Lucina
Kathman
Mujer y
espacio: el mapa irregular
Ha habido un cambio permanente en la comprensión del
mito de la objetividad del espacio. Tiempo atrás la gente pensó que el
espacio era algo objetivo que observamos pasivamente de una manera
limitada. Era real; nosotros, seres imperfectos, intentábamos saber sus
secretos. Sin embargo, desde los tiempos de Immanuel Kant hemos estado
conscientes de que ambos, el tiempo y el espacio, son categorías que
sirven de base para la percepción humana. Puede ser que el espacio
exista en sí mismo, pueda ser “noumena”, según las categorías de Kant,
esto no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que es un requisito para “fenómena”,
es decir, para el contenido de la percepción humana.
“El espacio no es
un concepto empírico derivado de las experiencias externas. Es una
representación necesaria a priori que sirve de base para todas las
apariencias externas.” (Kant p.68)
“El tiempo y el
espacio, tomados juntos, son las formas puras de las intuiciones de los
sentidos.” (Kant p. 80)
Un ejemplo
visual: La gente ve en términos espaciales o no ven. En el caso de dos
objetos, uno debe ser visto como más alto que el otro, o a la derecha o
a la izquierda. De otra manera no los podemos distinguir.
Además de la idea
del tiempo y el espacio como las formas de la percepción humana, a
través del trabajo de los psicólogos Gestalt y otros investigadores,
hemos llegado a entender que toda percepción humana es esencialmente
encarnada, es decir, percibida por el cuerpo. El espacio de Euclid
(“objetivo”) es una abstracción; no se puede percibir desde todos los
puntos (o ninguno) a la vez, siempre hay que tener una perspectiva
específica. Aun el aparato para medir tiene su propia ubicación, que se
debe tomar en cuenta. Además, según la física cuántica, el mero acto de
medir en sí mismo hace cambios en el fenómeno. Lo que sabemos, sabemos
por medio de nuestra experiencia corporal: como quiénes somos, en dónde
estamos. Un espacio objetivo nos parece lógico, pero nuestros conceptos
de orientación, “ por allá”, “por aquí”, “adelante de mí”, “debajo de
mí”, que comparan las cosas con nuestros cuerpos, vienen primero,
lógicamente y cronológicamente. Debemos tener una idea del espacio para
poder entender un mapa; no puede ser al revés.
Podemos
determinar, por ejemplo, que un objeto que tenemos ante nosotros es un
cubo con seis lados regulares, pero debemos hacerlo por medio de
nuestras posibilidades y, además, con tiempo, es decir, con
observaciones sucesivas, por vista o tacto, de los diferentes lados.
Una máquina no puede hacerlo diferente, debe proceder por medio de sus
propias capacidades. Nuestras capacidades para observar afectan también
nuestras conclusiones. Como dice Merleau-Ponty, el espacio no se refiere
solamente a posición, sino a situación. (Merleau-Ponty p. 100)
“El espacio no es
el contenedor de nuestro mundo. El espacio no es la escena en la cual
las cosas se arreglan, sino el medio que posibilita postular las cosas.
Quiere decir que en vez de imaginarlo como un tipo de éter donde todas
las cosas flotan, debemos entenderlo como el poder universal que les
hace posible estar conectadas.” (Merleau-Ponty p. 243)
Además, el
espacio es encarnado, es “el espacio de mis posibilidades”. Mi espacio
no solamente es afectado por mi cuerpo, se relaciona con mis
actividades. “Mi cuerpo está en cualquier lugar donde hay algo que
hacer.” (Merleau-Ponty p. 250)
Así, si queremos
investigar el espacio de la mujer, debemos preguntar:¿cuáles son las
posibilidades de la mujer y cómo la afectan sus percepciones del
espacio? Soy mujer, ¿Cómo se ve mi mapa personal? ¿Es parecido a, o
diferente a los mapas de otras mujeres? ¿Hay diferencias importantes? El
tema de esta investigación no es algo puramente emotivo, simbólico o
costumbrista. Es la realidad, de hecho, la física. Cualquier matemática
que calculo, cualquier charco que brinco, cualquier escena que escribo
en una novela, cualquier mundo con que sueño, todos estos espacios se
derivan de mi mapa personal.
Mi mapa es
afectado por muchas cosas. Un factor obvio es mi tamaño físico. En la
casa de mi madre, ciertas alacenas me parecen dentro de mi alcance. No
parecen así a mi hermana, que es más baja de estatura. Mi experiencia es
otro factor. Aunque nuestros mapas no se restringen a nuestra
experiencia, son muy influenciados por ella. Por ejemplo, fácilmente
podría escribir una novela situada en México; sería muy difícil para mí
escribir una novela sitada en Líbano, donde nunca he estado.
En todas partes y
siempre, las mujeres ocupan y se aproprian para sí mismas de menos
espacio que los hombres. A veces casi todo el mundo está fuera de límite
para ellas. En algunas situaciones las restricciones están aplicadas por
medio de la ley y a la fuerza:
Las calles de
Tehran y otras ciudades en Irán están vigiladas por la milicia, que
viajan en patrullas de Toyotas blancas, con cuatro hombres y mujeres
armados, a veces seguidos por un minibus. Se llaman la Sangre
de Dios. Vigilan las calles para asegurar que las mujeres como Sanaz
llevan bien sus velos, no usan maquillaje, no caminan en público con
hombres que no sean sus padres, hermanos o esposos.
Nuestra clase
se formó dentro de este contexto, en un esfuerzo para escapar de la
vista del censor unas horas cada semana. Intentamos vivir en los
espacios vacíos, en las grietas de aquel cuarto, que se había vuelto
nuestro capullo protector, y el mundo del censor, de las brujas y los
duendes afuera. (Nafisi p. 25-6)
En algunos
lugares tal fuerza armada no es necesaria para restringir el mapa del
espacio de la mujer. Simone de Beauvoir reporta:
Me acuerdo
haber visto en un pueblo primitivo en Tunisia, una caverna subterránea
en la cual cuatro mujeres se sentaban en cuclillas, una esposa sin
dientes tuerta cocinaba masa, y dos esposas un poco más jóvenes
arrullaban niños en sus brazos. Sentada ante un telar, otra mujer, una
jóven, ídolo magnificamente vestido de seda, oro y plata, hacía nudos en
hilos de lana. Saliendo de esta caverna tenebrosa, en el corredor pasé
al hombre, vestido de blanco, bien arreglado, sonriente. Venía del
mercado donde había discutido los asuntos del mundo con otros
hombres…Para las ancianas marchitadas, para la esposa joven predestinada
al mismo marchitamiento temprano, no había otro universo excepto la
caverna humeante desde la cual emergían solamente de noche, silenciosas
y tapadas con el velo. (de Beauvoir, pp. 78-9)
Hay espacios aun
más restringidos que éste. La costumbre de purdah restringe a todas las
mujeres de una familia a un lugar especial en la casa, un traspatio que
ellas nunca dejan, ni siquiera de noche, y al cual no se admiten
visitas.
Khost es un
pueblo sin mujeres, al menos en la superficie. Mientras en Kabul,
durante la primera primavera después de la caída del Talibán, las
mujeres empezaban a abandonar el burqa y uno podía, de vez en cuando,
ver a las mujeres en restaurantes, en Khost las mujeres se ven raras
veces, ni siquiera escondidas detrás del burqa. Viven encerradas en sus
traspatios, nunca salen para ir de compras o para visitar. La ley de
purdah reina, la segregación total de hombres y mujeres. (Seierstad, p.
258)
Las restricciones
del espacio de la mujer no es solamente un fenómeno musulmán. Es una
práctica de todas las religiones mayores. La poeta americana Judy Grahn
escribe sobre una niñez en los Estados Unidos:
“Me
permitieron ir
A tres lugares, cuando era niña
Tres lugares, nada mas
Había una línea recta de mi casa
a la escuela, una línea recta de mi casa
a la iglesia, una línea recta de mi casa
a la tienda de la esquina.”
Sus padres pensaron que algo le podía pasar
Pero nunca le pasó nada.
-- Judy Grahn,
de “A Woman is Talking to Death”
En México
también, el espacio de una joven es restringido. En el pueblo donde
vivo, se considera una gran recomendación que una muchacha “se queda en
casa y no sale a la calle.”
Un artículo, a principios del
movimiento para la liberación de la mujer en los Estados Unidos usa un
lema alemán apropiado por el partido Nazi, para describir estas
restricciones: “kinder, kuche, kirche,” es decir, “niños, cocina,
iglesia”. (Weisstein.)1
No todas las
mujeres tienen aversión a las restricciones. El poema de Anne Sexton
describe a una mujer que se identifica con ellas:
Ama de casa
Algunas mujeres se casan con casas.
Es otra especie de piel; tiene un corazón,
una boca, un hígado y movimiento de intestinos.
Las paredes son estables y rosadas.
Mirad cómo se pasa el día hincada de rodillas,
lavándose fielmente.
Los hombres penetran a la fuerza, retrocediendo como Jonás
dentro de sus gordas madres.
Una mujer es su madre.
Eso es lo que importa.
--Anne Sexton
Las mujeres que hacen las paces con las restricciones no son unicamente
las amas de casa. A cinco cuadras de mi casa hay una orden enclaustrada
de monjas concepcionistas. Cincuenta mujeres viven allí. Entraron
voluntariamente y no hay reportes de insatisfacción masiva. Un hombre
dijo a Azar Nafisi, “Una mujer entra la casa de su esposo en su traje
de novia y la deja en su sudario. (Nafisi, p.83) En muchas órdenes
enclaustradas las monjas no salen jamás, las enterran en ese mismo
sitio. También me acuerdo haber leído sobre una mujer que contó a sus
amigas, con gran satisfacción, que estuvo a punto de entrar en purdah..2
La mayoría de las
mujeres sienten las restricciones como molestias. Virginia Woolf se
quejó que, cuando andaba reflexionando sobre por qué no se había
producido un Shakespeare entre las mujeres, la corrieron del cesped:
“El era un bedel,
yo una mujer. Este fue el cesped, allá estuvo la vereda. En este lugar
solamente se permiten a los Socios y Sabios, la grava es el lugar para
mí.” (Woolf, p.6)
Y entonces, cuando intentó ir a la biblioteca para
examinar un manuscrito:
“Inmediatamente
salió…un señor, que lamentó en voz baja mientras me hacía señales con la
mano para que retrocediera, que las mujeres sólo se admiten a la
biblioteca si vienen acompañadas por un Socio del Colegio o provistas de
una carta de introducción.” (Woolf, p.8)
Querámoslo o no, estas
restricciones tienen efecto sobre el espacio de la mujer, porque limitan
nuestras posibilidades. Los mapas de las mujeres son de tamaño reducido,
también tienen descontinuidades, como el cesped y la biblioteca que
Virginia Woolf menciona. Los espacios de los mapas tampoco
necesariamente se conectan el uno con el otro. Donde se practica la ley
de purdah, por ejemplo, el mapa de la mujer es una colección de pequeños
traspatios; en mi imaginación, se ve como el mapa de Micronesia. El mapa
también cambia radicalmente con la hora; en la noche puede encogerse
dramáticamente.
Las distancias en estos
mapas tampoco tienen mucho sentido. A veces las rutas que no son las más
directas llegan a ser las más cortas. Por ejemplo, en la vecindad en
Chicago donde a veces visito, hay una estación del tren muy peligrosa.
Oleadas de hombres desempleados y criminales siempre emanan de la
puerta. Alguien que lee un mapa de la ciudad podría recomendar como la
vía más rápida una ruta que pasa por esta estación. Las mujeres que
caminan allí saben que cualquier otra ruta que evite esta estación
efectivamente es más rápida.
Algunos lugares están tan
lejos del mundo de la mujer que no se puede mencionarlos, ni siquiera
como lugares para evitar. Por ejemplo, no puedo imaginar lo que pasa
adentro de esa estación. Aparte de desaparecer de mi mapa, es como si
hubiese implotado e ido al centro de la tierra.
De hecho, el mapa del
espacio de la mujer--y esto es el espacio de más de la mitad de la
población--está lleno de rarezas: irregular, encogido y discontinuo. No
hay cartografía, ningún tipo de proyección y ninguna dimensión que pueda
representarlo. Es el dolor de cabeza del topógrafo, la pesadilla del
topólogo.
Hace tiempo la gente pensó
que estudiaba la realidad del espacio, y que pronto iba a saber sus
secretos. Ahora hemos descubierto que el espacio depende de los
espacios vividos por la gente, y, aunque se descubran nuevas galaxias
todos los días, el espacio de las mujeres del mundo sigue prohibiéndoles
extender sus territorios.
¿Qué es el espacio? ¿Es el
mundo grande o pequeño? Todavía queda para la historia desenvolver la
respuesta.
Notas
1.
Muchos sitios web confirman este dato.
www.adl.org es uno.
2.
No he podido confirmar la fuente de este
dato.
Bibliografía
De Beauvoir, Simone,
The Second Sex,
(escrito 1949) Bantam edition, Alfred Knopf, New York, 1953.
Grahn, Judy, “A Woman is
Talking to Death” en The Work of a Common
Woman, St. Martin’s
Press, New York, 1978.
Kant, Immanuel,
Critique of Pure Reason
(escrito 1871), St. Martin’s Press, New York, 1929.
Merleau-Ponty, Maurice,
The Phenomenology of Perception,
The Humanities Press, New York, 1962.
Weisstein, Naomi, “Kinder,
Kuche, Kirche as Scientific Law: Psychology Constructs the Female,”
en Morgan, Robin ed.
Sisterhood is Powerful,
anthología, Vintage, Random House, New York, 1970.
Nafisi, Asar,
Reading Lolita in Tehran, Random House, 2004.
Seierstad, Asne, The
Bookseller of Kabul, Back Bay Books, New York, 2002.
Sexton, Anne, “Housewife”,
(escrito 1961) en No More Masks,
anthología, Anchor Books, Garden City, New York, 1973.
Woolf, Virginia,
A Room of One’s Own,
Harcourt Brace and Co, London, 1929. |