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El artista plástico Magdiel Pérez, un hidalguense en Guanajuato

 

 
     
  por Pterocles Arenarius  
 

 

 

 
  Ibargüengoitia la llamó “la Atenas de por aquí”, por supuesto con una dosis de ironía ciertamente perversa, porque Guanajuato es una especie de tuerto cervantino en tierra de ciegos y huérfanos de cultura.  
 

Si no fuera por el Festival Internacional Cervantino (FIC), no es exagerar, esta ciudad volvería –como en otras épocas de su historia– a ser un pueblito en peligro de extinción. Guanajuato en su momento de esplendor se debió a la minería, la que hoy es una industria moribunda y en manos extranjeras –oh neoliberales que nos han dejado en la santa pobreza al librarnos de la corrupción de la administración estatal de tantas empresas propiedad de la nación; hoy sin empresas, sin crecimiento económico en un cuarto de siglo y en manos del minoritario ejército neocristero del PAN y las menguadas huestes de mocherío que lo acompañan, gracias oh neoliberales–; así, Guanajuato capital hoy sobrevive a duras penas gracias a dos hazañas de guanajuatenses, el FIC, pues este gran festival ha logrado que esta ciudad, siendo casi un pueblito, sea a la vez una ciudad cosmopolita y, desde el año 88 del siglo XX, a los que lograron que Guanajuato fuera inscrita entre las ciudades patrimonio de la humanidad, lo cual hace justicia a la pequeña y caprichosa ciudad capital del estado.

 
 

 Por fortuna y aunque con dificultades, el arte y la cultura florecen a pesar de los funcionarios de gobierno asombrosamente ignaros, jamás gracias a ellos (y va de anécdota: el virtuoso pintor, arquitecto y ceramista Javier de Jesús Hernández, Capelo, realizó un formidable mural, a cuya inauguración asistieron el gobernador y el alcalde. Ambos ostentaron su ignorancia y su desprecio por la cultura y por el artista. El colmo fue el alcalde, Eduardo Romero Hicks, quien para comentar el imponente trabajo afirmó: “Cuando vi el mural de Capelo dije guau, pero no de perro”. Lo cual es indudable, pues cualquier can hubiera sido, sin duda, mucho más elocuente. Y después este inefable habló de los ingentes logros de su administración que se empeña en que todos seamos absolutamente felices.

 
 

Al momento de realizar este reporte, en la ciudad capital hay cinco (¡sólo cinco!) abandonadas exposiciones de artes plásticas, ninguna presentación de libros, ninguna obra de teatro en cartelera, aquí no hay presentaciones teatrales desde hace años, con raras excepciones, cuando las compañías exitosas en el DF deciden recorrer la provincia luego de agotar al público de aquella ciudad (por cierto, cuando vino Los monólogos de la vagina, por una “misteriosa” causa se suspendió la función, igual que el espectáculo –más bien vulgarsón y comercial– llamado Sólo para mujeres. El misterio no es tal, las buenas conciencias del pueblito impidieron la exhibición de tales inmoralidades, aleluya.). Todavía no empieza la temporada de conciertos de la orquesta sinfónica de la universidad y sólo hay tres cines que, curiosamente, no ponen en sus carteleras las películas de vanguardia y ni siquiera las de clasificación C, aparte de los esporádicos ciclos para cinéfilos que presenta la universidad. ¿Cultura? Sólo ir a ponerse hasta el cepillo en algunos bares interesantes por dos o tres ocasiones.

 
 

Pues bien, las cinco exposiciones –una de fotografía, de la notable artista guanajuatense Mayra Huerta, otra de estudiantes de la escuela de artes plásticas de la Universidad local; una más de una artista norteamericana de nombre Christina Mcbride, otra de “menores de 25” en gráfica contemporánea y la que después de esta digresión reseñaremos, la obra reciente de Magdiel Pérez que se exhibe en la galería privada del hotel llamado El Mesón de los Poetas que se encuentra en la calle de Pósitos esquina con Juan Valle– son el miserable bagaje de lo que puede verse de artes plásticas en Guanajuato, la Atenas… tuerta.

 
 

Por cierto, este artista, Magdiel Pérez, es hidalguense, de Acapa, nacido en el año 64 del siglo pasado, aunque ha hecho su trabajo pictórico en San Miguel de Allende, Guanajuato, desde hace más de quince años. El origen de Magdiel hace que este texto sea casi obligado porque difícilmente habrá mejor colaboración para Tulancingo Cultural que la reseña de un artista de aquel estado que ha hecho obra en Guanajuato. Pero no sólo eso, más importantes son los motivos que se anotarán en las líneas que siguen.

 
 

Magdiel Pérez demuestra tener deudas (bien pagadas con obra) con pintores como Chirico, ciertos momentos de Magritte, alguna etapa de Kandinsky y hasta ciertos momentos de Miró, pero también, de alguna manera, con el oaxaqueño Rufino Tamayo. Aunque sus colores, al menos en esta exposición, lo vuelven único.

 
 

Es cierto, las tonalidades que logra son absolutamente delirantes, parecieran parte de alucinaciones, sensación que se ve reforzada por la fragmentariedad de los motivos que forman parte de sus creaciones.

 
 

En realidad los cuadros de este autor son historias soñadas o más bien parte de ellas. El fuerte simbolismo de las figuras y la fragmentación lo emparientan de cerca con los surrealistas y aun con el fenómeno Dadá. El poderoso colorido lo aproxima por ejemplo a Van Gogh o al solar Manet. E igualmente esta intensidad tonal es de tal manera desmesurada que pareciera acercarlo a los instantes de la locura. La búsqueda del color lo ha conducido a este extremo, al del abismo.

 
 

La técnica que emplea este autor con frecuencia es una especie de palimpsesto en el que se ha mezclado la pintura con la arena sobre madera en un trabajo que demuestra la creación y la destrucción, la destreza que ha sido rechazada para dar eminente sitio al azar y al abigarramiento tanto de texturas como de colorido. En efecto, Magdiel ha pintado y ha borrado para volver a pintar, incluso ha cubierto con arena lo pintado y luego raspó las superficies para lograr asombrosas texturas en ocasiones, o bien, abigarradas combinaciones de colores.

 
 

El trabajo de este hidalguense es figurativo, sin embargo, los significados hacen de su pintura una inmensa aproximación a la poesía por dos rutas, al menos. Una es la polisemia de sus cuadros, las cabezas cercenadas o quizá escultóricas si no fuera por su exceso de humanidad, los animales insólitos, la fragmentación de las figuras, los objetos anómalos, simbólicos. Cada cuadro es un sueño o bien un delirio, lo que se ve poderosamente reforzado por la relumbrante –quizá enfermiza– coloración. Otro acercamiento a la poesía en este trabajo es el intrincado simbolismo: los animales ya sorprendentes, ya absurdos o bien insólitos. La aparente incoherencia abre territorios de expresividad y significación.

 
 

La composición generalmente es simple, o al menos caprichosa, con salvedades en donde aparece abundancia de motivos. Esto hace un contraste. Mientras algunos cuadros son decididamente desolados en donde resplandece el vacío avasallando a una enigmática figura que, en tal contexto adquiere una tremenda fuerza simbólica, en otros encontramos una abundancia de objetos, una profusión de colorido y de texturas por el efecto palimpsesto.

 
 

La obra aquí expuesta coloca al autor en las proximidades del surrealismo y la poesía. Siempre será rico y sugerente quien aproveche los contenidos de sueños y pesadillas para alcanzar una mayor amplitud de conciencia, por más que ésta contenga el potente veneno de la evasión: el abismo de la locura.

 
 

Finalmente la obra de Magdiel Pérez es una personalísima catarsis, un viaje a los abismos de la propia personalidad, un atisbo al escalofriante mundo de la oscuridad interior y en tal sentido, un valeroso enfrentamiento consigo mismo, lo que junto con la fusión que realiza el artista con sus materiales dan, sin duda, la obra de arte: ese regalo para la humanidad.

 
     

 

 

 

 

 

1.Mar.08
   

 

 

 
   

 

 
 

Magdiel Pérez

 
 

Ha expuesto su obra en gran número de ciudades de México, como Morelia, Aguascalientes, San Miguel de Allende, Guanajuato, Puebla, León, Celaya, Ciudad de México. Asimismo ha expuesto en diversas ciudades de Estados Unidos, un cuadro de gran formato de su creación se colocó en la estación Plärrer del metro de la ciudad de Nüremberg, Alemania; asimismo ha tomado cursos de grabado en Barcelona, además de exponer su obra en tal ciudad.

 
     

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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