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De Marconio Vázquez
FUEGO
Fue Prometeo, o el Tlacuache astuto,
quien señaló la dimensión humana del fuego.
Fuimos felices jugando al día entre la noche,
contentos camaradas de las piras.
Las antorchas, las teas, se hicieron nuestras cómplices.
Dejamos de temer la oscuridad.
Calentamos el agua, creamos la infusión.
Dejar atrás lo crudo fue un milagro.
Abrazamos entonces
las cálidas ideas del progreso.
La madera se hizo hogar y amiga combustible.
Desde entonces las llamas
nos hacen el favor de incinerar
la materia sutil de nuestros muertos.
Así mismo, quemamos enemigos,
incendiamos ciudades.
El fuego fue soldado y general.
Y entonces la ballenas fueron la razón y la conquista;
casi las extinguimos,
y fue su aceite nuestro fácil pan:
“Danos hoy el fuego de cada día,
perdona, por piedad, nuestras ofensas,
pero amamos la lumbre
casi tanto como a ti”.
Hoy no hay un palo,
una piedra obsidiana…
Miles de años después,
espero en mi sillón de la impaciencia
al hábil Prometeo,
al Tlacuache ladino,
que llegue en un camión por la avenida
y grite: “¡Gaas!”
©marconio
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