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Julio Torri Cervi

         

por Cristina de la Concha

 
         

Sept.05

 
 

 

 

Lo conocí apoyándose en su bastón, un bastón de madera con molduras de plata que escondía un florete; su chaqueta y pantalones de mezclilla, de moda en esa época, invitaban a acercarse no obstante el misterio de su larga barba gris que bajaba hasta el tórax. Se firmaba Julio Torri-C. con el fin de advertir que no lo confundieran con su tío, el reconocido escritor mexicano, Julio Torri, autor de De Fusilamientos y fundador, junto con Alfonso Reyes y otros  intelectuales de su época, del Ateneo de la Juventud (1909).

         

Julio Torri Cervi nació el 31 de marzo de 1932 en la ciudad de México y murió el 8 de abril de 2003 en Tuxpan, Veracruz.

 

 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

más de Julio Torri Cervi

 

 

 

Dibujos inéditos de Julio Torri-C. enviados por Josep Viader, desde España para Tulancingo cultural

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Podría decir de él que fue filósofo, poeta y loco y que su locura fue lo de mayor éxito porque era enigmático, de una bondad extenuante pero escurridizo, lector ávido, de extraordinaria memoria, simpatía inteligente, ocurrencias vigorizantes, pensamiento agudo, extraña elegancia y penetrante mirada. Quienes lo vimos trabajar con la tinta, lienzos y óleos, papeles en su máquina de escribir y sus famosas libretas con sus escritos en caligrafía e ilustraciones perfectas, rodeado de sus libros de filosofía, podemos decir que era un artista: pintor, diseñador y escritor.

 
         Se han dicho muchas cosas de él, siempre se dijeron, desde que llegó por primera vez a Tulancingo, fue su personalidad extraña, distinta de lo acostumbrado en una población concentrada en el comercio, lo que lo provocó y proliferaron las habladurías. Creo que no supimos mucho de él, que en realidad cada uno de sus amigos captó una faceta y que nadie puede asegurar que verdaderamente conoció todas sus facetas. Y fue incomprendido en nuestra sociedad, era un loco que había llegado al pueblo ataviado de manera rara, a un ambiente en que la gente, dedicada a satisfacer el qué dirán, a vestir lo mejor posible porque los demás la van a ver, se preguntaba “¿qué, no se bañará?”  

 

        Víctor Hugo Silva en su libro Julio Torri for dommies (2004, título que, si Julio viera, tal y como él hubiera dicho, se levantaría de la tumba para darle de bastonazos), comenta que fue “un maestro de las relaciones públicas”, lo cual, al parecer de muchos es más bien todo lo contrario. La franqueza de Julio no le permitía hacerse de este calificativo. Es verdad que la gente lo buscaba, se sentía atraída por él, creo yo, debido a su carisma, a todos esos rasgos de su personalidad que lo hacían terriblemente interesante pero no por una maestría en las relaciones públicas. Julio era capaz de decir cualquier cosa, el mayor de los insultos y la gente volvía a buscarlo, a hablarle, a escucharlo con interés, quizás porque no había dolo en sus palabras, por su bondad, por su desprendimiento de lo material, su desapego de la carne, como decía él, o tal vez porque estábamos embobados con sus conocimientos en una atmósfera como la de Tulancingo en esa época.  

 

Julio Torri estudió teología en su juventud en la Universidad de Salamanca, España, y se ordenó sacerdote unos 35 años después, aprendió pintura en Florencia, Italia, y, ya establecido en México, entró a estudiar dianética, de la cual salió huyendo, según sus propias palabras. Como lector ávido con gran capacidad de análisis y de memoria, estudió por su cuenta todo lo que su tiempo le permitió. Fue catedrático en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Trabajó en un despacho de diseño gráfico, en el D.F., también realizó trabajos de diseño en Tulancingo. Publicó un libro bajo seudónimo, Brújula Quinta, y diversos artículos –entre ellos una serie sobre las leyendas de Tulancingo– en El Sol de Tulancingo y el periódico Ruta.

 
 

Escribió cuento largo, teatro, poesía y ensayo, de los cuales tenemos poca información porque, con excepción de las publicaciones, él regaló sus escritos a sus amigos y "enemigos", como solía decir. Un fénix demasiado frecuente es una obra de teatro de su autoría que montó su amiga Olga Martha Dávila en el teatro de la Plaza de Sta. Catarina en Coyoacán un par de años antes de su muerte, obra en la que él actuó en su primera puesta en escena, hace como 30 años, así que también la hizo de actor.

 
 

A mí me entregó el original (no sé si como amiga o enemiga) del segundo de tres tomos de Juan Arenalde y tengo un poema que el buen amigo José Eugenio Ramírez me hizo llegar, también guardo sus cartas y recados –unos recados maravillosos con dibujos que me dejaba en las cafeterías o en las casas de los amigos o que me enviaba con algún mensajero misterioso; recados cursis, simplistas, ilustrados, cómicos, simpatiquísimos, locos– porque entre sus costumbres estaba la de enviar recados a sus amigos (y hasta los que no lo eran), recados dignos de publicación.

 
 

Debo decir y con toda seguridad que fue un magnífico artista plástico y diseñador gráfico que manejaba colores, espacios y formas excelentemente, de un gusto muy refinado, lo cual es probable que no sólo fuera habilidad e inspiración propias de su personalidad sino también algo desarrollado a partir de su educación, del medio donde nació y se desenvolvió, en una diversidad de ambientes, de buenas escuelas y maestros, alta sociedad, intelectuales, actores, escritores, artistas, bohemios y hasta políticos. Pintó alrededor de 30 retablos, miniaturas en cobre, de una "Santa Pascuala" con textos en español antiguo y, según sabemos, al menos unos 25 lienzos de grandes dimensiones, la mayoría de ellos se encuentran en destinos desconocidos, aunque tenemos noticia de que existen fotografías de parte de su obra. Ignoramos si realizó más obra de la mencionada aunque es muy probable.

 
 

Como dije antes, Julio se dedicó a repartir sus escritos, sus pinturas, sus dibujos, sus palabras, como para, contradictoriamente, dejar huella en todos aquellos privilegiados obsequiados por él y al mismo tiempo como para hacer que se le perdiera el rastro y que nadie pudiera reunirla en Las Obras Completas de Julio Torri Cervi. Julio no quería ser reconocido ni homenajeado. Sin embargo, fue un gran hombre que llegó a Tulancingo a señalar una diferencia que no ha sido reconocida, su amistad estaba a disposición de todos y, quienes la tuvimos, aprendimos mucho de él, fue “El Maestro”.

 
 

No obstante sus deseos, me atrevo a contradecirlo como siempre hice (no se levantará de la tumba porque él sabía que lo haría) y a convocar a sus amigos, familiares y a quienes lo conocieron a aportar información o a quienes tengan en sus manos algo de él para documentarlo.

 

 

 
 

[cco]

 
     
 

Cristina de la Concha

 

 

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