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La nave de los locos
de Roberto López Moreno
El canto del tecolote
Es innegable que entre los batallones de pobres del Sur
son los grupos indígenas los que ocupan el renglón más
bajo de la escala social, y todos juntos vienen a ser
doblemente victimados; lastimados plenos por los poderes
de adentro y de afuera.
En México, la expresión más aguda de la miseria se
encuentra repartida en 10 millones de seres. En América,
llega a 50 millones la población indígena. Según algunos
lingüistas, los grupos étnicos son clasificables de
acuerdo con el uso de lenguas; en México, no sin
discusiones al respecto, se acepta por lo general la
existencia de 56 lenguas indígenas. Las principales son:
náhuatl, maya, mixteco, zapoteco, otomí, tzeltal,
tzotzil, purépecha, tarahumara, mixe, mayo y chol, entre
otras. La suma de estas etnias arroja aproximadamente
20% del total de la población. En países como Bolivia,
Guatemala, Ecuador y Perú, el porcentaje se eleva a 40%.
Después de la gran opresión colonial, el liberalismo del
siglo XIX tomó a los grupos que arrojan estos
porcentajes como colonias del nuevo poder.
Al triunfar las luchas de Independencia en el
continente, la criollada que las encabezó ascendió al
poder y se mostró aún más cruel con los indios. El
abandono fue grande en un principio, y cuando las leyes
del liberalismo los tocaron fue para hundirlos más en la
miseria como sucedió en lo relativo a la tenencia de la
tierra, que produjo figuras como Emiliano Zapata,
producto reivindicador del lejano y desmembrado calpulli.
Los criollos liberales requerían una identidad que los
respaldara históricamente. La buscaron en la grandeza
del pasado indígena. Los viejos mitos de la ancestral
cultura fueron la principal fundamentación para un
nacionalismo que tremoló, apasionada, la nueva
burguesía. Peor esto para el indígena, sólo significó un
doble saqueo: por un lado, la utilización de sus
antiguas expresiones culturales y, por el otro, la
rapacería y el desprecio para quienes, ya en lo
personal, afeaban, iban mal, con las pretensiones
europeizantes de la criollería nacionalista, es
decir, con las pretensiones de formar parte, de alguna
manera, del Norte avasallador.
Sin embargo –ubicándonos en nuestros días-, después de
haber sido víctimas por tanto tiempo de las aves de
rapiña, los diferentes grupos étnicos del continente
subsisten, ya relegados a montañas inhóspitas, ya
remitidos a junglas devoradoras, ya arrojados a terrenos
desérticos. Subsisten, con todo en contra, con las
adversidades que les instrumentó la legalidad del
liberalismo; están aquí, de cuerpo entero sobre el
continente, conservando su pluralidad cultural, su
propio ser en cada caso. Están ahí, resistencia de 500
años acumulados con sangre y amargura.
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