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26.Abr.14 |
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Emmanuel Carballo: algunos recuerdos
René Avilés Fabila
Cuando me di
a la tarea de explorar el mundo literario que me
rodeaba, anticipado por la biblioteca materna y
las amistades de mi padre, aún vivían muchos de
los grandes personajes que hicieron la gran
literatura del siglo XX: Vasconcelos, Reyes,
Martín Luis Guzmán, Rafael F. Muñoz, Jaime
Torres Bodet, Salvador Novo... y era el arranque
de dos notables narradores jaliscienses: Arreola
y Rulfo. Poco después aparecían en el horizonte
dos figuras afines: Carlos Fuentes, quien se
iniciaba impetuosamente con Los días
enmascarados y La región más transparente, y
Emmanuel Carballo, un crítico sobresaliente
cuyas entrevistas a las grandes figuras
deslumbraban. Ambos tenían una publicación
memorable, la Revista Mexicana de Literatura,
hoy buscada por coleccionistas.
Ernesto de la Torre Villar, un hombre generoso e
historiador de talla, cuyos libros son
fundamentales para el estudio del país, director
de la Biblioteca Nacional, fue quien me presentó
con Carballo. El encuentro se dio una tarde.
Emmanuel me recibió sonriente y cordial, estaba
con Neus Espressate, su esposa de aquel momento.
La casa, a un costado de Ciudad Universitaria,
era acogedora: libros por todas partes y
excelentes botellas de vino. Platicamos
especialmente de literatura y política. A la
semana siguiente, Emmanuel publicaba en
Excélsior, en su “Diario Público”, columna que
anticipaba en mucho el uso de la primera persona
del singular en el periodismo, una nota de su
encuentro conmigo: me describía como un joven
nervioso e inquieto. ¿Cómo no estarlo? Era la
primera vez que me encontraba platicando con un
escritor de peso. Por algún tiempo lo visité.
Salía de la Facultad de Ciencias Políticas y
conversábamos. Emmanuel publicó algunos de mis
primeros artículos periodísticos en el
suplemento cultural de Ovaciones. Aquello fue un
buen inicio, no era fácil que un escritor como
Emmanuel aceptara en su casa la visita de un
joven sin ninguna obra, sólo con la promesa de
que tarde o temprano publicaría libros.
Como dato interesante, nos encontramos en la
tarde fatal del 2 de octubre en Tlatelolco. Iba
yo con Rosario y él con Neus. Platicamos largo
sobre el magnífico movimiento estudiantil antes
de perdernos entre los innumerables jóvenes que
ocupaban la amplia área frente al edificio
Chihuahua. Años después, Emmanuel me diría con
molestia, qué barbaridad, ahora todos los
intelectuales mexicanos estuvieron en Tlatelolco,
cuando ni tú ni yo los vimos en la plaza.
Carballo fue un crítico literario de peso, un
entrevistador de talento, su vasta cultura le
permitía conocer a fondo al literato que tenía
enfrente. Sin sus trabajos no sería posible
explicarse la literatura nacional. Sus
entrevistas son magistrales y de una enorme
riqueza. Pienso que con la hecha a Salvador Novo
arranca el nuevo periodismo mexicano.
Emmanuel Carballo poseyó un sentido de la ironía
que debemos agradecerle en este país solemne,
poblado por gente solemne. Fue claridoso y
agudo, siguió paso a paso a los mejores
escritores mexicanos de su época. Tuvo otra
virtud más, hablar directamente, sin tapujos:
una vez declaró a Proceso que la mayoría de las
actuales celebridades estaban infladas y dio
datos y precisiones. Algo semejante sucedió a la
muerte de Juan Rulfo: hicimos una gran mesa
redonda para recordarlo y lamentar su muerte en
el Palacio de Minería. Emmanuel aprovechó para
expresar su malestar acerca del reinado de Paz
(eran sus momentos de enorme fuerza política y
capacidad destructiva), de inmediato hubo una
reacción, a la que Carballo no dio mayor
importancia, se limitó a explicar sus juicios,
no a cambiarlos.
Una de sus hazañas fue la recuperación de Elena
Garro. Con las dificultades propias del tema y
del carácter cambiante de Elena, supo sortear
las incomodidades para incluirla entre los
grandes narradores del siglo XX, el mayor
trabajo crítico jamás emprendido entre nosotros.
No olvidaré la noche memorable en Monterrey
cuando Carballo, Fernández Unsaín y yo
explicamos a una multitud la importancia del
trabajo de Elena Garro, quien mostraba su rostro
de mujer sorprendida por las injusticias y el
enorme peso del hombre que la desposara para ser
muy infelices el resto de sus vidas. Emmanuel
cerró su intervención dirigiéndose a la autora
de Los recuerdos del porvenir: He estado contigo
en la guerra y en la paz. En su mejor libro, 19
protagonistas de la literatura mexicana, en la
versión definitiva, el capítulo dedicado a la
Garro es insuperable.
Imposible dejar de lado al Carballo editor, en
esta función natural a sus devociones
literarias, impulsó carreras como la de los
jóvenes Parménides García Saldaña, José Agustín,
Gustavo Sáinz y el peruano Edmundo de los Ríos,
todos de mi generación y fue más lejos al editar
autobiografías, prologadas por él mismo, de
escritores de talento que no cumplían treinta
años. Un gesto de audacia que ahora permite
saber cómo nacieron y se formaron muchos
escritores célebres.
La obra de Carballo es amplia: comprende también
poesía, antologías y libros de memorias. Ello
junto refleja la obra de un hombre que vivió
eterna y pasionalmente enamorado de la
literatura, le dedicó su mayor esfuerzo y al
hacerlo nos mostró la nueva grandeza literaria
de México sin juicios benevolentes, sólo
literarios de implacable certeza.
A mi querida amiga, la talentosa narradora y
académica Beatriz Espejo, ahora viuda de
Emmanuel, desde estas páginas, le doy mi más
sincero pésame.
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