Saúl Ibargoyen
Yo soy otra vez el escriba de pie
con un corazón que empieza a herrumbrarse
por decisión de los dioses inalcanzables.
Escribo así y aquí para simplemente tozudamente
respirar en la memoria de algunos otros
pues en este pincel o cálamo o lápiz están
las crónicas las tachaduras los gestos los silencios
las soledades los trazos las dudas los cánticos
de todos los escribas de pie que ya han sido
de todos los que son de los que quizá
resuelvan su intención de nacer.
Escribo sólo palabras
porque ya no importan
ni éstas ni ningunas palabras pues hubo hay habrá
otros escribas de fáciles grafías
de versos que riman con el verbo poder
con el verbo usura
con el verbo complacencia
con el verbo violación
con el verbo complicidad
con el verbo sí señor
con el verbo cocaína
con el verbo engaño
con el verbo estatua
con el verbo comodidad
con el verbo cobardía
con el verbo mediático
con el verbo mercado
con el verbo corrupción.
Mi pluma viva o
estilete o péndola o cincel
aún siente el temblor de los misiles que calcinaron
las entrañas de Kosovo y de Bagdad.
Y la tableta de barro o la hoja de seda o el fino papiro
o el suave pergamino o la fúlgida pantalla o el vulgar papel
quieren expulsar la costrosa sangre de los doscientos mil
prisioneros que ordenó decapitar Qin Shi
y los miles y miles degollados por Pedro el Grande
por el gran Alejandro y por Ricardo Corazón de León:
quieren borrar el sudor de las naciones
que extinguió la ira de Yaveh
y la orina de las niñas disueltas por el napalm
y la saliva de los desaparecidos en las playas del Sur
y el aliento de los poetas enterrados vivos
en los desiertos de Alá
y el hedor de los veinte millones de kilos
de tripas que Ruanda trituró
y el rumor de las nunca enfriadas cenizas de Hiroshima
y el flujo de la indita vulnerada en la milpa
y el excremento de los veinte mil esclavos que Roma
encajó en su cruz
y que no eran hijos de Dios.
Quieren quitar la piel
de los negros incendiándose
en los altares del Ku Kux Klan
y el ardor de los pechos que el cuchillo de pura obsidiana partió
y los pulmones endurecidos por el veneno de Treblinka
y las venas cocinadas por una perfecta energía artificial.
Estas meras palabras de un escriba sencillamente no podrán
dar su voz y su hálito a la tantísima humanidad sacrificada
quemada gaseada desmenuzada ahorcada castrada violentada vejada
vaciada quebrantada expoliada fusilada guillotinada burlada
asesinada arrasada enterrada archivada olvidada
en Granada en Tlatelolco en Madrid en Haití en Cincinati en Honduras
en Guernika en Palmares en Santiago de Chile en Moscú en Armenia
en Tenochtitlan en Guatemala en París en Buchenwald en Gaza en Bogotá
en el Río de la Plata en Angol en Chechenia en El Salvador en Libia
en Etiopía en Kabul en Panamá en el Chaco en Atenco en Acteal:
¿sólo ahí? ¿solamente ahí?
Yo el escriba con mi yo
me levanto
al costo de este menguado cuerpo y digo
que ya no quiero respirar
adentro de las palabras
porque en cada migaja de cada una de estas tierras
de cada una de estas aguas
hay restos de úteros de novias humilladas
hilachas de pellejo infantil
fragmentos de prepucios y de lenguas
uñas mutiladas y ojos coagulándose
nervios atomizados que el verdugo arrancó.
Y yo el escriba otra vez con sus yoes a cuestas
nada estoy diciendo de las banderas mordidas por la sombra
de las cucharas con su cruda hambruna
de los platos con su sucia sed
de las tortillas corroídas y los panes enfermos
de las cruces marchitas y los templos malolientes
de las monedas virtuales y los cheques vacíos
y las tarjetas de plástico
multiplicándose y pudriéndose.
Porque nada quiero decir:
siempre es difícl hablar como cantando.
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