La Olla de Barro
por María Guadalupe
Montes de Oca
.
Dicen que hay
que gritar en una olla de barro para que aparezca lo que se ha
extraviado. Es tan efectivo que hasta se puede llamar al ser amado
y, aseguran las lenguas que saben, al poco tiempo llegará.
¿Dónde
encuentro una olla con una boca suficiente?, ¿con un vientre tan
enorme que soporte el peso de las tantas cosas perdidas?, ¿una cuyo
fondo oscuro y vacío no me devuelva sólo mi voz reverberante?
Busqué en los
lugares posibles. Empecé por mi alacena, luego pregunté con las
vecinas, con la madrina Lucía, en la tienda del mercado, en la plaza
de la Pluviosilla. Nada. En ninguno de esos lugares había una vasija
tal como la necesito: Alta, de cuello estrecho, alargado para que lo
extraviado se asegure en el fondo y no vuelva a perderse. Con un
vientre generoso, de sonido seco al golpe de los nudillos, sin
grieta alguna. De una sola pieza y, lo más importante, nueva, que
nadie nunca la haya usado.
Un lunes
tempranísimo fui a la plaza del pueblo de Santa Lucía. Hice trato
con la vendedora quien me dio la receta de su abuela para curar la
olla como se debe. Me explicó que era mejor esperar a los soles de
marzo, porque es el mes de agradecer a la Madre Tierra. Debía
aprovechar los primeros días, en los que ella regala a los hombres
un milagro, una virtud, un algo hermoso para saciar el corazón
humano atormentado. Había que untarla con cal, remojarla por tres
días en agua y luego ponerla a secar al sol hasta que toda la
humedad se evaporara. A manera de bautizó, pensé. A modo de
renacimiento.
Hice tal como
me dijo, era el mes de enero y esperé pacientemente. Teniendo todo
lo necesario, la olla de barro curada y el conjuro exacto, la luna
creciente, la hora precisa. Hice todo cuidadosamente según las
instrucciones:
“Dejar
caer en el fondo de la olla un papelito doblado en cuatro con el
nombre escrito del ser amado que se desea atraer o bien con el
nombre del objeto extraviado que se desea recuperar. Verter unas
gotitas de miel. Dejar ir las cuentas de un rosario bendecido para
obtener el favor de Dios. Señalar con la olla de barro levantada
hacia los cuatro puntos cardinales haciendo una leve pausa en cada
uno, para que sople el viento desde cada rincón y traiga lo tuyo.
Luego, detrás de la puerta de entrada de la casa y con mucha fe
para que se cumpla, llamar a gran voz en la olla lo que se perdió
y se desea que vuelva”.
Estoy aquí
frente a la cueva de barro
con mi voz en
filo a su vientre vacío.
Con la fe de
mi grito
te imploro el
no eco de tu entraña,
con el fémur,
la tibia, el peroné
y cada
vértebra de mi esperanza erguida,
levanta mi
osamenta
la llamada de
vuelta
de cada cosa
perdida:
Que regresen
todos los lugares comunes
Que regrese
toda tu presencia a las horas de mis días.
Que regrese
como sea, de mañana o de noche,
jovial o
adolorida, de cerca o de muy lejos,
de sopetón o
de poco a poco, no importa cómo.
Que regrese su
prisa del desayuno
sus regaños de
domingo
sus castigos
de la cara contra la pared
su espera
frente a la escuela
cada una de
las filas para el cine,
para la
comunión en misa.
El elote de la
esquina y la vacuna de difteria,
las compresas
en mi frente
cuando ardía
de tifoidea
las calles que
no caminó con mi mochila al hombro.
Los libros que
no forró
la maqueta de
los planetas que no construyó
los abrazos de
cumpleaños,
su
benevolencia.
El perdón de
mis errores,
sus ansias de
protegerme hasta del aire,
su orgullo de
caminar conmigo en la calle,
que me vuelva
de su corazón el amor que sí vale,
el que sí
alcanza,
el suficiente
para que se quede,
para que no se
vaya.
Que vuelva mi
padre y el destino que era mío
que regrese
con nombre y apellido,
que me vuelva
lo que yo era,
porque aún me
recuerdo antes del despojo.
Mi grito
parecía largo de oscuro, tanto que anegó el vientre de la olla,
derramándoseme por las manos, inundando el cuarto, mojando mis pies
y subiéndome el frío por todo el cuerpo. Temblaba con la olla
levantada conjurando mi expulsión.
Lloré tan viva
como estoy, con la violenta agitación del alma y desmadejada como
expulsada del paraíso con condenación y todo. Como desterrada. Lloré
como si con nada pudiera alcanzar el perdón. Estéril de gracia desde
el principio. Arrojada de la vida que era mía. Lloré como cuando era
niña.
En aquel
entonces yo no valía ante sus ojos el mínimo necesario para no
prescindirme. Pero la magia hace posible lo imposible y el vientre
de la olla asiló la dolencia y la esperanza.
Hoy ya no sé
si aquél o éste es mi destino. No sé si alguna vez mi padre fue de
mí o lo que ando en el alma es un recuerdo de alguien que nunca me
sucedió.
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