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Tulancingo, Hidalgo, México

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  Para leer en tiempos de contingencia, Max Rojas, El turno del aullante  

5.May.09

         
         
   

                   I

 

Lo furioso, lo verdaderamente animal

que me sostiene, lo que me guarda en pie

con el rencor crecido, esto como de hueso,

como de dientes que me muerden

después de haber mascado el polvo,

esto de sangre, esto de grito ahorcado

como un aullido en la garganta,

esto como un muro, como un sollozo

largo de noche sin hogueras, lo animal,

lo verdaderamente bronco que me duele en los ojos.

 

   
         
         
 
         
         
    Para leer en tiempos de contingencia, poesía    
         
         
         
    desde Buenos Aires, Valentín Romano,    
    La palabra perdida    
         
         

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Dije que el mar es algo así como esa diaria muerte

de mi cuerpo. Hoy me sale lo bronco

y me revuelvo, hoy me sale lo herido

y me desgarro –perdón por esta forma

de amargura, pero es que hoy

de muy dentro me sale lo animal desbocado,

la verdadera furia que me empuja:

esto de maldecir espinas por la boca

lo formalmente triste

lo exactamente amargo como el llanto.

 

Ahora me vuelvo y me despido y me regreso.

Voy a buscar la sombra entre la sombra,

porque mordí sin tiempo un corazón de niebla,

y lo bronco,

lo verdaderamente animal que me sostiene

está dolido.

 

 

 

II

 

No he podido morir porque empezó a llover anoche,

pero, a decir verdad, ya no me duele aquello

tanto como entonces, ya no me tumba tanto el cuerpo

como antes. No he podido llegar, pero no importa:

han sucedido cosas a todo esto: nacieron gentes

y vinieron visitas y pasaron tranvías largos como la noche;

mi único traje se volvió ceniza, mi triste hueco

se largó a paseo, me atardeció de pronto,

no sé, sin enterarme; luego empezó a llover y no hubo tiempo,

no hubo manera de llegar a parte alguna; me encontré

de repente sin memoria, y olvidé todo aquello que me hería. 

 

Debo decir que era una lluvia oscura la de anoche

(no sé si me entendáis, quiero decir que era una lluvia

venida de muy lejos, venida desde debajo de la tarde

como un montón de niebla sollozante, como un grito;

no sé si me entendáis, era como mujer que llega a despedirse);

debo decir que era una lluvia fría la de anoche,

un encontrarse de pronto en un espejo, llamando a no sé quién

con qué silencio, llamando a no sé quién con qué alarido.

Debo decir que era una lluvia hosca de anoche. 

   
         
       
 

 

No he podido morir pero no importa. Me quedan otros trozos

de pellejo y otros dientes, y a lo mejor mi traje funeral

no está bien hecho. Olvidé tantas cosas desde anoche

que olvidé que mi cuerpo estaba roto y ahora está

no sé dónde, cayéndose de olvido; de esto, a veces,

me acuerdo con nostalgia; salgo por él gritando

como un loco, y acabo sin remedio tropezando.

Debo encontrar un cuerpo que me aguante: mi único traje

se volvió ceniza, y no me queda piel con que ir a mis entierros.

 

Para decir verdad ya no me duele aquello como antes.

Tengo recuerdos de mujer trozándome los labios

y ganas de llegar a alguna parte. No sé si me entendáis:

es un poco de polvo que me aguarda, un montón de silencio

que me espera. Traigo recuerdo de mujer crujiéndome

en los huesos y un hoyo, aquí, que me lastima.

No he podido morir, pero no importa:

desde anoche me duele el esqueleto,

y eso quiere decir que estoy llegando.

 

Han sucedido cosas, a todo esto: murieron gentes y se fueron

visitas y pasaron noches largas como tranvías y anocheció

de pronto, no sé, sin enterarme; yo me encontré metido

en un espejo (debo decir que era una lluvia fría,

decir que era una lluvia que golpeaba), llamando a no sé quién

con qué silencio, llamando a no sé quién con qué alarido,

con qué ganas de llegar a alguna parte.

 

Ya no me crece yerba en el olvido; me acostumbré, sin duda,

a tanto oscuro, y a lo mejor mi traje ya está listo:

es cosa de buscar en los armarios donde mi cuerpo,

a veces, se refugia.

Podría añadir algunas cosas, pero, a decir verdad,

aquello ya no duele como entonces.

Traigo recuerdos de mujer siguiéndome los pasos

y un hoyo aquí, bajo la piel, que no lo aguanto.

 

 

   
       

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