11.Feb.14
CAYÓ LA SANGRE AQUÍ
Por CARLOS SANTIBÁÑEZ ANDONEGUI
Tulancingo cultural
tras los tules... |
Tulancingo, Hidalgo, México |
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En la inauguración de la muestra México se pinta solo, conmemorando el Día de la Constitución Mexicana, en la Casa de Cultura San Rafael, estuvieron los escritores Carlos Santibáñez, Carmen Saavedra, Jorge Borja, Pterocles Arenarius y Nicolás Fuentes para una lectura magistral, el pasado 7 de febrero.
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11.Feb.14 CAYÓ LA SANGRE AQUÍ Por CARLOS SANTIBÁÑEZ ANDONEGUI
Cayó la sangre aquí, la generosa sangre vertida en aras del decoro, pero, al brotar, tornóse luminosa, y al recibir del sol la flecha de oro cada gota de sangre, se hizo rosa.
(Luis G. Urbina, En el bosque sagrado)
Para Cristina de la Concha
México, país de apariciones y nostalgias, ha ido reconstruyendo su pasado en las últimas décadas. Ahí está ya a la vista, templado y fuerte, el Templo Mayor. Los mexicanos hemos ido recuperando nuestro pasado en los últimos años. Por cantidad de estudios que lo relatan, el mundo azteca o el mundo maya se encuentra más cerca que lo que podía estar hace treinta años. |
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Ya decía Arqueles Vela, que el descubrimiento de las pinturas de Bonampak, había confirmado la teoría sobre la estructura social de la cultura maya, enunciada desde 1936. “Las manifestaciones artísticas mexicanas maya y azteca, como todas las producidas por una organización de tipo feudal, son representativas y frontales; imperativas y solemnes; sublimes y rituales”. El mismo Arqueles Vela reconoce décadas más tarde, que esta hipótesis, “que entonces tenía un mero valor literario porque establecía una teorética opuesta al conocimiento sobre el antiguo México, considerado generalmente como cultura primitiva, tiene hoy en día un valor científico al constatar que en el curso de la historia, el proceso artístico revela el desenvolvimiento de los sentimientos y de las ideas de todo grupo social. (1) Se ha resaltado en los murales de Bonampak, el predominio de la figura humana que se yergue con la actitud solemne e imperativa; el gesto sublime y ritual, y la tonalidad heroica de la Ilíada. (2) También el novelista Agustín Yáñez, impresionado por la belleza de los murales, y emulando el muralismo de Rivera, Orozco y Siqueiros, como exponente de los valores de nuestra nacionalidad, trató de cimentar su arte en lo que él denominó el muralismo literario. La auténtica grandeza de México se ha plasmado en el arte, en la pintura y en la novela. La novela de la Revolución es quien en verdad traduce de la que Yáñez ofrece un claro ejemplo, Al filo del agua, aunque ya posterior en tiempo pero que recrea el clima del levantamiento que cifró al pueblo en los principios del siglo XX, tanto como La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán, o Los de abajo, de Mariano Azuela. “La moral de un pueblo es su fuerza invencible”, decía Agustín Yáñez. (3) Si el México de la Colonia había perdurado por siglos, propalando la dominación hegemónica de quienes ejercieron el poder militar y también el dominio ideológico y cultural, la guerra de Independencia permitió un replanteamiento de aquel estado de cosas. Un novelista preclaro, como José Joaquín Fernández de Lizardi, tuvo claro el cambio de rumbo y por eso asumió la responsabilidad de orientar la opinión pública en los momentos cruciales del parto de una nueva época, escribiendo a caballo entre dos siglos su popular novela El Periquillo Sarniento, donde expresa “Nadie crea que es suyo el retrato”, pero al final nos retratamos todos, los pobres, los ricos, los escritores, los maestros y los que vendrían después, al amparo del pensamiento liberal que arrancando desde las trincheras de la Revolución francesa y pasando por el ansia de libertad de las trece colonias norteamericanas, impregnaría el pensamiento moderno a través de obras como la del Espíritu de la Ley de Montesquieu o el Contrato Social de Rousseau, que plantean que el hombre es libre y no obstante en todas partes está encadenado, y que la sociedad necesita para pasar del estado de naturaleza al estado de civilidad, celebrar un pacto. |
Un pacto a partir del cual delega en sus representantes la facultad de hacer leyes que la dirijan, que la limiten y hagan prosperar, y estas ideas liberales, fueron desarrolladas en México, después de que los documentos de la guerra de Independencia plasmaron en un primer momento lo que sería la base de la nueva situación social del mexicano ya como nación independiente, cuando menos en el terreno económico y político, de España. Destaca el libro llamado Los Sentimientos de la Nación, de José María Morelos y Pavón. Más adelante, las obras de José María Luis Mora, el pensamiento de Lafragua y otros, prepararon el camino para adaptar el contenido liberal a nuestro México, y eso se reflejó en autores como el también licenciado en Derecho Ignacio Ramírez El Nigromante, tradicionalista en la forma, mas revolucionario en la acción y vida. Afianzó logros en el deslinde de lo religioso y lo social, militó al lado de un mexicano ejemplar que no podemos dejar de mencionar cuando se trata de comentar lo que ha sido nuestro país, que es Benito Juárez, el Benemérito quien fundado en un razonamiento de Kant, encuentra un camino de verdad política en aquel postulado kantiano que pregonaba que el respeto al derecho ajeno es la paz en las naciones, y Juárez procuró hacerlo verdad en el plano individual. Por un ideal, nunca como en tiempo de Juárez se hizo presente, que valía la pena luchar, vivir, y en dado caso, morir. “Los hombres no son nada. Los principios lo son todo”. Interesante es el caso del escritor José María Roa Bárcena, que alcanzó a entrar a los primeros años del siglo XX pero no vio el estallido revolucionario y para él fue mejor, porque no simpatizaba con las ideas liberales, sino que llegó a apoyar el intervencionismo de Maximiliano, pero también, y aquí hay algo insólito, se sublevó contra él cuando sintió que los actos del supuesto emperador no correspondían, ya no al pensamiento liberal o al plan general de nación independiente de México, sino al propio espíritu conservador que anima a la reacción. Su caso me hace recordar algunos impulsos honestos habidos en el gobierno de Maximiliano como el del jurista Teodosio Lares, que realizó una ley de lo Contencioso Administrativo que sirvió de modelo pero jamás llegó a implantarse en México, y aquí llegamos a un tema, todavía más intenso dentro del maremágnum de componentes que integran esta nacionalidad. Se hacen buenos estudios, se planea y se proyecta pero las decisiones tomadas en la cúpula se estrellan al llegar a las bases. Fue precisamente el problema del porfiriato, en que después de tanto lucimiento de la ciencia, auténtico y estratégico pues recordemos que a sus colaboradores se les hacía llamar “los científicos”, todo quedó igual o peor, las buenas intenciones se van a los museos y en la realidad se esparce la miseria y el hambre, como en aquella rosa poética que intuyera el poeta Fernando Calderón: Estás condenada/ a eterna soledad y amargo lloro. La historia de México ha dado tales giros después de este poema que él dedica A una rosa marchita, que moverían a pensar que el poema ya quedó atrás. Los valores poéticos del modernismo todavía ni siquiera se preparaban a arrancar. Faltaba por venir la lucha revolucionaria en que un Flores Magón apostrofara: “Somos la plebe rebelde al yugo, somos la plebe de Espartaco, la plebe que con Munzer proclama la igualdad, la plebe que con Camilo Desmoulins aplasta la Bastilla, la plebe que con Hidalgo incendia Granaditas; somos la plebe que con Juárez sostiene la reforma”. (4) No tan lejos de ahí, la audacia de un Zapata contestaría a Madero cuando le proponía en un telegrama un salvoconducto para abandonar el país al triunfo de la revolución maderista: “Mi integérrimo general. Yo no estimo los triunfos a medias, los triunfos, en que los derrotados son los que ganan…” Y la traición de Huerta habría de llegar… Faltaba oír en este escenario, la voz de Vicente Lombardo Toledano: “Nuestro país, al fin Colonia, no sólo ha sido un país de caudillos y de caciques, sino que ha sido un país de gente que en cuanto vive en el privilegio, cierra las puertas a otros por temor a compartir el pan con los demás… (5) Se haría un silencio total para escuchar al otro Octavio Paz, al que sí hay motivos de loa para celebrar, pero que nunca sale en los homenajes. Aquel que dijo: “La matanza de Tlatelolco nos revela que un pasado que creíamos enterrado está vivo, e irrumpe entre nosotros. Cada vez que aparece en público, se presenta enmascarado y armado; no sabemos quién es, excepto que es destrucción y venganza”. (6) Y cuántas, cuántas voces quedarían por reseñar aquí. A partir de aquellas que resonaron sólo al interior del Congreso Constituyente de 1917 para plasmarse en la Asamblea Constituyente de Querétaro, donde se irguieron como reclamo social hasta plasmarse en nuestra Carta Fundamental en calidad de artículos que consagran en su primera parte, llamada dogmática, las garantías individuales y después las sociales, esa Constitución de avanzada en su tiempo, en que la soberanía emana del pueblo y se instituye para beneficio de éste, y se ejerce por un gobierno electo democráticamente, bien, pues en esos avatares en que la democracia ha ido para acá y para allá, y hemos tenido un volar al sueño, al ideal de que todo iba a cambiar, y el cambio sería HOY, HOY, un volar a la esperanza de que todo mejoraría con una guerra tristemente llamada del narco, en la que como en toda guerra a fin de cuentas nadie sabe para quién pelea, pero se ha reafirmado con la vuelta priísta, el ejercicio de una soberanía por el pueblo, la noción de que a fin de cuentas el protagonista cuando menos en teoría, de esta historia y esta CONSTITUCIÓN es el pueblo, y sin embargo sale uno a la calle y en tantos rostros ajados y contritos, en tantas ilusiones defraudadas, familias desunidas, disfuncionales, niños de la calle, abusos de todo tipo, intelectuales desapartados, poetas proscritos y un enorme misterio ante la poca concentración del poder y del dinero en unos cuantos, hoy como entonces puede uno leer aquel poema del soldado Fernando Calderón A una Rosa marchita y aplicarlo a las características actuales, a las víctimas de la parte amarga del sistema de este México triste, ahora ya compuesto hasta con tantas promociones turísticas, con el advenimiento de la fortuna más grande del mundo, con la apertura de las televisoras que abrazan en teoría la competencia y el entusiasmo de la libre empresa. Sin embargo, uno puede, y aquí duele lo que voy a decir, puede leer claramente en todos y cada uno de los rostros que encuadran esta historia, el valiente poema del soldado inmortal:
¡Ven, ven, oh triste rosa! Si es mi suerte a la tuya semejante, Burlemos su porfía.
Ven, todas mis caricias serán tuyas, y tu última fragancia, será mía.
1. Arqueles Vela, Fundamentos de la literatura mexicana, Editorial Patria, México, 1966, p. 7 ss. 2. Loc.cit. 3. Agustín Yáñez, Discurso pronunciado en IPN, el 3 de febrero de 1966, Discursos al servicio de la Educación Pública, SEP, México, 1966. 4. Ricardo Flores Magón, núm. 5 de Regeneración, oct. 1, 1910 5. Vicente Lombardo Toledano, Discurso pronunciado en ciudad de México, el 15 de abril de 1939, La juventud y el mundo, Partido Popular Socialista, México, 1980. 6. Octavio Paz, “Olimpiadas y Tlatelolco”, del libro Posdata, Ed. Era, 1972. |
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