15.Ene.2025
JUGUETERÍA
Cuando niño, fui
ingeniero civil.
Construí la
terracería por donde transitaban
los carruajes, las
diligencias de sueños mágicos.
Imité a Ford,
construí lujos autos de madera,
impulsados por
motores de combustión imaginante.
Me inmiscuí en la
industria aeronáutica.
Monté enormes
factorías
de poderosos
aviones de papel.
Alcé también,
enormes astilleros.
Fabriqué
submarinos, fértiles barcos pesqueros.
Boté mis naves a la
mar de los espejos,
al estanque donde
la metamorfosis
de verdes seres
saltarines.
La mar, era un
rumor que me contaba mi padre.
Aprendí a nadar en
tiernas aguas del riachuelo,
en lagos de
fantásticos peces y bosques encantados.
Aprendí el arte de
la navegación,
sin haber las olas
mojado mis pupilas
con su canto
interminable.
Construí
inimaginables rutas de viaje
sobre la orografía
marina de la imaginación.
La mar, el cielo
surqué en artesanas naves e algodón.
Cuando me aburría
de las actividades de constructor,
de remar, de correr
y reír y volar,
me adentraba entre
las silvestres páginas del libro.
Viajé por el
asombro y el placer inigualable
de singulares
universos literarios.
A temprana edad,
pude viajar, recuerdo,
en la brillante
nave de Antoine de Saint Exupéry.
Aunque, nos
accidentamos en el viaje,
el accidente fue un
regalo.
Pude conocer, la
realeza de un hombrecito llamado:
El Principito.
Desde entonces es,
mi consejero y fiel amigo.
Adopté desde niño,
el oficio de la imaginación.
Me aficioné a las
rutas de los exploradores.
Escalé acantilados.
Descubrí selvas
de seres
fantásticos. Trepé inmensos árboles,
para degustar de
sus ramas,
los postres más
gloriosos.
Viajé por la virgen
fantasía del asombro,
por descensos
ignotos.
Viajé al centro de
la tierra.
Fui espeleólogo.
Aprendí a cultivar
desde la primera aurora,
la tierra del
lenguaje.
A sembrar en la
sintaxis, la belleza
de las palabras
engarzadas al poema.
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