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Un cuento tiene que ser una narración
maravillosa, si no lo es, no vale la pena gastar
el tiempo en leerlo. Y es que el cuento es un
subgénero de la narrativa que a su vez forma
parte del arte creado en letras: la literatura. |
El cuento tiene
características esenciales que lo diferencian de
cualquier otro tipo de creación literaria. Dos
características son privativas del cuento, su
brevedad y su unicidad anecdótica, esto último,
en otras palabras, el hecho de que un cuento es
anécdota, una sola anécdota. Acaso el cuento se
permitiera incluir más de una anécdota para
reforzar el efecto, su objetivo último. El
cuento es, pues, una narración de efecto, de un
solo, íntegro y devastador efecto. Un gran
cuento, decía don Edmundo Valadés, es el que se
lee de una sentada y se recuerda toda la vida.
Así debe ser de poderoso el efecto de un cuento.
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La
estructura del cuento suele ser el modelo
canónico
―diríamos
arquetípico―
propio de toda exposición, dicha estructura
consiste en introducción, planteamiento de un
conflicto, desarrollo del conflicto, clímax del
conflicto (también llamado nudo) y desenlace o
final. Con la salvedad que en otro tipo de
exposiciones no se incluye la palabra conflicto.
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En resumen, el
cuento es fundamentalmente anécdota y su
objetivo es un solo efecto y su extensión es tan
breve como sea posible, ya que una de las
condiciones de la estética es la economía de
recursos, es decir, el máximo de significado con
el mínimo de palabras.
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De
lo anterior colegimos que todo recurso
expresivo utilizado en la narración que
pretenda ser cuento, debe estar al
servicio de la anécdota. Toda
descripción, toda acotación, diálogo,
circunstancia, incidente o referencia
deben estar al servicio de la anécdota.
Si no ocurre así, aquello
―que
debiera ser un recurso para
elevar
el texto―
se convierte en un distractor, en un
objeto ocioso sin función en el cuento,
sin objetivo en el ensamblaje que tiene
por razón de existencia impactar con el
efecto final del cuento.
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Examinando las partes del cuento que han
sido mencionadas líneas arriba, anotemos
que la introducción adquiere un relieve
especial, porque en ella radica la
primera impresión de la narración. La
primera frase, a lo más los dos primeros
renglones tienen que ser
extraordinariamente atractivos de alguna
manera para el lector. Plantear una
incógnita, introducir una atmósfera,
sorprender al lector, desconcertarlo, al
fin, seducirlo. Mejor habría que decir,
iniciar la seducción. Toda obra de arte
debe tener por objeto seducir a su
espectador. La obra literaria, como casi
ninguna otra, está dirigida mucho más al
intelecto que a las emociones u otras
partes de la psique de la persona, si
bien el objetivo serán en gran medida
las emociones, pero a través del tamiz
que constituye el intelecto, de entrada
para descifrar los signos gráficos.
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El planteamiento tanto como el
desarrollo de la narración deben tener como
condición imprescindible incrementar la tensión
de la narración. Aumentar su interés. La
anécdota del cuento es siempre un conflicto, un
enfrentamiento en donde un ser humano, el
protagonista del cuento, se encuentra y se
confronta con otro personaje, el antagonista.
Ahora bien, este personaje que constituye la
oposición al protagonista o “héroe” de la
historia, puede tener muy diversas índoles. Bien
puede ser la naturaleza o Dios o un animal, un
ser del otro mundo e incluso el propio
protagonista que se enfrenta a sí mismo. El
héroe puede tener un destino feliz y triunfar en
el conflicto, o bien puede ser un héroe trágico
que es derrotado y paga un precio muy alto y
terrible por su derrota. Bien puede ocurrir que
el protagonista sea en realidad (o
aparentemente) el antihéroe, es decir, el que
personifica los antivalores. Incluso podría ser
el malvado. Aunque recordemos que el
protagonista, cualquiera que éste sea,
independientemente de los valores que
personifique, es el que tiene las simpatías del
lector. Difícilmente un lector permanecerá
leyendo la historia de un personaje que le
resulte odioso o intrascendente. El protagonista
puede aparentar que es un sujeto cualquiera,
pero esencialmente no lo es ya que nos plantea
un drama humano muy
interesante o incluso altamente conmovedor, es
decir, nos obliga, en el fondo, a identificarnos
con él. De lo contrario jamás leeremos semejante
historia. |
El desarrollo, necesariamente ha
de contar con el equilibrio entre lo inteligible
y lo interesante. Ni tan simple que nos
decepcione ni tan intrincado que se vuelva
confuso o muy difícil de entender; sobra decir
que en ambos casos se destruye el interés.
Salvando eso, tiene que, además, incrementar la
tensión, continuar atrayendo el interés. Los
recursos son múltiples, el humor, la intensidad
del conflicto, la sordidez, el realismo, el
candor de los personajes, su condición de
malvados, etcétera. Una condición de estos
recursos es la verosimilitud (palabra de que
deriva de verdad y símil; es decir, que la
anécdota sea muy
parecida a la verdad), en la verosimilitud
se encuentra la mayor parte del interés del
cuento. Esta virtud es la que hace decir a los
lectores “Es que así es la vida”, luego de
sorprenderse, paradójicamente, de los asombrosos
hechos ocurridos en la narración. Los detalles,
las descripciones, los rasgos sicológicos de los
personajes, se justifican sólo si colaboran a la
verosimilitud del cuento. |
El cuentista y novelista Eusebio
Ruvalcaba dijo en cierta ocasión que el arte de
escribir cuentos es muy similar al de hacer
pasteles. Sostiene que se debe tener los mejores
ingredientes, buena leche, muchos huevos, el
suficiente dulce o la acritud o ambas a la vez,
y finalmente combinarlos sabiamente. El símil es
muy acertado. Buena leche para un cuentista
significa el noble origen. Esto es un concepto
muy complejo. La única manera, por el momento,
encuentro para explicitarlo es mediante las
citas de dos escritores fundamentales. Uno es el
polaco Ryzard Kapuscinsky: “Ningún sujeto
mezquino será un gran escritor”. El otro es el
novelista argentino Ernesto Sábato:
“Dostoyevsky, Tolstoi, Flaubert, fueron grandes
hombres que han escrito”. Eso es lo que debemos
entender por buena leche, la escurridiza idea de
la grandeza de alma, de la generosidad, de la
bondad, quizá del compromiso con los más
débiles, digamos el espíritu
quijotesco.
Lo cual equivale a emitir un concepto sumamente
confuso. |
Otro ingrediente mencionado dice
“Muchos huevos”, bueno, eso significa la
capacidad de ponerle mucho sabor a los textos,
mucho color. Hay quien sostiene que eso quiere
decir valor. Digamos que sí. Finalmente toda
narración es un retrato de la psique del autor,
más aun, de su alma; exhibirse hasta semejantes
profundidades requiere, sin duda, mucho valor.
El dulce y lo agrio cada uno lo administra a su
propio gusto y es una manera más para seducir a
los lectores. Finalmente la gente puede
enamorarse de un cuento, de una obra y
eventualmente de su autor, hacia el cual se
experimenta una inmensa gratitud por lo que nos
regaló en su obra. El verdadero objetivo de la
obra de arte es transformar a su espectador.
Provocar en él la catarsis, la liberación, el
desahogo. La obra de arte tiene que ser un acto
de amor, el cual está necesariamente implicado
por la seducción. Es en tales sucesos en los que
se sustenta, en gran medida, toda obra de arte. |
Continuando con las etapas de la
estructura del cuento. En la cúspide de
la tensión del la anécdota sobreviene el
desenlace. Es ahí donde generalmente,
pero no siempre, ocurre el último y
decisivo golpe de efecto. En algún
momento, se pensó que el final debía
incluir la sorpresa. Grandes cuentistas
probaron que no es así, que es posible
hacer grandes cuentos en los que haya un
final abierto, incluso anticlimático. El
clímax es el momento en que el conflicto
llega a una situación en la que ya es
insostenible, en donde no es posible ir
más allá, complicarlo más puede
significar el riesgo de acabar con el
interés, degradar la tensión. El final
es el último golpe, porque, puesto que
se trata de una anécdota, el efecto del
cuento es unitario. Es decir, el arte
del cuento es dotar a una anécdota de la
fuerza para causar por sí misma un
efecto tan poderoso como le sea posible.
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Al final anotemos que, como en
toda obra de arte, el cuento contiene el
armonioso equilibrio entre fondo y forma, de tal
manera que ambas se sustenten mutuamente,
incluso se confundan y den la apariencia de
naturalidad, de que aquel suceso sólo podía ser
dicho de esa
manera y de ninguna otra (porque así
deben hablar esos personajes, porque tales
palabras son las justas para las descripciones,
porque no hay otra forma de contar lo que se
cuenta). |
En otra época era muy común que
todas las narraciones se realizaran desde el
punto de vista de un narrador omnisciente. En la
narrativa moderna, influida por el relativismo
que ha invadido desde principios del siglo XX
todos los ámbitos del saber y la creación
humanos, los cuentos cada vez más raramente
tienen un narrador que, como Dios, lo sabe todo.
Los cuentos, cuando tienen narrador en tercera
persona (antes narrador omnisciente) nos prueban
que éste es más bien una especie de testigo (narrateur
avec, "narrador con" dicen los franceses),
es una especie de acompañante de los personajes
que de ninguna manera sabe todo y a veces ni
siquiera sabe lo que sí saben algunos de sus
propios personajes. Mucho más común es la manera
de narrar en primera persona, en donde el
protagonista es el propio narrador o al menos un
personaje secundario que acompaña al
protagonista. El punto de vista de la narración
ha terminado por convertirse en uno de los
elementos más importantes de la obra literaria,
pues desde el punto de vista en que se observan
los sucesos contados se determina la emoción que
se imprimirá en la narración, es un elemento
central de la verosimilitud y otorga al lector
un sitial privilegiado desde el cual considerar
la narración, si bien implica más riesgos al
escritor. |
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