La poesía marcha con pasos a prueba de años. Sus “Doradas bicicletas”, son esos cuerpos, esas piernas que transportan fuerzas que hacen resplandecer la materia, “rompen con la rutina/ y vuelan como el viento/ ¡hacia la libertad!”. Transitar por el mundo, es hacer el viaje a cada palabra, dice Erasmo: “Voy por el mundo disfrutando del color y el sabor de las palabras”. Junto con las palabras, las miradas: “La mirada de mi sombra que cuando el sol se oculta: crece y crece”… El poeta denuncia: en este país, existen “Hombres con olor a azufre”, mensajeros de la muerte que “entre plagios, levantones y secuestros”, vagan sin alegría por el mundo, donde les es difícil “disfrutar con inocencia del resplandor del sol”.
En el lanzamiento del libro ante la Representación del Gobierno de Guerrero en la Ciudad de México, el pasado 10 de diciembre de 2015, insistí en la definición de poesía como la quintaesencia de los significados humanos expresada con valor exponencial. Porque la forma en que se plasma invita a ser reproducida, el poema es algo que se repetirá, primero por miles, después por millones. Lo poético se halla en todas partes; el poema, no. Hay poesía en captar la voluntad del pueblo, el poeta es también, como dijo Borges, delegado del pueblo. Ante el Representante del gobierno de Guerrero, René Juárez Albarrán, expresé que hay poesía en la emoción social, de trabajar a favor del pueblo. La poesía de Nava Espíritu es buena para recordar a las mujeres de San Juan Copala, que “al cruzar por el monte/ alegran el paisaje,/ semejan mariposas/ que detienen el tiempo”. Poesía es también rescate. Abuelo al que poderle predicar: “Descansa. Tu verdad bañada de silencios ha sido dicha”.
Ser sincero, es ser potente; mas para ser poema, ha de fundirse a aquel silencio de la noche donde brilla la estrella que nació en la mitad del eco del relámpago, como la espuma que tomó forma en la patria misma de Erasmo: Mochitlán.
Después, nutrirse de todo, aun del “silencio que envuelve a los trabajadores que viajan en el metro,/ como cadáveres de derrotados guerreros/ que esconden su sonrisa avergonzados”. Erasmo Nava Espíritu, lo digo a mucha honra, es el primer miembro del taller que dirijo en Fundación Cultural Samperio que alcanza estas alturas. El libro ya ha ganado la atención de poetas como María de los Ángeles Manzano Añorve, al presentarlo en el Museo José Juárez, ha invitado a reflexionar a Isaías Alanís, Edgar Altamirano y Napoleón Rendón, amigos como Juan Daniel Ramos. Nada sobra en poesía. Todo llega a su hora. En el poema que brinda su nombre al libro, Erasmo escribe a su esposa Luz Ma: “tocan a mi pecho y a mi alma de doble cerradura los recuerdos”. Como palomas blancas llegan jadeando los recuerdos. Reza León Felipe: “Somos como un caballo sin memoria,/ somos como un caballo/ que no se acuerda ya/ de la última valla que ha saltado”. Hay algo de animal en el esfuerzo que envuelve a las ciudades. “Todo esto se mueve, dice Erasmo, como un enorme animal de cien patas que jadea”. Y ese animal que crispa, que se encueva y se dibuja en las grietas es quien a fin de cuentas, escribe la historia. Esa que “día con día, se escribe en un grafiti”.
Algo que rescatarle a la vida es su energía de viajes, “en los que la esperanza la dirige hacia el sol”. Aunada al incentivo de la mujer como hallazgo, la poesía de Erasmo es poesía de trayecto, que se pone en viaje y hace maletas. Toda poesía es viaje, expedición a vocablos en los que uno, en algún momento tiene la percepción de dirigirse a algo extraordinario. En su poema “Vuelo MX 0641”, el poeta se aproxima a un vuelo. ¡Vamos con él!: “Tengo algunas palabras en la mano/ con ellas un viaje voy a realizar”. Sea lo que sea, la región y el enigma son reales. La zona en que corremos para abordar se vuelve a todo trance, limitada. Un retardo entonces empuja el radar de la vida. El mundo es un lugar de luces misteriosas, de crónicas de muertes anunciadas.
Otros verán sólo un retardo. Mas quien conoce el viaje hacia la quintaesencia de vocablos queridos, capta su valor agregado en tanto vasos de lo imaginario, como la palabra agua, que le trae la aeromoza, como el de la Muerte que Gorostiza entrevió sin fin: “El vaso de agua es el momento justo”.
Vivimos como llevados de la mano de una misión ultra secreta. Cuando nos acercamos a la última parte del viaje, acechamos un rostro, un delicado rostro como el que nos anuncia el libro de los Reyes que el poeta asume como epígrafe: “no nos pondremos a la mesa,/ hasta que venga…”. Entonces nos damos cuenta que lo que hemos venido buscando como Erasmo, es aquella “sonrisa que llevarnos al sol, rumbo a la eternidad”. A tiempo de partir vienen cosas extrañas para las cuales no hay explicación. Parecida a un sueño es la vivencia de Erasmo, gritando: “¡Salven todos el rostro!”, para, de esa manera, ganarle a la muerte. Tiene que ser la muerte la partida, el momento en que se acciona el reactor y el avión logra elevarse. Erasmo va a decirlo a su modo. Sin salir de la anécdota simple, ligeramente poetizada, en que se ha superado el retardo que él tanto temía, gana a la historia a la que enfrenta, y la nave le lleva “dejando tras sí: una estela de ruido,/ luces y sombra…”.
Un paso más y todo habrá sucedido. Un paso más y ese modesto avión ya jamás aparecerá en el radar.