METEORO
En tu pecho, Señor,
de áridas y abandonadas rutas
has colocado la primavera.
El musgo tierno crece en vericuetos
de esa longitud reseca,
anuncia la alegría de lo nuevo.
En ese pecho hay una muerte y una vida de continuo,
es una larga tierra de amor
que el corazón enciende y apaga.
Tu cuerpo es el palacio de Dios,
su adolorido domicilio y sin embargo florece.
Has colocado la primavera en tu pecho, Señor,
el manco que inventaste envuelto en fiebre está contento.
Su hipertermia no es de enfermo, es de libres.
El ignora que esa fiebre es coronada
por la estrella de Juliano,
por los que fueron corazón de hogueras,
por la imaginación rebelde.
Sólo es fiebre y arde hacia adelante.
Eso lo sabe, hacia adelante.
La luz se esconde tras columnas de la sombra divina.
En tu memoria sin que lo sepas arde Troya,
la desgracia,
arderán los últimos ensangrentados acales
en el aullido final de Tlatelolco
(no podremos beber de esta agua llena de salitre,
de sangre, de gusanos, visión de lo terrible).
En medio de la muerte tú, Señor, lanza hacia arriba.
Qué pronto el futuro es el pasado,
pero lento, más lento que lo lento tú serás futuro,
esa es la forma de burlar el tiempo sujetándote a sus leyes.
No despiertes, Señor, hacia los cisnes,
quédate en el vuelo terrible de los buitres,
témelo, horrorízate de esas alas, pero ayuda a la limpieza
en medio del pavor, del aleteo sombrío.
Asiste al trabajo profiláctico,
abona el camino de la flor, el estallido que triunfa de la muerte.
El abismo desde tus ojos, Señor,
es tu propio cuerpo, se ahonda en el vientre, ¡súrcalo!,
conviértelo en latido, que el abismo vuele.
La penumbra sobre la penumbra sobre la sobre
cantidad que produce el salto,
suma hechizada, magia que establece el trance,
lanza irguiéndose de carga, de divinizada sobrecarga.
Hoy que estás en la primavera voltea hacia tu pecho,
eje de equinoccios,
ahí de nuevo el manco que florece,
su fiebre es marejada de arpegias buganvilias
(de este hombre desgraciado tendrán noticias los venideros).
Hay una explosión de buganvilias clavada como un remo.
Cae la noche como un metal profundo,
no hay más carne que la noche, de ella hacemos día,
de su inevitable infinitud, de su eternidad presente,
de su masa henchida de rumores.
No cae la noche. Siempre ha sido a izquierda y derecha,
a lo arriba y a lo abajo.
Tiene la boca de la noche una tesis de dientes apretados,
destella mientras nos acogemos a su aquiescencia. Vivimos.
Pero también la noche es materia transformable,
cada niño que de su vientre nace en la Moebius curvatura
no encontrará el final que lo asesine,
permanecerá sin principio en la savia renovada del cosmos,
en la punta de tu lanza, con fatiga, sí,
pero sin sentencia de principios ni de conclusiones.
Niño de larga barba, espiral en la boca de dientes apretados,
reconoce el palmo de tu polvo novedoso,
de tu ancestro polvo por siempre renovado,
árdelo, preséntalo al hondo ojo de la sombra,
la ráfaga de ayer no ha nacido mañana todavía,
se alzará en tu lanza.
Desciende, Señor, a conocer la luz,
a rendirla con la magia azul del tacto,
ven y reconoce el rostro presentido,
encuentra que era cierto y fuerza
que te nombre montado en el ahí estar de la galaxia.
Ven a tocar el rostro de la luz,
su espectro tras la columna de sombra,
de él eres la partícula que somos,
ven,
desciende al punto en el que te ascendemos.
Mientras no mueras seguiremos vivos,
inermes, debajo del barro que nos cubra,
sólo erguidos en tu lanza,
más muertos que el sol que multiplica al buitre,
más vivos que la sombra del ala proyectada sobre el piso
tintando obrera rotación de hormigas.
Desde los muertos nacerán los vivos
para dar la eternidad al círculo.
Si cada montaña tiene de nuestros estremecimientos
somos nosotros solamente los del matrimonio con el cielo.
La piel adolorida de estrellas crea sus estatuas de sal,
sus estaturas, sus estatutos, sus estamentos.
Atrás el incendio, el cataclismo en perenne.
Entre más vemos, menos vemos, Señor,
sólo tus ojos abarcan la insensatez del rayo.
Desde el lampo tramo de tu cuerpo
devuelve tus ojos al poeta,
reintégrale su mano,
dale tu corazón de rita roca.
Hace años, en esta curva del espacio murió un hombre,
un puño de arterias que nacerá mañana.
Conocemos la historia, Señor, regresarás y serás miles.
Tu arma en ristre no será detenida por la sombra
porque de ella parte hacia los resplandores,
mucho tiene del ala del buitre,
del zopilote que vuela de su víctima
y se posa en el inmenso árbol oscuro
y lo carga de alas hasta iluminarlo.
Hace siglos aquí murió un hombre, yo soy su sueño,
la memoria del derrumbe que incubará el vuelo,
soy la memoria de la espuma, de las crestas del viento,
de la pica que marcó mis venas con muescas de ansia,
soy la sombra avanzando dentro de tu armadura.
Padre, presérvame del sol, quema, hiere,
yo, el nacido de la sombra te lo pide,
acércame a tu pecho viejo niño,
hijo indefenso, defiéndeme, protégeme, acógeme,
eleva tu amargo corazón sobre este lodo.
El sol es hijo de esta sangre negra,
con este fluir lo alimentamos diario.
¿De cuántas voces, de cuántos alaridos está formado el cosmos?
Ah, la enorme arca de silencios que murmuran.
Sentémonos un momento sobre el tiempo,
es hora de escuchar la palabra de los muertos,
hablemos, hablemos, hablemos hasta hacernos oír
por los que vamos a nacer mañana.
Los muertos no existen, señor, lo sabemos,
los actuamos a diario, los hacemos decir, callar,
los movemos en cada pensamiento, adentro de la ropa y de la máscara,
los engendramos para su nacimiento de mañana,
para su muerte a la que habremos de asistir puntuales para que no mueran.
Los muertos no existen, lo sabemos, sólo somos suma.
La gran bóveda, la interminable, es una biblioteca,
en ella aprehendemos esta simetría.
Señor, hoy que colocaste primavera sobre magro lote
haz florecer el sexo de la idea en esta realidad que nos delinea.
El cosmos es congénito,
en él se abre en expansión continua la gruta del aroma.
Todo dolor busca su compañera, su complemento.
Dulcinea es congénita como el cosmos,
asúmela en tu lecho, ofrécele el perfume de Afrodita,
de Astarté, combate bifurcado.
Crécela, que entibie tus horarios tersos.
Que las diosas la escolten
para abrir la tumba de la vestal Urbina
y ya ungida por ambas,
le entregue en la insistencia de la carne
el homenaje de la vida.
En Dulcinea y Catalina deposita una gota de Friné.
Vamos, la libertad no nos encadene,
que ella misma se pueda dirigir a donde quiera.
El delirio de la carne es también fuerza,
complementa, Señor, tu arisca guerra.
¿Cómo puede medirse el miedo de los héroes?
¿En qué reloj de arena?
En la fábrica de rostros escogemos
el que mejor le va a nuestra medida.
En la fábrica de ruiseñores para los cuerpos de los muertos,
el muerto escoge cuál para su pecho.
En la fábrica de muertos el ruiseñor espera,
fluye dentro del reloj de arena.
Cadenas de eras apenas son un ciclo de sol,
no hay tiempo para aprender el idioma de las piedras,
no lo hay para el diálogo con troncos y arenales
y conocer la verdad de su existencia,
de su terca presencia entre la vida.
Si la sangre es fluir de hormigas
y el recuerdo nostalgia de elefantes,
ganemos el sol las veinticuatro horas con las que forja sus diástoles y sístoles.
No hay tiempo para aprender el idioma de las piedras.
Hay que ganarlo.
La entraña de la noche es sombra viva.
Yo vengo de la muerte, Señor, de su rostro helado,
el movimiento de la oscura entraña me arrojó a la vida,
de la sombra vengo y en ella hoy me multiplico,
soy ejércitos marchando sobre el polvo de Dios,
camino de Santiago, serpiente de nubes.
Soy el cuerpo de todos, su memoria,
soy tu lanza y tu derrota,
tu victoria final sobre los tiempos.
Sobre tu equino calcio a la intemperie cruzo el cosmos.
Yo, tu victoria final.
Señor, hoy que pusiste la primavera sobre tu pecho
recíbeme en tu sombra.
Surca el cielo la fiebre del manco que inventaste,
-Catalina y Dulcinea lo asisten-
somos ese bólido,
esa ansia de arder, prender al buitre y al albo ruiseñor
que lleva adentro.
Escúchanos, Señor, somos tu media imagen,
entre más lastimados más tu triunfo,
tu vuelo de cadenas,
tu alegría de heridas,
tu combustión, tu historia.
Hoy. Señor. Primavera. Pecho.
Acógenos.
Acéptanos.
Protégenos.
Recíbeme en tu sombra.
¡Vuela!