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17.Dic.14

 
             
 

 

 
     
     
     
     
     
     
   
   
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Enrique González Rojo: Roberto López Moreno, el desparpajo trascendente

 

El viejo amigo y compañero de luchas de José Revueltas, poeta y filósofo, nos explica por qué ve en el poeta chiapaneco, López Moreno, a un autor que trascenderá.

RLM es un polígrafo, un escritor de tiempo completo. Ha escrito cuentos, ensayos, reseñas y ha sido un viejo y pertinaz periodista. Pero más que nada es, a mi entender, un poeta y un poeta sorprendente. Por falta de tiempo, no voy a hablar aquí sino del poeta. Pero no quiero continuar mi intervención, sin expresar mi deseo de que esta celebración sirva para que las nuevas generaciones de críticos empiecen a analizar su obra que es voluminosa, compleja y que se resiste a ser clasificada sobre la rodilla.

Para abordar la producción de un poeta importante pienso que hay que tener en cuenta, antes que nada, dos factores: el estilo y el mensaje. El estilo es el hombre, decía el clásico. Es el modus operandi, la manera de, la forma muy personal de tenérselas que ver con la poiesis. Es algo, pues, tan circunstancial como la vida del escritor. El mensaje –síntesis de contenido y forma- es lo que “se dice” con el estilo. Y yo subrayaría dos cosas que le pueden pasar al mensaje: que transcienda al escritor y se vuelva permanente, inmemorial o que, absorbido por su momento, no logre ser acogido en los brazos de la señora posteridad.

Descripción: lopez-moreno

Roberto López Moreno

Si nos preguntamos ¿por qué, en ocasiones, el mensaje puede liberarse del tiempo? La respuesta no podemos hallarla sino en la inspiración, el talento, la creatividad, que son otros nombres del estilo. El estilo es entonces la conditio del mensaje trascendente o intrascendente.

Después de quemarme las pestañas leyendo a RLM llego a la conclusión -–y voy a explicar a continuación la razón de ello– de que el personal estilo de este poeta chiapaneco va a lograr el milagro de la trascendencia.

Antes de aclarar el sentido de esta afirmación, creo adecuado hacer notar que el mensaje-modelado-por-un-estilo puede ser predominantemente formalista o preeminentemente social o ambas cosas. Aclaración que permite decir que nuestro poeta va a lograr la mencionada trascendencia, ya que se mueve con igual soltura en el significante de la conformación y en el significado de la comunicación.

Veamos por qué. Lo primero que me llama la atención en De la obra poética de RLM –donde reúne 15 de los títulos de su poesía- es el desparpajo con que escribe. Desparpajo que es para mí la síntesis de la audacia y la espontaneidad. Me atrevería a decir que hay aquí, como en los surrealistas, un cierto automatismo; pero no, como en ellos, donde el personaje central es el inconsciente, sino donde juega ese rol la conciencia, si esto es posible, lo cual habla de una envidiable capacidad asociativa. No es una poesía modosa y recoleta, sino un torrente de palabras, imágenes y figuras poéticas con la exuberancia que caracteriza a las selvas de su patria chica. Este desparpajo se da aunado a un afán de búsqueda de lo nuevo, lo insólito, lo original. Pero no se trata de una “avidez de novedades” sobreimpuesta y artificiosa, sino que fluye de manera natural como un rasgo específico del estro armónico del poeta. Lo primero que este afán decide cambiar, lo que está más a la mano, son las palabras. Un espíritu inquieto como el de RLM no puede respetarlas y ser un conformista miembro de número de la gramática tradicional. De ahí que en su “Verbario” (alocución que recuerda el “Palabrario” de nuestra querida Norma Bazúa) haya neologismos como “vociferomanotear”, “isadorar” y tantos otros. De ahí, asimismo, que los juegos de palabras sean el pan nuestro de casi todos los poemas. Sirvan de botón de muestra estos dos: “Silvestre en las revueltas de la música” y “sonetos son netos sonidos”. Cuando la metamorfosis es el primer mandamiento del demiurgo, todo puede sufrir un vuelco y la imaginación lucir su musculatura. Pongo un caso. Sólo a RLM se le podría ocurrir mostrarnos, a la mitad de un poema, una fingida conversación entre el poeta Juan Bautista Villaseca –excelente portaliras rescatado por Roberto- y Lezama Lima. Y algo más sorpresivo: únicamente Roberto trasmite, imita, parodia, un soneto “gañeñe”, es decir hecho en el lenguaje cavernario con que, como le consta a Arturo González Cosío, nos comunicábamos los poeticistas.

Pero estos extremos de la búsqueda de lo insólito no son ni lo predominante ni lo más característico de Roberto. Aunque forman parte de su lúcido proyecto de metamorfosis, no pueden compararse con los largos pasajes en que campea, desnuda, la poesía.

Hay poetas que cultivan, respondiendo a diversas razones, las concebidas dos “maneras” del quehacer literario: la culta y la popular, como Góngora, Gorostiza o mi padre. A veces escriben de una manera y en una tesitura, otras de diferente modo y con distinta voz. RLM hace las dos cosas, las entrevera y amalgama. También hay poetas que tienen predilección por el poema largo y hallan en él su más idónea forma de expresarse –como Góngora, Sor Juana, Valéry, Ezra Pound, etc.-, mientras otros prefieren el poema sintético, que conviene más a su estilo y temperamento –como los hai-ku (desde Tablada y Monterde hasta González Cosío- o como los poemínimos de Efraín Huerta. RLM de nuevo hace ambas cosas y se mueve como pez en el agua tanto en los poemas de considerables dimensiones (como en los “Poemurales”), cuanto en los pequeños que, diríamos, se pueden leer a la luz de una luciérnaga (como los “alburemas”). Por cierto, es importante subrayar que la poesía mexicana debe a Roberto la creación de este par de géneros poemáticos, que se contraponen en tamaño, carácter e intención. Los “poemurales” se alejan deliberadamente de los poemas líricos acotados e individualistas, como los murales de los grandes muralistas mexicanos dejan atrás la pintura de caballete. Los “alburemas”, que son un panegírico a la picardía, rescatan el habla popular y la elevan al modus operandi del quehacer poético.

Poeta multifacético, RLM muestra su versatilidad no sólo en los aspectos líricos que he descrito, sino en el dominio incuestionable de todas las técnicas tradicionales y modernas de la práctica lírica. Lo mismo confecciona sonetos que décimas (las lezámicas), el verso clásico y el verso libre. Es, pues, un indudable y sólido maestro en los aspectos puramente técnicos del entramado lírico.

Roberto, por otro lado, tiene un profundo amor por la naturaleza. No es, sin embargo, un paisajista. Se acerca siempre a la realidad natural antropomorfizándola, con una percepción inquisitiva y una inocultable actitud filosófica. Hace todo eso, afortunadamente, bajo los auspicios de Erato o de Polimnia. Veamos. Vuelve los ojos hacia arriba y encuentra que “un relámpago se ahoga en su propia sorpresa”. Sintoniza su atención y descubre una parvada de “pájaros que gritan al viento/jeroglíficos sonoros”. Sospecha entonces que existe una “ortografía del viento” que es necesario descifrar. Torna los ojos hacia abajo y da con un caimán que “paladea el idioma de la gula” o con un riachuelo que camina con dificultad, poco a poco, lo cual le hace decir bellamente: “El río no se va, avanza/tan sólo una lágrima”. Lleva los ojos hacia abajo, decía yo. Pero al hacerlo no cesa de encontrar la poesía, el hombre y el misterio en las formaciones físicas: “Si levantás una piedra –dice- ahí está Sabines” y no deja de advertir cómo la sociedad va domesticando a la naturaleza: “El tigre de su jungla deja un gajo de él/maullando sobre el sofá”. Para tener una visión conjunta de las cosas, lleva la vista primero de arriba abajo, con lo que cae en cuenta –lo dice con una expresión emotiva y exacta- de “las azules leyes de gravedad”, y después de abajo arriba, con lo que rememora los saurios que “se convierten en pájaros, para que la tierra vuele” y columbra cómo “cuatro zopilotes se elevan/para inventar de nuevo/los puntos cardinales”.

El entorno natural no deja de generar en RLM inquietudes que he llamado filosóficas y es que él, que se considera “un pequeño manojito de asombros”, sabe en su fuero interno “que no hay tiempo para aprender el idioma de las piedras”.

Como lo hace con sus miradas a la naturaleza –en que echa mano de imágenes precisas y brillantes-, Roberto se enfrenta a todo tipo de temas: musicales (por ejemplo la espléndida descripción de la guitarra, el recorrido por las compositoras importantes o la exultación de la V sinfonía de Shostakovich), filosóficos (verbigracia el breve poema que corre así: “Pero qué es un hombre,/nada/comparado con el infinito/y todo/comparado con la nada./Viene a ser entonces/el punto medio/entre la nada y el todo”), literarios (en particular sus intencionados y sugerentes poemas sobre el Quijote), sociales y políticos (que se cuidan de no caer en la obviedad y chabacanería de lo panfletario) y finalmente amorosos (que lo llevan al extremo de desear “beber el agua que lamió tu cuerpo/durante el baño”).

RLM pertenece a lo que podríamos llamar la tercera generación de poetas importantes chiapanecos del siglo XX- Jaime Sabines viene al mundo en la década de los veintes (nació en 1925 en Tuxtla Gutiérrez). Juan Bañuelos y Oscar Olviva nacieron en 1932 y 1938 respectivamente, también en Tuxtla Gutiérrez. Ellos y sus compañeros de generación –que no son chiapanecos- nacen en la década de los treinta, y RLM –que vio la luz en Huixtla en 1942- corresponde a la década de los cuarenta. Si tomamos en cuenta la lúcida aseveración de Julio Cortazar de que: “Me parece absurdo el escritor que hereda el lenguaje de su generación anterior y de la tradición y escribe siempre dentro de los mismos moldes usando la misma adjetivación, la misma forma, el mismo estilo”. Nos es dable asentar que ni Sabines ni los “espigos” son conservadores y conformistas en relación con el modus discendi o con el lenguaje que ponen a cantar. Pero soy de la opinión de que ninguno trae consigo una subversión idiomática del alcance y el carácter de la de Roberto ya que él, deliberada y sistemáticamente, nunca usa la misma adjetivación, la misma forma o el mismo estilo que la tradición o la generación que lo antecede. Al igual que los poetas chiapanecos que lo precedieron, Roberto no es sólo un poeta importante, significativo e insoslayable de su estado, sino que también lo es, o acabará por serlo, de México en su conjunto. No es un escritor que pertenezca a un grupo afín o a una generación más o menos estructurada como pueden ser los modernistas, los contemporáneos, los “espigos” o los poeticistas, sino una voz solitaria, personal, irremplazable. Pero la soledad o el aislamiento productivo están lejos de impedir que todas las creaciones, queriéndolo o no sus artífices, reciban la influencia fecundadora de múltiples factores. De ahí que el gran novelista paraguayo Roa Bastos haya escrito que: “Mi concepción de la literatura es justamente que nosotros lo que hacemos es dar forma, a través de una obra escrita, a todos los estímulos de los sentimientos, del subconsciente colectivo, de la tradición oral y de la escrita”.

Por todo lo anterior, vuelvo al deseo, expuesto al principio de esta intervención, de que esta celebración sirva para que los jóvenes lean con cuidado, con amor, una obra del temple y la riqueza de la de Roberto. Sé que un poeta con tan amplio diapasón creativo, aunado a la audacia en la expresión y a una sensibilidad que le brota por todos los poros, se tiene que imponer a la larga en la cultura nacional y saltar del conocimiento –del que ya goza- al reconocimiento que merece.

Aunque la poesía de RLM va acabar por imponerse (ya que tiene la fuerza y los méritos para hacerlo) creo que es un deber de quienes hemos tenido el privilegio de comprender su valía, coadyuvar al aceleramiento de este proceso de evaluación y a que Roberto ocupe lo más pronto posible el lugar de gran poeta que le corresponde. Este deseo, con que termino mi alocución, va acompañado por algo que me niego a que se quede en el tintero: mi calurosa felicitación por este homenaje que tanto te mereces, mi querido Roberto.

 
             

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