EL AGUADOR EN EL MÉXICO ANTIGUO
por Gloria Valencia Vargas
En
los momentos presentes de campañas electorales nos preguntamos ¿por qué no hay
preocupación de parte de los candidatos y partidos por resolver el problema de
la falta de agua potable que aqueja a numerosos habitantes de este país?
Tal
parece que los intereses personales, las mentiras, las falsas propuestas y los
ataques personales son importantes en estas elecciones. ¿Y qué de la población
que carece de este vital liquido?
Mientras se soluciona esta situación, recordaremos cómo se abastecía de agua
potable a la población de las principales ciudades y pueblos del México
virreinal hasta el siglo XIX:
Las
pilas de agua, las fuentes, y las cajas de agua, almacenaban el agua que era
conducida por los acueductos y los caños desde lejanos manantiales. En esas
épocas un personaje muy importante era “el Aguador” que se encargaba de surtir a
los domicilios particulares de agua limpia en grandes cántaros, cargados en su
espalda, con un mecapal en la frente.
En un
pequeño libro propiedad de la Escuela Secundaria José María Lezama y salvado de
su destrucción, se describe al mencionado protagonista el Aguador:
“Este
es el aguador; comedido, entregado al trabajo, casi siempre buen padre y no peor
esposo, para la mitad de la vida con su chochocol a la espalda, como un emblema
de las penalidades de la vida, y la otra mitad semi-beodo pero sin zozobras y
sin accidentes. Hace de su miseria un escudo a sus necesidades, y como estas son
tan pocas, lo son sus exigencias. Si accidentalmente crecen sus gastos, como
cuando espera que su mujer lo obsequie con un nuevo hijo, el aguador halla
medios de subvenir a todos. Para ello toma a su cargo otras comisiones, como la
de asear la calle en ciertos días, algunos mensajes más o menos delicados, otros
agregados…” Hilarión Frías y Soto, 27 de septiembre 1854.
En el
párrafo anterior, el autor narra la vida personal de este personaje y que es la
representación social de muchos mexicanos de aquella época.
“El
modo de transportar el artículo de su comercio no es igual en todas partes: hay
ciertos provincialismos muy notables. En otros lugares de la República, tercia
en sus hombros un timón encorvado con dos canaladuras en sus extremos donde
cuelga con dos cuerdas dos cántaros de igual tamaño para poder caminar
equilibrado con el peso. En Guanajuato, tiene el aguador un cofrade, un burro
sobre el cual carga sus garrafas. En Querétaro, lleva cuatro cántaros en una
carreta de una rueda y cuatro pies, pero sea como fuere marcha rápido a hacer
sus entregas…
Aquí
comienzan sus percances. Puesta la fuente casi siempre en una casa de vecindad,
al entrar recibe el aguador una descarga de interpelaciones, a cuál más
exigente.
-Maestro, por Dios, ayer dejó al 10 sin agua, y tengo mi cocina sin asear.
-La
niña no se bañó ayer por usted, ¿por qué se le olvidó llenar la tina?
-No
me deje sin agua, maestro, no sea perezoso ni olvidadizo…” Hilarión Frías y Soto
1854 Tomado del libro: Los Mexicanos Pintados por si Mismos por Yolanda
Villenave, 1947.
Ésta fue una de las formas en que nuestros antepasados recibían el agua limpia
no siempre potable.
Hasta la próxima.
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