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La nave de los locos
por Roberto López Moreno
La vaca y la pata.
Algunos estudiosos sostienen -no sin razón- que lo que
se dio en América Latina no fue mestizaje, porque la
mezcla no se produjo tras un acto amoroso, por el
encuentro de dos energías complementarias la una de la
otra, mediante una bilateralidad de fusiones amorosas,
sino por el contrario, hubo el abuso sexual, el
sometimiento de la mujer india a la brutalidad europea,
la violación sin más, el poderoso extranjero imponiendo
su voluntad sobre la nativa desvalida.
En todo caso, y fuera de estas consideraciones
genético-morales, hay un producto carnal y cultural que
se viene a robustecer con la mezcla, negra y de otras
sangres –como la hindú y la china, por ejemplo,
importadas a Belice por los ingleses como mano de obra
(siempre, la eterna relación antinatural Norte-Sur)-. En
esa forma, América Latina ha terminado siendo uno de los
crisoles más grandes del mestizaje en el mundo. Desde
esa realidad debemos reorganizar nuestra estrategia.
Al criollo, representante del Norte trasterrado (se
adecua a la tierra india, se apodera de sus simbologías
en busca de una identidad, pero siente un infinito
desprecio por el indio), a ese criollo le toca heredar
la riqueza y el poder en las nuevas tierras; al mestizo
le toca heredar la pobreza. En esta América mestiza, el
mestizo es el pobre, el sometido al trabajo forzado y a
la mala paga.
Dentro de este aspecto Rigoberta Menchú, fundadora del
guatemalteco Comité de Unidad Campesina, en el exilio,
razona de la siguiente manera: “Es claro también la
lucha y el esfuerzo contra la marginación y la inhumana
explotación, no son sólo nuestros (habla de la etnias de
su país), sino de todos los oprimidos de ayer y hoy”. Y
puntualiza aún más su visión: “La injusticia sufrida
desde hace 500 años nos ha ido hermanando a indios,
mestizos, negros, obreros, campesinos, técnicos,
profesionales. Y en este proceso de unidad también hemos
ido encontrando hermanos de todo el mundo –del que
llaman Primer Mundo-, que se han resistido a
identificarse con una historia de opresión y se han
comprometido con un futuro distinto para nuestros
pueblos”. De toda esa amalgama acabada de mencionar
habla Rigoberta Menchú, y no nada más de la etnias,
cuando dice: “Hemos mantenido nuestros pueblos, sus
culturas y luchas desde nuestras comunidades destruidas;
y hoy, finalizando el siglo XX, estamos en medio de
esfuerzos y sacrificios, llevando adelante nuestra lucha
y gestión por mejores salarios en las fincas de
agroexporatción, por el derecho al trabajo, a la
organización. Ofrendamos lo más rico de nosotros mismos
a la construcción de la democracia, de la paz y de la
justicia en nuestros países”. Es decir, estamos en la
plena lucha de resistencia. Esa energía y esa visión son
las opuestas al neoliberalismo fallido, en el que se
insiste en nuestro perjuicio por parte del criollismo
de políticos, tecnócratas e intelectuales
inconsistentes, defeccionantes estos últimos, que ayudan
a amarrarle la pata a la vaca.
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