No he
podido morir pero no importa. Me quedan otros trozos
de
pellejo y otros dientes, y a lo mejor mi traje funeral
no está
bien hecho. Olvidé tantas cosas desde anoche
que
olvidé que mi cuerpo estaba roto y ahora está
no sé
dónde, cayéndose de olvido; de esto, a veces,
me
acuerdo con nostalgia; salgo por él gritando
como un
loco, y acabo sin remedio tropezando.
Debo
encontrar un cuerpo que me aguante: mi único traje
se volvió
ceniza, y no me queda piel con que ir a mis entierros.
Para
decir verdad ya no me duele aquello como antes.
Tengo
recuerdos de mujer trozándome los labios
y ganas
de llegar a alguna parte. No sé si me entendáis:
es un
poco de polvo que me aguarda, un montón de silencio
que me
espera. Traigo recuerdo de mujer crujiéndome
en los
huesos y un hoyo, aquí, que me lastima.
No he
podido morir, pero no importa:
desde
anoche me duele el esqueleto,
y eso
quiere decir que estoy llegando.
Han
sucedido cosas, a todo esto: murieron gentes y se fueron
visitas y
pasaron noches largas como tranvías y anocheció
de
pronto, no sé, sin enterarme; yo me encontré metido
en un
espejo (debo decir que era una lluvia fría,
decir que
era una lluvia que golpeaba), llamando a no sé quién
con qué
silencio, llamando a no sé quién con qué alarido,
con qué
ganas de llegar a alguna parte.
Ya no me
crece yerba en el olvido; me acostumbré, sin duda,
a tanto
oscuro, y a lo mejor mi traje ya está listo:
es cosa
de buscar en los armarios donde mi cuerpo,
a veces,
se refugia.
Podría
añadir algunas cosas, pero, a decir verdad,
aquello
ya no duele como entonces.
Traigo
recuerdos de mujer siguiéndome los pasos
y un hoyo
aquí, bajo la piel, que no lo aguanto. |