30.Ene.17
De Carlos H.
Vázquez
Te dejo tres besos en agonía.
Tú sabes si los dejas a la deriva
y sus cadáveres te persigan en sueños.
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Platicar con un espejo sin luz,
oculto en los rescoldos
de una vereda sin rumbo.
Detener el paso ante el camino
que no es camino,
ante el reflejo que se ha
negado
a reflejar las palabras
que a últimas:
ni palabras son.
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No sepas nada.
Haz las ordenanzas del sentir.
No traigas a la cama el diccionario,
el relicario de oriente,
las historias de tu infancia, de tu madre, de tu abuela,
de tu patria.
Ignora a plenitud,
en la misma proporción
y dirección de donde
enciende el faro
de tus montañas arcoíris.
(Sabe más la materia por
su estar
que acaso por su ocaso del
saber).
Entra desnuda, ciega,
muda, tormenta
sabia
exquisita.
Grumos de Andrómeda
entre mis palmas
entre mis labios
entre la alfombra
entre el rincón
del recientemente
fláccido-vacío.
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Esa mujer de alma eterna.
Cuando menos me lo espero,
se ha mudado a otro cadáver
del que vuelvo a enamorarme.
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El infierno debe ser
un lugar de nombre náhuatl
donde se arrojan migajas
y poesía en pedacitos.
Una mujer de rebozo
corre entre los marchantes
coge un puño de palabras
y lo guarda pa´ sus hijos.
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