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11 de julio, 2022

   

 

 
 
 

 

 

Por Pterocles Arenarius

 

 

Enstasis

Violeta Ortega: Islera

 

Trabaja en el mundo invisible al menos

tan duro como lo haces en el visible.

Rumi

 

 

 

Islera es un homenaje a un toro bravo que murió en los avatares toreriles, pero no sin antes llevarse entre su cornamenta a, ni más ni menos, que el famoso torero llamado Manolete (si no mal recuerdo se llamaba Manuel Rodríguez). El toro se llamaba Islero. Su madre fue Islera. Hoy, Islera es una galería de arte. Se encuentra —precisamente como habitante de una isla, es decir, islera— en el corazón del más que populoso barrio de La Merced, otrora gran centro de abastecimiento citadino del que fuera Distrito Federal, en el mero Centro Histórico de la Ciudad de México.

La actual exposición de Islera es el trabajo artístico de Violeta Ortega Navarrete. Ella ha trabajado, en otros momentos, con diversas técnicas, como el dibujo, el óleo; la acuarela e incluso el tejido, en el que ha ejecutado obra en diversos materiales incluido el metal.

Hay un bueno número de circunstancias que llaman poderosamente la atención tanto de la galería como del trabajo de Violeta.

En primer lugar es de destacar la ubicación de Islera. Pocos sitios de la ciudad parecieran más ajenos a una galería de arte moderno, alternativo, incluso vanguardista, que el famoso barrio de La Merced. Islera es una casona posiblemente construida a inicios del siglo XX, si no es que antes. Es decir, la construcción ya debe frisar el siglo de edad, si no es que se aproxima vertiginosamente.

Fue, necesariamente, una casa habitación en casi toda su historia durante varias generaciones de las familias Montes de Oca, Navarrete y Ortega (como detalle anotemos que Violeta Ortega Navarrete nació en esa casa que hoy es Islera, es decir, que da alojo a la galería). Hoy tal construcción ingresa en los catálogos de la manifestación artística. Las calles en donde se encuentra Islera —en la esquina de Adolfo Gurrión y Carretones— son albergue de negocios comunes en el sector: abarrotes, restaurantes, puestos de tacos, tiendas de vasijas de plástico, de jarcias y un largo etcétera. Ahí está Islera, con su decorosa austeridad, en medio de la curiosa indagación y la extrañeza de sus vecinos comerciantes e incluso de los habitantes del barrio.

Apenas hace unos días la revista Chilango ha hecho una brevísima reseña, más bien un aviso de la existencia de Islera: https://www.chilango.com/cultura/galerias-arte-emergente-escondidas-cdmx/

La obra de Violeta Ortega consiste, en lo material, casi sólo de tejidos. Aunque también hay un par de trabajos en donde hace aplicaciones de hilo sobre tela y tres más en los que combina metal con textiles.

En algunas de las piezas el trabajo de la artista no deja de ser desconcertante. Siempre, para intentar una caracterización de esta obra, habrá que decir que es un ejercicio extremo de libertad.

No es ocioso señalar que cualquier actividad u objeto o texto que aspire a la categoría de obra de arte, debe ejercer, antes que nada y sin restricción alguna la libertad. Y, en efecto, la exposición de Violeta, titulada Enstasis, es, antes que nada, libertad.

La palabra que inventó —ejercicio libérrimo— la autora para nombrar esta exposición Enstasis, define en buena medida al conjunto de la obra. Enstasis, de En-simismamiento y Éxtasis.

Las diez piezas que forman la exposición Enstasis reflejan, sin lugar a duda, las circunstancias que dieron origen al nombre de la exposición.

Tejer, que es lo que principalmente ha hecho Violeta para esta exposición, es construir sobre el vacío. Es necesario un truco muy astuto para empezar un tejido de la nada y con tan sólo un hilo. Nunca deja de asombrar el hecho de que las mujeres tejen, crean a partir de hilos hacen un entramado, lo dirigen, le dan forma y entregan un objeto. Guardando la necesaria proporción es como concebir, gestar y parir. En los hechos de este mundo tener una criatura es incluso más fácil, sólo hay que hacer sexo y dejar que la naturaleza haga su trabajo.

Ensimismamiento y Éxtasis son dos conceptos de la espiritualidad. Ambos implican el más arduo trabajo posible en nuestro tránsito por este mundo: conocer a sí mismo. “¿Quién es el mar, quién soy? Lo sabré el día / ulterior que sucede a la agonía” nos dijo el iluminado Borges. Esa es la gran búsqueda. Y el encuentro es un vislumbre que dice un atisbo de lo que quizá seamos. La obra de arte es el descomunal atrevimiento de hacerlo saber al mundo. Decirlo todo: que es decir nada. Eso que soy, ni siquiera yo mismo lo entiendo. Eso me recuerda, en el ejemplo más simple, al irracional √2 = 1.4142135623…: decimal infinito no periódico. El primer número irracional conocido de la historia humana, el que, por cierto, dice la tradición, provocó una crisis tan tremenda entre los pitagóricos; estamos unos 500 años antes de nuestra era —porque estos números irracionales rompían con la armonía universal que se expresaba gracias a los números racionales— que aquél que se atrevió a divulgarlo, Hipaso, fue asesinado y se dice que lo ejecutaron los fieles al inmortal Pitágoras. Filósofos ellos.

Pero el número √2, aunque es infinito y sin periodo, se puede manifestar con exactitud de milmillonésimas: simplemente trácese un cuadrado de medida arbitraria, considérese que el largo del lado del cuadrado es uno; trácese la diagonal del cuadrado. Ese segmento mide —dependiendo de la exactitud que se hayan dado a los lados— √2, con una aproximación muy buena. Más, mucho más que la necesaria para fines prácticos. Si se me disculpa la gran digresión, vuelvo al tema. La definición de quién soy es imposible. Sin embargo, igual que √2, que no se puede escribir porque es infinito, sí se puede hacer manifiesto muy exactamente con un segmento. Igual, no sé quién soy, ni siquiera tengo una idea aproximada, sin embargo, con la obra, con los bordados, con los tejidos, con los dibujos (abstractos) es posible una aproximación, un atisbo de aquel misterio.

Construir es construirse. Crear una obra es crearse. No somos nadie, más bien somos nada (si ni siquiera el sapientísimo Borges sabía algo de sí mismo). Sin embargo, en la obra nos definimos, nos creamos. Incluso nos recreamos. Somos eso: la obra.

     

La exposición Enstasis de la artista Violeta Ortega en la Galería Islera, en el Centro Histórico de la Ciudad de México

 

 

 

 

 

 
 
 

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Recuerdo que Violeta cuando era una criatura de tres años de edad decía “Papá, ¿verdad que todo pasa?... hasta la ciruela pasa”. Hasta el infinito universo pasa, está pasando y concluirá. La obra de arte es el desesperado intento por detener el tiempo. Y el propio padre Cronos, tan despiadado, es muy clemente con la obra de arte. Incluso, con inefable candor somos capaces de decir que “La belleza es inmortal”. Y la obra de arte eso se procura: la belleza, lo que es decir la conmoción del alma de quien contempla la obra. Esa es la búsqueda del artista. Que es la búsqueda de sí mismo. Y sólo es posible, si se me permite el uso del neologismo de Violeta, mediante el Enstasis.

 

 

 

 

 

 
               
               

 

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