más de
Pterocles Arenarius
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Toda obra literaria es autobiográfica,
conscientemente o no. Más aun, toda obra de arte
lo es; porque la obra de arte es el
decantamiento espiritual llevado a su último
extremo. El artista, así, es --lo dijo
Rabelais-- un extractor de quintaesencia. |
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El creador
de arte es un alquimista que, a partir de la
crasa vulgaridad tan abrumadoramente
mayoritaria en este mundo, obtiene el metal
deslumbrante, la sustancia invaluable, el metal
precioso. O, en otra alegoría, el elíxir de la
existencia perdurable. |
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Por todo lo
anterior es que la obra de arte se instala
siempre por encima de su autor.. De esto se
desprende aquel aserto de que “La única gran
decepción de la (verdadera) poesía suele ocurrir
cuando se conoce al poeta”. |
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Casi nunca
todo esto ha sido tan cierto como en el caso del
novelista Raúl Rodríguez Cetina. E incurro en
temeridad semejante no porque haber conocido a
Rodríguez Cetina hubiera sido decepcionante,
sino por la otra razón: su obra fue tan sabia y
acuciosamente pulida que se instaló por encima
de la persona. |
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Raúl era un
muchacho humilde y austero en todos los ámbitos
de la cotidianidad con dos excepciones que
anotaré oportunamente (o eso espero). |
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Raúl era de
pequeña estatura, callado, tímido, sin
autoestima visible (no como los abundantes
“triunfadores” egomaniacos, ensoberbecidos, “muy
positivos” y más bien intransigentes
depredadores que proliferan en estos tiempos de
capitalismo canalla); Raúl era muy modesto en el
vestir, en el hablar, en el protagonismo:
abominaba de convertirse en el centro de
cualquier reunión y hasta para comer. Porque
Raúl siempre tuvo la suprema elegancia de ser
pobre. Incluso muy pobre. Aunque sólo
económicamente. Porque --y este es el momento
oportuno de anotar los dos hechos en que Raúl no
se anduvo con cortedades-- era un privilegiado,
un potentado para narrar con prosa nítida y
ligera, armoniosa y sin embargo trágica, ágil y
a la vez que sabia, en contraste con sus temas:
la angustia, el peso implacable de la vida, la
incomprensión, el dolor, el sufrimiento del
abuso sexual y el aplastante universo implacable
y despiadado, lleno de aquellos triunfadores
mencionados, frente a los que Raúl jamás
descendió para enredarse en sus provocaciones.
Raúl tuvo la inmensa grandeza de ser un
consuetudinario, un sistemático perdedor. |
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Y es que él
era un excelente escritor. Un escritor mucho más
grande que muchos que hoy y antes se han
mantenido en la moda, los privilegios, los
premios que se compran y se venden con moneda de
muy diversa índole, las grandes ediciones de una
literatura muy mediocre y acaso comercialmente
exitosa. Sedicentes escritores que viven
sirviéndose de la literatura y desconocen el
popularísimo aserto de trabajar por amor al
arte.
Raúl Rodríguez Cetina murió en la más completa
dignidad hace un par de meses, solo, en su
humildísimo hogar, ante su mesa de trabajo y
seguramente, escribiendo. |
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Gran parte
de la obra de Raúl es autobiográfica. Él
reivindica a los que se niegan a ser
incorporados a una sociedad que se guía por los
valores difundidos por la televisión más infame
y el opresivo sistema que usa a las personas al
máximo de su capacidad y luego las desecha. |
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Raúl nos
habla desde múltiples marginalidades: la social,
a pesar de que fue un escritor altamente dotado,
se mantuvo siempre al margen de las mafias
literarias, los premios venales y la literatura
chafa entronizada por los compadrazgos y los
pactos de amiguismo epiliterario. |
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Desde una
marginalidad también sexual luego de que pudo
haber creádose un público fiel entre los
militantes homosexuales, luego de su gran novela
--opera prima--
El desconocido. |
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Raúl era un
tipo muy callado, tímido. Uno jamás se esperaba
que ese muchacho de apariencia tan simple fuera
un formidable escritor. Recuerdo a Raúl
indeciblemente embriagado (igual que yo), en un
bar cerca del metro Revolución. Uno de sus
“amigos”, antítesis por cierto de Raúl (mediocre
novelista pero astuto crítico o más bien hombre
oportunista con las frases más correctas para
halagar y alabar a los poderosos de las diversas
mafias: un triunfador pues. Por supuesto mucho
más famoso de lo que Raúl jamás soñara para sí),
le decía “Muñeco, ahora báilanos la danza de los
siete velos”, e invitaba al resto de los
convidados a burlarse de Raúl.. Recuerdo que
salimos Raúl, el crítico de marras y el que esto
escribe de ese bar, Raúl y yo íbamos
tambaleándonos y tomamos un taxi cuyo chofer
sacó de la guantera una botella de Añejo de
Bacardí y nos ofreció. Sólo Raúl y yo,
completamente borrachos, aceptamos la invitación
a ese suicidio… y lo pagamos. Nuestro estado de
vigilia fue recuperado al día siguiente, con el
descubrimiento de que nos habían robado algo más
de 10 mil pesos. Nos dejaron tirados en
Garibaldi. |
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Finalmente
Raúl dejó una obra superior a muchas otras que
hoy gozan de un convenenciero reconocimiento,
mientras que la de Raúl, por el momento, está
poco conocida y peor evaluada. Sin embargo, como
sabemos, el mejor juez será el tiempo y los
autores que, como Raúl, han encontrado el elíxir
de la vida perdurable, han creado el arte,
sobrevivirán, como ocurre siempre. Sin duda, la
obra de Raúl Rodríguez Cetina, más pronto que
tarde, será reivindicada. |
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Raúl murió
en noviembre de 2009, en su pequeño departamento
de la colonia Federal y nació en 1953, en
Mérida, Yucatán. Escribió las novelas El
desconocido, Alejamiento,
Flashback, Fallaste corazón, Lupe
la canalla, El pasado me condena,
Ya viví, ahora qué hago. El libro de cuentos
Bellas en su abandono y una cantidad
desconocida de ensayos y artículos periodísticos
que publicó en El Universal y entre los que
destaca su galería de grandes mujeres. |
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