|
Aline
Pettersson
Unas palabras
sobre DECÁLOGO DE LA ENVIDIA de
Leticia Herrera
Álvarez
Hablar sobre
este libro y su autora es un gran placer para mí. Conocí a
Leticia hace ya muchos años cuando yo impartía una clase en
la Escuela de Escritores de aquí, la SOGEM, a la que ella
asistió. Querría comentar que de ello ya caminó el tiempo un
trecho largo. Los maestros (yo al menos) solemos guardar en
la memoria el recuerdo de alumnos o muy buenos o muy malos,
ya que en ambos casos, aunque contradictorios, la mente los
conserva por fuertes razones opuestas entre sí. No creo
necesario aclarar en cuál categoría estaba inscrita Leticia.
La verdad,
pasaron muchos años sin habernos reencontrado; hasta que
hace poco sonó mi teléfono y unos días después vino ella a
visitarme, libro en mano, para invitarme a presentarlo hoy
aquí.
Acepté, desde
luego; sin embargo, debo decir que cuando uno acepta, toma
un riesgo si no se conoce el libro; ya que un segundo antes
de decir que sí, invade la duda: ¿y qué tal que no me gusta,
o que no me puedo conectarme con él? Claro que aquí eso no
sucedió.
Aquel día,
después de que Leticia se despidió, lo empecé a hojear y me
encontré con la grata sorpresa de que tiene varios dibujos,
de muy hermosa hechura también de la autora. En ese mismo
momento pensé en hablarle para que alterara el título y le
agregara al decálogo un número más "Once motivos de
envidia", añadiendo la mía. La obra, por lo atractivamente
forjada, me atrapó.
Desde luego que
Herrera no es la única persona que ha escrito
sobre su
infancia y además es probable que no sea absolutamente copia
fiel de esos años: olvidos voluntarios o involuntarios que
son los de cualquier escrito con tintes autobiográficos. Y
eso es, en realidad, irrelevante. Estamos leyendo una obra
literaria y no una hoja de historia clínica y, de cualquier
forma, la propia historia clínica no es un 100% exacta.
Es verdad que
muchos autores han escrito sobre momentos de su infancia,
sólo mencionaré a mi admirado Marcel Proust que la evoca;
sin embargo debo decir que lo que hace diferente a este
"Decálogo" es que la autora logra recuperar de una manera
creíble y conmovedora el pensamiento de aquella pequeña niña
lejana, en varios textos no se trata de la mujer adulta
rememorando, sino de la pequeña observando, pensando,
sacando conclusiones sobre ese momento, y yo se lo creo
absolutamente. Vuelvo a la niña, aquí ya evocada que piensa
en "la tienda donde se venden plumas y cuadernos y
triángulos de caramelo amarillos y cubos de colores que te
duran mucho rato en la boca." La de mi propia infancia se
llamaba "La Barata". La recordé de inmediato y casi estuve a
punto de pedirle a mi mamá que me diera un "quinto" para
comprar un pirulí, moneda y dulce ya muy en el pasado.
He recibido una
sorpresa grata, muy grata, encontrar y creer en las
sensaciones o quizá mejor sería llamarlas percepciones
sensoriales de la pequeña al contacto con el biberón, al
contacto con el mundo que le va despejando sus misterios.
Entre las narraciones, rememoraciones, una especialmente
conmovedora es "El descubrimiento de la noche": "levanté la
cabeza ... y me encontré con que el color azul del cielo no
estaba donde siempre... Había descubierto la noche."
La niña va
creciendo, para a los seis años, enfrentarse a la historia
de Blancanieves aunque, desde México, ni paisaje ni clima
del relato corresponden a lo que ella conoce hasta esos
momentos.
Es curioso
porque, además del placer por el arte, la literatura y la
escritura, comparto con Leticia el descubrimiento, en la
infancia, de la miopía. Para mí, hasta antes de mis lentes
intraoculares, esa forma de ver, sin anteojos, donde a
medida que se acerca uno a aquello que se descubrió a equis
distancia, se va transformando en un objeto diferente
mientras uno avanza; y aunque Leticia no lo menciona en su
libro, me imagino que también debe haberle sucedido, así, la
imaginación del miope que escribe se nutre de un paso al
siguiente. Se ve menos, pero, imaginando, se ve más, porque
al acercarse, se modifica y concreta lo que el miope suponía
distinguir a lo lejos.
Y, así, narrado
con delicadeza brillante y encantadora, Leticia Herrera
Álvarez va conduciendo a sus lectores, no sólo por las
páginas de su libro, sino por el despertar de la infancia
que se va apropiando de su entorno, al tiempo que quien
pasea por estas páginas, se llena de placer y añoranza
mientras va recordando, quizás, aquellos años lejanos en que
los secretos a su alrededor se le despejaban paso a paso.
Felicito a mi querida Leticia por convocar, evocar e invitar
a sus lectores a la reinterpretación del propio aprendizaje
vital. Y empujados por el Decálogo de la envidia tal vez se
escriba colectivamente. "El infinito de la envidia de todos
los aquí presentes", antes, mientras y después de
congratularla por su hermoso libro.
Septiembre 5,
2022.
|
|