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La nave de los locos
por Roberto López Moreno
La memoria de González. La memoria de
Aznar
Pero los 500 años de resistencia, no sólo han sido
sostenidos por la población indígena, sino por todos los
pobres del continente, vasto organismo lacerado del que
los indígenas también forman parte. Durante el mundo
precortesiano, hubo invasiones de pueblos sobre pueblos
y de culturas sobre culturas, pero la invasión europea
impuso una modalidad que transformó diametralmente el
hecho, cambiando las características que se conocían
hasta entonces, al apropiarse los invasores del manejo
de los recursos y su explotación con el nuevo criterio
de la propiedad privada. Andando los siglos, los
despojados de los recursos y su manejo iban a terminar
siendo los campesinos y los obreros, en el concepto que
de estos estratos sociales se tiene.
La Conquista impuso a los pueblos autóctonos un sistema
bárbaro de explotación basado en impuestos, diezmos,
encomiendas y repartimientos, y una devastación humana
que el sólo imaginarla provoca escalofrío. Barón Castro,
en su libro La población de El Salvador, asienta
que, para 1524, la población indígena salvadoreña era de
130 mil habitantes y que para 1551 ésta se había
reducido ya a 60 mil. Tanto vandalismo aplicado
originalmente a indígenas y mestizos se ha extendido en
la actualidad a las mayorías pauperizadas. Son los
pobres del Sur, sin distingos de etnias ni
nacionalidades, los escarnecidos. Ése es el problema
real. Así que tendremos que considerarlo: el abuso del
Norte = rico. La resistencia (500 años) del Sur = pobre.
Felipe Aznar, el hujier español del Norte -perverso
personaje de dúo filo- entre otros, está para
recordárnoslo.
Al Sur no le queda más que sumarse, configurando un
mismo frente de los pobres en busca de los necesarios
caminos al futuro, pasando de una resistencia pasiva a
otra activa. En tal empeño una tarea fundamental sería
la de integrar a las diferentes etnias del continente,
no con el criterio del liberalismo, que sólo las ha
ultrajado, sino con una actitud de respeto a sus
diferencias, pero con una meta común en los órdenes
político y económico.
La población de América Latina es mestiza, y por lo
tanto también su cultura. Nadie podría pensar en el
absurdo de volver al mundo indígena de antes; de la
conquista para acá, el mundo ha tenido una trayectoria
de 500 años. En estas circunstancias, un enemigo mortal
sería la segregación de las minorías. Éste por el
contrario, es el momento de sumarse, sin racismos de
ninguna especie, configurando un mismo frente de los
pobres, dispuestos a convertirse en los dueños de su
propia historia.
En una de sus páginas, nos dice el poeta Luis Cardoza y
Aragón: “es el pensamiento contemporáneo no racista el
que rescata al indígena y lo indígena, no con nostalgia
del futuro, de retorno al futuro”. Y más adelante se
pregunta: “¿No sería adelanto que dejaran estructuras de
castas y participaran con noción de clase?”. En todo
caso, el encuentro Norte-Sur que se viene presentando
desde hace 500 años es la historia de explotadores y
explotados, o sea, asunto que habría que ver desde la
perspectiva de confrontación de clases y no de razas.
Muchos capataces indios fueron efectivos aporreadores de
su clase, y se les llamó capataces, mayorales,
caporales, abogados fiscales y hasta presidentes de la
república.
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