Un poema de María
Encarnación Ríos:
El aire sollamado de mi
pena
Tengo un
antiguo origen de montaña;
(piedra
musgosa a veces
esta
heredad insomne)
un largo
nombre líquido me enreda
en
ancestral destino.
Vengo de
tierras donde el sol devora
o amansa
lentamente
cada uno
de los sueños.
Crece una
amarga sed en las neuronas
y un sabor
de mazorca en los deseos.
Vengo de un tiempo de pequeñas cosas,
niña de
temporal y de lo incierto.
En un
lento rezumo de maguey se nutrieron
los
anhelos más íntimos,
como la
miel espesa y taciturna
en vasijas
de cobre abandonado
o barro
desleído.
Siempre
había algo herido entre los días:
un hálito
de olvido,
una hebra
insomne
o una hoja
caída de algún viejo destino.
Era la mía
la alegría del carrizo,
temporal,
fugitiva, liviana y hasta altiva;
altas
noches de cantos altaneros
de búhos
emancipados
o aullar
de lobos jóvenes y hambrientos
como
coyotes huérfanos.
Noches tan
negras, de rumores hondos,
leves,
a veces
pasaderos,
como
amores fortuitos,
como
árboles de mala sombra.
Allí era
el sauce el que detenía el mundo,
y los
hombres, atónitos buscaban
de dónde
venía el viento.
(Pero el
tiempo del llanto muchas veces
plegó en
sombra siniestra
las
gavillas de ayuno…
Yo sé de
donde vengo, y no puedo olvidarlo…
soy una
hierba amarga,
un terreno
baldío,
un balido
extraviado…
¡Oh, noche
negra y ebria
a la que
llamo Madre!
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