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La nave de los locos
por Roberto López Moreno
“¡Aguas, a’i viene el Norte!”
“¡Aguas, a’i viene el Norte!”, advertiría en su giro
popular la voz de algún habitante de las zonas
marginadas de México. ¡Cuidado, la tragedia se nos viene
encima una vez más! ¿Cuál es la libertad que el
neoliberalismo podría proponer a los pueblos de América
Latina, pobladores atribulados de esta basta y trasijada
expresión del tercermundismo? Si el liberalismo original
se plantea con base en la libre empresa, el
neoliberalismo, como fase superior, trabaja ya con el
capitalismo de los grandes monopolios; la competencia es
entre los trusts. ¿Qué resquicio posible le queda
entonces a los pueblos? “El capitalismo -sostiene Heinz
Dieterich- ha enriquecido al 15% de la humanidad –el
Primer Mundo- a costa del empobrecimiento del 85%
restante. ¡Aguas! Los capitales transnacionales serán
los que operen. A los pueblos empobrecidos quedará el
papel de acatar.
Propugnar por la libertad de apropiación y de empresa es
propugnar por la libertad de explotar las minorías a las
mayorías; sólo la revolución industrial inglesa -por
ejemplo- provocó en las postrimerías del siglo XVIII una
sangría sobre sus trabajadores, que posteriormente fue
permutada por la fatiga y la muerte de los pobres de las
colonias. El sistema colonial salvó a aquel primer
liberalismo, porque hubo una gran masa de desheredados,
de la que se pudo echar mano exprimiendo su fuerza de
trabajo y los recursos naturales de su medio ambiente. A
esta masa le tocó pagar las fallas y las injusticias
del sistema; para ella, e incluso mucho después de los
movimientos independentistas, el liberalismo ha
significado la libertad de fallecer en medio del hambre,
de la miseria y de la insalubridad.
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