(Leído en el Palacio de Bellas Artes)
La obra literaria de Roberto López Moreno ha tenido una
recepción compleja, aunque aún insuficiente en relación
con la atención que requeriría: por un lado, una
producción tan prolífica no ha sido leída ni estudiada
por la crítica con el interés y la profundidad que
merece; pero, por otra parte, hay diversos testimonios,
lecturas y acercamientos a su obra de un grupo nutrido
de poetas y críticos que han intentado empezar a
cartografiar y apuntar algunos de sus rasgos más
acusados, y cito ahora un pequeño compendio de
muestra:
Enrique González Rojo Arthur, amigo y compañero
en múltiples caminos de López Moreno, ha dicho sobre
este último que “el personal estilo de este poeta
chiapaneco va a lograr el milagro de la trascendencia”,
y afirma que este poeta “muestra su versatilidad […] en
el dominio incuestionable de todas las técnicas
tradicionales y modernas de la práctica lírica”. Por su
parte, Arturo González Cosío señala que “su temática es
rica en afanes estéticos y en reciedumbre ideológica [y]
recorre una escala tan variable que va de la canción
popular o el albur, hasta el inusitado arrojo de textos
extremadamente experimentales.”
A la par de estos
testimonios, es de destacar que no solo la gente más
cercana en términos generacionales a López Moreno se ha
preocupado por leerlo, sino que autores y críticos de
generaciones más recientes lo hemos leído con asombro y
entusiasmo. Adriana Tafoya, por ejemplo, menciona la
importancia que la lectura del autor hoy homenajeado ha
tenido para las generaciones siguientes: “su obra
mantiene esa frescura que ha influido, sea ya de manera
directa o indirecta, en poetas ya reconocidos como
Ricardo Castillo, Ángel Carlos Sánchez y Jeremías
Marquines, así como en poetas más jóvenes, por mencionar
a otros, Rocío Cerón, Eduardo Ribé, Esaú Corona, Balam
Rodrigo y Yaxkin Melchy. Sea por la mnemotecnia versal,
por el carácter combativo del poema, o por la compleja
experimentación del verso, sea por la inclusión de
partituras como parte del cuerpo de un poema, por la
onomatopeya o el calambur como una constante musical,
por la peculiar estética “chiapaneca” de su poesía, o
por sumar al texto lenguajes matemáticos, la poesía
lopezmoreniana es, no sólo de una vigencia sorprendente,
sino que en muchos sentidos es una obra que está trazada
para sobrevivir en la boca de los futuros poetas, en el
canto de los juglares de otras generaciones, y no
únicamente en las bibliotecas.”
Yo mismo, cuando tuve el privilegio de realizar el
estudio introductorio de la edición más reciente de
Morada del Colibrí, uno de los libros fundamentales
dentro de su producción poética, editado en 2015 por
Malpaís ediciones dentro de la colección Archivo Negro
de la Poesía Mexicana, intenté enfatizar la importancia
de su obra dentro de la tradición poética no solo
mexicana, sino latinoamericana. En aquel momento
escribí, y lo reafirmo ahora, que "la obra de López
Moreno dialoga con la tradición poética latinoamericana
toda, y eso incluye la mexicana, pero no desde el
servilismo o la imitación superflua de moldes, sino
desde la capacidad para reorganizar dicha tradición en
el contexto de su propia poesía, y eso, insistimos, es
algo poco frecuente en la poesía mexicana, por lo que la
lectura de su obra exige una mirada más amplia que la
tradicionalmente empleada para examinarla.”
Si me he detenido con algún detalle en citar diversas
lecturas (apenas unas cuantas entre las posibles,
abundantes sí, pero aún no suficientes) que la obra del
maestro López Moreno ha recibido, es porque me interesa
llamar la atención sobre un hecho innegable: las ideas
anteriores convergen en un aserto cuya veracidad, estoy
seguro, es compartida por todos sus lectores: el caudal
de su obra, su exuberancia temática y formal, su extenso
registro lingüístico, su voluntad de experimentación -en
el sentido más noble del término-, su búsqueda
permanente por ampliar los límites del texto poético (en
sentido material y metafórico), entre muchas otras, son
algunas de las características que ya hemos reconocido
en su obra, características que son punto de partida
para adentrarse en la lectura gozosa, sí, como toda gran
poesía merece en primera instancia, pero también en el
ahondamiento y estudio crítico que aún le debemos a este
proyecto literario de envergadura mayor.
Y hablo ahora
de proyecto literario en un sentido concreto: estoy
convencido que la producción poética de López Moreno no
es la sucesión de poemas o libros publicados de manera
aislada con intenciones diversas, según los estados de
ánimo o las edades del poeta; por el contrario, creo que
toda su poesía corresponde a una misma intencionalidad
que, quizá, exceda la conciencia de su autor. Me
explico: desde un libro temprano como Trilogía entre la
sal y el fuego, hasta sus publicaciones más recientes,
como E=mc2 o A Revueltas Treceadas, hay conexiones
diversas que intersectan cada texto y lo hacen converger
en el marco más amplio de su teoría poética denominada
“Poemuralismo” y su consecuencia práctica, el Laconismo
(nótense la dialéctica implícita del proyecto). En otras
palabras, es posible reconocer los temas y las formas,
múltiples sí, pero constantes que habitan la obra toda
de López Moreno (apuntadas en las citas con las que
inicié mi intervención) y reconocer en ellas la “unidad
en la variedad” aristotélica, concepto que el propio
poeta emplea para explicar la intencionalidad de sus
poemurales.
Esta idea de “proyecto literario” que he
enunciado, no se circunscribe solo al aspecto formal y
estructural. Es necesario también observar el compromiso
social explícito, en sentido extenso, que recorre toda
su poesía: la política, la historia, el activismo
social, pero también la música, la pintura, el amor, la
naturaleza; toda la realidad está allí, presente.
Nuestro poeta homenajeado habla de la vida toda porque
ella misma recorre sus palabras y sus acciones. Es de
todos conocida su militancia en las más diversas causas
de índole político, artístico y cultural, así que sólo
apuntaré ahora al respecto que, en época de
descreimientos y desconfianzas ideológicas, es de
celebrar la existencia de una obra poética que, además
de las complejidades enunciadas, no rehúya nombrar las
fortunas y las miserias de su presente. Y este es el
otro aspecto que unifica este proyecto que hoy
celebramos.
Estos breves apuntes que ahora realizo sobre
el proyecto poético de Roberto López Moreno, como podrán
imaginar, son apenas algunas de las ideas que me han
surgido en tanto lector apasionado de su obra. Hace más
de tres años, cuando realicé el estudio introductorio de
Morada del colibrí que ya referí, no estaba frente a una
obra desconocida: había leído y conocía la poesía de
este autor, pero fue solo en ese momento, en la
intención de realizar una lectura atenta y cuidadosa del
libro, que descubrí las dimensiones reales del proyecto
que ahora apunto. Desde entonces, he seguido leyendo, en
mi doble papel de crítico y de lector apasionado, la
poesía del maestro con la intención de encontrar nuevas
rutas de lectura, y siempre encuentro, con el mismo
asombro y satisfacción, la capacidad camaleónioca de su
escritura para adaptarse al tema, la anécdota, la forma,
la estructura elegida sin perder nunca, al mismo tiempo,
su identidad característicamente lopezmoreniana. Además
de Morada del colibrí, que como pueden imaginar es de mi
particular interés crítico y personal, dado que gracias
a él tuve además la enorme fortuna de conocer y
disfrutar de la amistad del maestro López Moreno, estoy
seguro que libros como Motivos para la danza, Manco y
loco ¡arde!, Décimas lezámicas, o el ya mencionado A
Revueltas Treceadas, por citar algunos títulos casi al
azar, merecen, por méritos propios, un lugar destacado
no solo en la historia de la poesía mexicana, sino en el
gusto del público lector, en el interés de la crítica
académica y en el “milagro de la trascendencia” que, con
justeza, le ha predicho Enrique González Rojo
Arthur.
Sirvan pues estos breves apuntes entonces, hoy
que celebramos la vida y la obra de Roberto López
Moreno, como un acicate desde mi trinchera crítica para
motivar la lectura y el estudio de su producción
poética. Y no es porque no exista, sino que, como
mencioné al inicio e insisto ahora, por muy abundante
que sea, aún es insuficiente, aunque estoy seguro que,
con el paso de los años, se irá ensanchando. Tal es la
tarea y el compromiso mínimo que mi gratitud de lector y
amigo de Roberto López Moreno me impelen a asumir: la
difusión y la promoción de su obra. Muchas gracias a él
por permitirme el privilegio de estar hoy aquí, a su
lado, en esta celebración, y estoy seguro que puedo
hacerme portavoz de todos ustedes para decirle, también,
“muchas gracias por entregarnos una de las mejores obras
poéticas y uno de los proyectos literarios más
interesantes de la poesía mexicana toda”.