", fue su nota final y los presentes
aplaudimos, algunos se levantaron para continuar su aplauso
apoteósico aclamando al poeta, al hermano chihuahuense, al maestro.
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