Tulancingo cultural tras los tules... Tulancingo, Hidalgo, México |
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Convivencia con... ANOCHECÍ OTRA VEZ ENTRE TUS VERSOS (una tarde dedicada a Delia Cabrera y Gustavo Ponce) por Jorge Enrique Escalona del Moral fotos: Luz Jaimes
Al contemplarme en el espejo me doy cuenta de que ya sólo soy recuerdo y el recuerdo que de mí se tenga Elena Garro Yo no sufro de locura la disfruto a cada momento Les Luthiers
Hago pan con las palabras y vago por las calles, dueño de la noche y de sus frutos Saúl Juárez
¡Aaaaaaarrancan…! “Ora es cuando chile verde le has de dar sabor al caldo”, pensamos José Antonio, Rodolfo y yo, cuando fuimos por la comida para la primera tertulia literaria “Conviviendo con…”, que esta ocasión reconocía la creatividad de dos poetas: Delia Cabrera Marky y Gustavo Ponce Maldonado. Después de depositar las cazuelas de guisados en los dos autos, José Antonio Durand dijo ustedes me siguen, y aceleró en su auto color plata, mientras Rodolfo, al volante de su neón me dijo ese Durand parece que va a recibir herencia, es tan absoluto. Al llegar a Calzada de Tlalpan, lo perdimos por la cantidad de tránsito; allá va mencionó Rodolfo, pero nos dimos cuenta de que ese no era y de que a nuestro alrededor había al menos seis automóviles plateados, como si se hubieran puesto de acuerdo para confundirnos. Poco a poco, siguiendo a uno y luego a otro para identificar cuál manejaba José Antonio, logramos alcanzarlo y lo seguimos muy de cerca, como si los coches estuvieran a punto de copular. En esos momentos, el neón ya olía a guisados, seguramente con tanta vuelta alguno se había desparramado. Por fin, llegamos a la casa de Gustavo Ponce. La carpa con mesas y sillas ya estaba puesta en el jardín de la casa. Rápidamente bajamos las cazuelas que contenían rajas con crema, cochinita pibil, tinga de res, pollo con mole, ensalada verde y arroz (sin huevo cocido, pues ustedes saben lo inalcanzable de su costo en estos días) y un garrafón de agua de guayaba, que se complementaba con refrescos y unas botellas de Ron, tequila y whisky (éste último cortesía del poeta Alejandro Joel). Detrás de la mesa de honor pegamos las fotos grandes de los poetas con un fragmento de su obra, para recordar que eran eso: POETAS, (ya lo escribió Jaime Sabines “… en la calle nadie, y en la casa menos: nadie se da cuenta de que es un poeta. ¿Por qué los poetas no tienen una estrella en la frente, o un resplandor visible, o un rayo que les salga de las orejas?”). Los demás invitados esperaban en la sala, quienes salieron rápidamente para ocupar lugares. Los comensales se miraban unos a otros esperando que les sirvieran, pero José Antonio elevó su característica voz y exclamó “se les avisa que la comida es autoservicio: cada quien debe tomar su plato y servirse los tacos o guisados que quieran” y, como si hubieran dado la señal de “aaaaaarrrrancan”, nos acercamos hambrientos a la comida. Cada bocado sabía riquísimo, algunos miraban varias de las plantas que llevó Delia para regalar y como entre ellas había epazote y cebollín, se imaginaban que una ramita le daría más sabor, pero saaaabor era el que lo ponía Gumersindo Arredondo, quien tocaba el sax, y con música ambiental acompañaba la comilona; pasaron unos minutos y el ritmo se tornó más alegre y algunos comensales se levantaron a bailar con gozo (híjole y este lugar no tiene licencia de antro, susurró preocupado José Antonio, mientras mordía un taco de cochinita); mientras dos edecanes, que ya habían llegado, servían un delicioso flan, elaborado por Chelo Boom. Se escucharon dos melodías más y se anunció el momento esperado: la charla con Delia y Gustavo. Lucharááááán a dos de tres metáforas… José Antonio Durand sacó de una bolsa de plástico negra, que contenía vasos desechables usados, tres platos que equivocadamente tiraron en ese recipiente, pues olvidó aclarar que esos platos y los vasos que pusimos en la mesa junto a las cazuelas tenían que devolverse; y pese a que, entre mordida y mordida (de taco, claro está), vigilaba que no los echarán a la bolsa de basura, alguno se le escapó. Después se limpió las manos, sacudió su camisa y tomó el micrófono para presentar a quienes ocupábamos la mesa de honor: Delia y Gustavo, acompañados de Rodolfo Cisneros y este narrador, quienes nos encargaríamos de charlar con ellos. Los poetas prepararon sus armas: ella sacó de su bolso dos plaquetas que escurrían poemas y se las mostró a Rodolfo, mientras Gustavo acercaba su portafolio lleno de metáforas. Rodolfo Cisneros, bebió un poco de agua, imaginó que era mezcal oaxaqueño, aclaró su voz tezoateca e hizo una semblanza de Delia Cabrera Marky: Peruana radicada en México, mujer creativa, diseñadora de moda étnica, artesana, habitante de Xochimilco, egresada de la carrera de Relaciones Internacionales en la UNAM, madre, abuela, con la luna en sus manos y en su memoria las enseñanzas del poeta chiapaneco Juan Bañuelos. Después, me correspondió presentar la trayectoria de Gustavo Ponce Maldonado, que tuve que recortar pues la lectura de su semblanza me hubiera llevado varios minutos: Mexicano, Diplomado del “Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia INBA CONACULTA”, con tres libros de poesía publicados, incluido en más de veinte libros de antologías, la mayoría editados por la UNAM, ganador de varios premios, jurado en concursos literarios, miembro de la Academia de Extensión Universitaria y Difusión de la Cultura de la FES Zaragoza-UNAM, padre, esposo, amigo, con la noche en sus manos y en sus versos el recuerdo de lo aprendido con el poeta chiapaneco Juan Bañuelos.
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C onvivencia con los poetas Gustavo Ponce y Delia Cabrera
Dos tipos de cuidado… Y comenzó el eco de los poetas. Con la mirada atenta, los invitados fuimos testigos de la cascada de versos que brotaron de esas voces: como un duelo en el viejo oeste, Gustavo Ponce y Delia Cabrera alternaban la lectura de poemas: los invitados sorbían el aromático café, el delicioso vino o la refrescante bebida y sus sentidos eran envueltos por la magia de lo poético: “Llevas el ritmo del mar en el latir de tu pulso…” leyó Delia; “De fiesta la poesía, viste de etiqueta a la palabra, con los mejores adjetivos…” expresó Gustavo, “Para que descifres el misterio de tu cuerpo, con espinas peina tus cabellos…” dijo ella; “Me sumerjo en caricias y besos mutilados “ agregó él; nos compartieron aspectos de su infancia, de sus recuerdos; Delia habló de la luna, de César Vallejo, de la maternidad y compartió un poema dedicado a su madre, que emocionó a los asistentes. Gustavo Ponce nos compartió cómo era su proceso creativo, nos deleitó con anécdotas: gustoso narró cómo surgió el mote de “El gato rojo”: “porque en la preparatoria siempre caía parado y por rojillo”, además de la emoción que le causa asistir a las escuelas cuando lo invitan a compartir su poesía con los adolescentes y jóvenes. José Antonio Durand se levantó, tomó nuevamente el micrófono y leyó el relato “Los chicos malos de Peralvillo” de Gustavo Ponce; conforme avanzaba la narración las risas crecían y finalizaron con un aplauso al término del relato (por el gusto del mismo, no porque haya concluido). Entonces de la mesa donde se encontraba la hija, la nieta y el nieto de Delia, se levantó éste último a una invitación de la poeta, quien explicó que le había escrito un poema a él en su niñez (del nieto, no de Delia) y le pidió leerlo, el adolescente nos compartió “mi príncipe azul” que también fue coronado por un aplauso. Después, cada uno de los invitados dirigió unas palabras a los poetas, para, después de un emotivo aplauso, entregarles regalos: la mesa se llenó, entre otros objetos de libros, artesanías, botellas de oporto, chocolates y un estuche de maquillaje (para Delia, claro está). Tu retrato lo llevo en mi cartera… No podían faltar las fotos: clic, clic, clic, primero quienes estábamos en la mesa de honor posamos para las fotografías, después varios de los asistentes se acercaron para ser retratados con los protagonistas de la tarde, mientras otros aceptaban de las plantas que Delia llevó para obsequiaba. Clic, clic clic y Gustavo sonreía y abrazaba, con su calidez característica, a cada uno de quienes se acercaban a saludarlo; clic, clic y Luz Jaimes apretaba el botón de la cámara para atrapar esos instantes; clic clic y ahí estaban los rostros amigables de los escritores Cristina de la Concha, Jorge Quintanar, Joel Hernández y Maribel García; del Licenciado Mauro Jiménez, de Robert y Jann Gates y de Juan Roberto Morales y su esposa; clic, clic, clic y las escritoras María Eugenia Rodríguez, Ángeles Gaos y Gloria Pérez mostraban su alegría. Clic, clic, clic y Delia Cabrera, risueña, modelaba para la sesión de fotografías que le tomaba Luz Jaimes.
Anochecí otra vez entre… Junto al crepúsculo llegó la lluvia, poco a poco nos fuimos despidiendo, con el regocijo que produce convivir, encontrarse con los amigos, con la amabilidad de la familia Ponce y sobre todo con la literatura. El arte, dice Luis Nishizawa, cobija a la humanidad; así, cada quien retornó a su hogar muy cobijado y con la invitación a la siguiente tertulia a fines del mes de octubre.
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