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El poemario está
constituido por tres apartados que configuran las
miradas del habla en tanto esta se hace cuerpo sonoro de
un yo poético que se oculta tras la maraña claroscura de
la palabra. Los apartados son Mudar el habla,
El cuerpo deportado y Post-humo.
Griselda recorre como una poeta mendicante las sendas
para atravesar el cuerpo como vastísimo territorio
literario, histórico, filosófico, hasta sicoanalítico.
¿Qué otro motivo más potente posee la cultura argentina
hoy para provocar a la poesía? Estamos hechos de
cuerpos… de los presentes, de los ausentes, de aquellos
que buscamos, de la sangre, del aliento amoroso, de lo
que soporta, de lo in-soportable, de la tradición
literaria frente a la cual Griselda se monta en un
abanico que va desde la tradición medieval hasta el
surrealismo y el neobarroco.
Vástago y mendigo de la
palabra, el cuerpo sonoro de la poesía de Gómez invita a
leer Mudar el habla en la potencialidad
significacional que implica el pespunte, es decir, letra
por letra, verso por verso; y en este cintureo es
posible reconocer los caminos de nuestra mejor poesía,
más precisamente a “Valer la pena” de Juan Gelman y los
susurros de Alejandra Pizarnik. Mudar implica cambiar y
al mismo tiempo callar, enmudecer… pero allí donde en
apariencia hay silencio hemos de reconocer el habla
ubicada en los pliegues de la mudez, en los cambios de
tono con los cuales la cadena de versos invitan al
lector a recorrer el cuerpo. Los epígrafes de César
Vallejo, René Daumal y Edgar Allan Poe son las tanzas
arrojadas para leer en espejeo los textos de Gómez. Más
que citas literarias estos injertos que inter/vienen su
poesía, son ojos para mirar/se en el cuerpo (no sólo
literario) de estos autores. La palabra, el grano de la
voz barthesiano, es “tridente”, pócima abismal como es
el proceso de significación en la poesía de Griselda.
Finalmente, mi ojo lector
se detiene en la fecha “2012-2013” de
Mudar el habla
y pienso que la notación temporal es un ordenamiento del
corpus último de la poeta. Sin embargo, he recorrido la
obra anterior de Griselda Gómez en la cual el cuerpo
emerge y mi ojo lector escucha en Mudar… otro tono; no
menos político ya que no hay cuerpo que no lo sea. Leo
el bordado de la intensidad del habla, hecha de un
grito, de un jadeo más íntimo desde donde también
interpela al cuerpo social. Así, mi cuerpo atravesado
por “Mudar…” se abandona a la imagen del torrente
(¿sanguíneo?) y al abismo.
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