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El amor a la naturaleza se convierte hoy en día en
manifestación de urgencias en la que también la poesía habla
(ella más que nadie) con una voz nacida de los antros
agredidos por el nefasto asedio. Somos los seres humanos los
más favorecidos en los procesos naturales y somos los más
sañudos en los hechos adversos sufridos por estos procesos.
Nos estamos muriendo y continuamos tercos asumiendo con
eficiencia maldita nuestros procesos devastadores. Especies
que desaparecen de la faz terrena, cadenas vegetales que
sufren en el orbe, todo nos anuncian lo que vendrá, el
apocalipsis sin duda, pero nosotros permanecemos ciegos y
sordos no obstante las muestras claras que nos anuncian una
futura hecatombe.
El amor a la naturaleza puede manifestarse en poesía, en
música, en las artes plásticas y en las escénicas, el
desamor también, y es nuestro derecho más genuino el
recurrir a estos lenguajes para decirnos y admitirnos
tercos, insensibles, litógrados ante el derrumbe
incontenible, ante la posible devastación de nuestra casa,
la que no hemos sabido administrar, la que nos cubre
mientras nosotros la descubrimos.
Hincada por estas veracidades, la escritora y pintora
Cristina de la Concha acude a la poesía para saldar su
responsabilidad mostrándonos a través de ella los paisajes
internos y externos que la han llevado a escribir su libro,
el de hoy para mañana, Eco lógico… de un lamento y otros
poemas.
Los paisajes violentados, los seres aniquilados bajan a
beber agua de sus ríos cristalinos y entonces Cristina se
nos vuelve crístina, como el primer trino en el inicio de la
mañana, con el latido con el que el hombre recibe el día. La
naturaleza amagada y el límpido libro de poesía como
protesta, como alegato del colibrí y el saurio, leve viento
y rasposo suelo entre los que nace y se reproduce lo que
somos. |
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