Última voluntad
Al lado del lecho de muerte, la siempre abnegada esposa velaba los
últimos momentos de su esposo. Su cercana viudez se abría como el
reconfortante par de brazos que le daría el regocijo que no tuvo desde
su noche de bodas.
Resignado a morir, el hombre, con voz entrecortada, daba su última
voluntad a la mujer, que escuchaba en silencio. No le dejaría nada, ni
siquiera un lugar propio para vivir, pero aún tuvo fuerza para ordenarle
enfáticamente que sus cenizas fueran arrojadas al mar. Nada de
protocolos. Sólo ese último deseo.
Llegado el momento, la mujer cumplió su voluntad –la de él y la de
ella–. Decidió así arrojar las cenizas en el inodoro y jalar la palanca.
Eventualmente llegarían al mar.
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