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24.Sept.25

 
     
     
     
     
  Daniel Zetina  
     
     
     
     
     
     
     
     
     
     
 
     
     
     
     
 

 

El Callejón del Diablo

(leyenda)

 

 

 

 

Lo que voy a contar ocurrió en Cuernavaca, Morelos, hace algunos siglos, pero lo que hace más impresionante esta leyenda es que el lugar aún existe y se puede visitar. Es una calle o camino que conecta las avenidas Madero y Álvaro Obregón, al norte, en la colonia Miraval, no lejos del centro de la Ciudad de la Eterna Primavera. Es un callejón que cruza una pequeña barranca, en donde los vientos hacen los ruidos más extraños. El camino baja hasta un viejo puente de piedra y luego vuelve a subir hasta una curva que lleva a la otra calle. El puente fue construido por órdenes de Hernán Cortés. Cuenta la leyenda que el conquistador huía de sus enemigos a caballo, cuando bajó a la barranca. Al parecer, su caballo voló por arte de magia y así cruzó el río, mientras sus perseguidores se quedaron perplejos al otro lado. Por eso, Cortés mandó construir el puente que aún hoy se conserva.

Ahora casi no se usa, mucha gente lo evita, incluso en auto. Lo mismo pasaba durante la Colonia, a pesar de que podría considerarse una de las mejores rutas para cruzar de un punto de la ciudad al otro, la gente prefería dar un largo rodeo antes de pasar por ahí. Muchos años después de lo que ocurrió, el presidente Porfirio Díaz construyó un puente más grande y moderno sobre la Barranca de Amanalco, con lo que el nuestro cayó casi en desuso.

Volvamos a la historia. La callejuela está rodeada de un generoso follaje, con los frondosos árboles, enredaderas y las infaltables bugambilias típicas de la ciudad. Eso hacía oscuro el andador, incluso con la luz del sol. En aquellos días, vivía a medio callejón un hombre enfermo de tuberculosis o algo así, solitario y tenebroso, que casi nunca salía de su casa. Se decía también que a media noche, el Diablo se apersonaba en el puente, al pie de un árbol o a caballo, y que deambulaba por el callejón como esperando a alguien.

Pero nunca falta un grupo de amigos, que se creen muy machos, y que en medio de la fiesta hacen propuestas locas. Una noche, un grupo de amigos apostó su hombría para ver quién bajaba a esa hora. Tocó a un joven, que envalentonado, juró que llegaría al otro lado sin problemas. Para ello, llevaría como prueba una flor que solo crecía al fondo del barranco. A medio descenso, en plena oscuridad, el joven se guiaba más por el tacto, pues incluso la luna tampoco iluminaba sus pasos.

De pronto percibió en las penumbras un bulto. Levantó los puños y enfrentó a su oponente. Pero no era otro hombre, sino el Maligno mismo, que se convirtió en un espectro luminoso y se abalanzó sobre el joven. Este corrió con todas sus fuerzas y llegó hasta arriba. Al otro día contó lo que había visto y nunca recuperó del todo la cordura.

La historia llegó a oídos de los hombres sabios y poderosos de la ciudad, quienes decidieron consultar a un místico, que les recomendó que llevaran ofrendas al lugar para congraciarse con el Demonio y que de esa manera no atacara a nadie más. Pronto, muchas personas, en especial vecinos de la zona, depositaban al pie del árbol donde se producían las apariciones ofrendas en monedas o joyas de oro y piedras preciosas. Quienes donaban sus bienes decían sentir un gran alivio. Cada amanecer, las joyas habían desaparecido. Claro que nadie quiso comprobar lo que sucedía con ellas por la noche. El único que vivía sin problemas allá abajo era el huraño y feo tuberculoso, quien no hablaba con nadie, pero que tampoco parecía estar preocupado por las apariciones que todos comentaban.

Así pasaron muchos años, sin más apariciones. Incluso, alguien se atrevió a llevar la imagen de una Virgen de Guadalupe, que igual que otros elementos, aún se puede ver allá abajo. Pero resultó que un día el tuberculoso fue visto tirado a medio callejón, agonizante. Algunos curiosos se acercaron y vieron en su rostro un terrible pavor. El hombre, con sus últimos alientos, les señaló la casucha donde vivía, como pidiéndoles entrar. Cuando se reunieron muchas personas, entraron en grupo al lugar. Ahí encontraron cajas llenas con las joyas ofrendadas al Diablo. Pero nada más pudieron averiguar, pues el hombre en la calle ya había muerto. Salieron de la casa y del callejón, sin atreverse a tocar las joyas ni a levantar al hombre, que misteriosamente pronto desapreció.

Los habitantes de las calles aledañas afirman que aún se escuchan de pronto ruidos extraños y lamentos y que llegan a verse extrañas luces y destellos que salen de la barranca. Una cosa más a destacar es que desde hace décadas y hasta la fecha, en la calle que forma parte del Callejón del Diablo hay un brujo que ofrece sus servicios.

 

 
     
     
     
     
     
     
     
     
     
     
     
     
     
     
     
     

 

 

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