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11.Abr.14 

 
   

Discurso de aceptación del Doctorado Honoris Causa de la UPAV de René Avilés Fabila

Con sinceridad, las veo complementarias entre sí. Si escribo es porque he leído y escuchado a grandes maestros, si tengo ante mí a alumnos, como ha sido a lo largo de cincuenta años, puedo transmitir mis experiencias y conocimientos. A mi vez, luego de cada clase, salgo enriquecido, los jóvenes me corresponden con inquietudes y preguntas que debo resolver en la reflexión e investigación académica. El círculo se cierra. Estoy pendiente de las nuevas tecnologías. Comencé escribiendo en máquina mecánica, fui capaz de pasar a la eléctrica y dominar por último a manejar lo fundamental de una computadora. En las redes sociales me siento cómodo, tengo blog y página web y desde hace tiempo libros míos navegan por el ciberespacio. Aunque esto me es todavía extraño: lo dije con una metáfora: es como tener un hijo intangible o darle a una posible conquista amorosa un link en lugar de un hermoso libro impreso dedicado cordialmente. Me he ajustado, pues, a los nuevos tiempos, con tal de serle remunerativo a la sociedad, concretamente a mis alumnos y lectores.

Apreciable señor rector de la UPAV, Dr. Guillermo Héctor Zúñiga Martínez, queridos amigos, todos:

Permítanme algunos recuerdos. La literatura fue lo primero que despertó en mí encontradas posibilidades de ingreso en el futuro posible. Cuando muy niño, me leían en casa y muy pronto comencé a leer algunos de los libros de la biblioteca materna. Era un cordial ámbito cultural: tías que cantaban ópera, tíos abuelos que escribían perdurables obras etnológicas y de economía agrícola, Alfonso y Manuel Fabila. El abuelo paterno, Gildardo F. Avilés, nacido en Chicontepec, Veracruz, estudió en la Normal de Xalapa y fue discípulo de don Enrique C. Rébsamen, un padre literato y maestro, René Avilés Rojas, quien fue encargado por Jaime Torres Bodet para trabajar con Martín Luis Guzmán en la creación del Libro de Texto Gratuito y una madre maestra normalista cuyas lecturas eran infinitas. Tal era el escenario donde crecería, estudiaría con permanente rebeldía, múltiples inquietudes, concluiría una carrera en la hoy Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, me casaría con Rosario (doctora en Economía) y saldría a buscar un posgrado en París.

En ese medio inicié la redacción de pequeños cuentos. No me vi más que como escritor de literatura, mientras otros niños soñaban ser médicos o arquitectos. Pronto estuve en medio de lo que hoy llaman familia disfuncional a causa del divorcio de mis padres. Ello, en lugar de crearme hondos problemas psicológicos que los espíritus débiles suelen tener, me enriqueció. Mi madre, siempre apoyada en la literatura, me hizo fuerte. Entre la disyuntiva de ser un novelista autodidacta y uno egresado de las aulas, ejerció una intensa presión para que estudiara una carrera. El mundo que me rodeaba se complicó más. Sabía por boca de diversos autores heredados de mi padre, José Revueltas, algunos de los estridentistas, y Juan de la Cabada, y por los que yo mismo conocí en andanzas iniciales, Juan José Arreola y Juan Rulfo, ambos maestros míos, que no habían necesitado más que los años de la primaria y cientos de lecturas para convertirse en escritores memorables. Tuve dudas y mezclé la educación severa de la universidad y las correrías callejeras como si fuera personaje del novelista norteamericano Philip Roth.

Mi primer trabajo fue ser maestro. Arranqué en alguna secundaria oficial y de inmediato, ya con estudios universitarios, ingresé como profesor adjunto en la escuela donde me formé. Desde los años universitarios iniciales, el periodismo me sedujo. Lo he dicho, una vez aceptado, es imposible abandonarlo. Al contrario de las recomendaciones de Ernest Hemingway a un joven escritor, jamás lo deseché. Mis mejores y más importantes premios me vienen de esa faceta. Por ejemplo, el Premio Nacional de Periodismo o de, años después, presidirlo o el honor de haber mantenido durante trece años un suplemento cultural, El Búho, que sólo dejé por la censura o haber sido el último director de la legendaria Revista de Revistas, decana de las publicaciones mexicanas o estar entre los fundadores del Unomásuno con Manuel Becerra Acosta, dejó en mí honda huella. En esas andanzas iniciales, siempre conté con un decidido apoyo, el del escritor y periodista veracruzano Rafael Solana, parte destacada de la generación Taller, a quien mucho le debo.

Pero si estoy casado con la literatura y tengo relaciones amorosas con el periodismo, es en la vida académica donde he podido desarrollarme a plenitud. Cuando el año pasado obtuve simultáneamente el honor de conquistar el Premio Malinalli como figura literaria del año, darle mi nombre a la Feria del Libro de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, las autoridades de dicha casa de estudios señalaron que me concedían tales merecimientos por ser escritor, académico, periodista y por mi capacidad para interactuar con los jóvenes, lo mismo en las aulas que en las redes sociales, me sorprendió. Nunca había hecho tal reflexión. Hasta ese momento yo imaginaba tener en cada una de esas actividades un nicho peculiar. Me hacían notar que había logrado fusionarlas a tal grado que en mí eran una sola tarea. Esto es, si a un joven, mi principal objetivo en la vida (herencia del apoyo que recibí de familiares, escritores, maestros e intelectuales mayores), puedo serle útil, se debe justamente a la capacidad de mezclar tres vocaciones, producto de mis muchas lecturas y ayudas y al aprendizaje adquirido de enseñar o comunicar lo que esas actividades me han dejado.

Con sinceridad, las veo complementarias entre sí. Si escribo es porque he leído y escuchado a grandes maestros, si tengo ante mí a alumnos, como ha sido a lo largo de cincuenta años, puedo transmitir mis experiencias y conocimientos. A mi vez, luego de cada clase, salgo enriquecido, los jóvenes me corresponden con inquietudes y preguntas que debo resolver en la reflexión e investigación académica. El círculo se cierra. Estoy pendiente de las nuevas tecnologías. Comencé escribiendo en máquina mecánica, fui capaz de pasar a la eléctrica y dominar por último a manejar lo fundamental de una computadora. En las redes sociales me siento cómodo, tengo blog y página web y desde hace tiempo libros míos navegan por el ciberespacio. Aunque esto me es todavía extraño: lo dije con una metáfora: es como tener un hijo intangible o darle a una posible conquista amorosa un link en lugar de un hermoso libro impreso dedicado cordialmente. Me he ajustado, pues, a los nuevos tiempos, con tal de serle remunerativo a la sociedad, concretamente a mis alumnos y lectores.

De la universidad pública he recibido todo. Es generosa y ha sido una infatigable editora de libros míos. No llevan directo a la fama, porque su experiencia en ventas y publicidad todavía le es ajena o una actividad comercial que supone no le corresponde, pero ya entenderá: en un mundo ferozmente globalizado por el neoliberalismo, es necesario vender los libros para que sus más acabados productos culturales o de investigación, sean mejor conocidos y cumplan eficazmente con la función sustantiva de difundir la cultura en su mejor acepción.
 

 

 

Si la UAM me convirtió, por decisión del Colegio Académico, en Profesor Distinguido, la UPAV me honra al otorgarme el primer Doctorado Honoris Causa que recibo. Me honra, llena de orgullo y conmueve, sobre todo si pienso que mi madre, maestra normalista, fue quien se empeñó en hacer de mí un lector de tiempo completo y no vio con desconfianza mi decisión de ser escritor de literatura. La recuerdo acompañándome con Iris, mi hermana, a recibir uno de mis primeros premios, el de Colima, concedido por la Universidad de tal estado conjuntamente con el INBA, o cuando estuvo a mi lado en Los Pinos al recibir el Premio Nacional de Periodismo de manos del presidente de México.

No me vi jamás como político o alto y severo funcionario, no quise ser deportista a pesar de que jugué futbol americano, me imaginé escribiendo historias fantásticas, me vi como opositor y crítico del sistema. Siempre contrastando con el poder. He visto al Estado como lo que es: un monstruoso Leviatán y no me gusta. Me preparé para ser marxista y quizás tenga mucho de anarquista, finalmente ambos caminos anhelan la extinción del Estado. ¿Dónde iba a caber una persona de mis características? Únicamente en las universidades públicas, hogares donde la libertad de pensamiento y cátedra es total. En ellas vivo, en ellas me he desarrollado. Cuando me notificaron que la UPAV me concedería el máximo honor que puede recibir un académico, un científico o un hombre de letras, ser Doctor Honoris Causa, me produjo una honda emoción. Más al ver que en las invitaciones las autoridades habían hecho imprimir algunas palabras mías que no recuerdo dónde pronuncié: “La única conclusión a que puedo llegar, después de andar rolando estos cincuenta años en la literatura, el periodismo y la academia, es que hay que replantear seriamente al país. No me pregunte cómo. No lo sé, porque ahora sólo soy una especie de dinosaurio atrapado en el hielo.”

De mi doble estirpe, Avilés y Fabila, soy más Avilés que Fabila. Entre mis familiares que del Estado de México llegaron al DF, estaban connotados integrantes del fantasmal grupo Atlacomulco, cuando lo conformó Isidro Fabela. No vivían lejos del poder. Ésta no es mi intención. Yo sí he vivido distante del Príncipe. El primer Avilés que recuerdo, Gildardo F. Avilés solía decir, entre ellos a José Vasconcelos, que él no era subordinado de nadie y sí insubordinado de todos. Prefiero esa conducta, me va bien. Pero conlleva riesgos. Por ello la obra de mi abuelo se ha perdido. Al gobierno veracruzano anterior le di un libro que pensé valdría la pena reeditar (dado a conocer por la antiquísima Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística): la correspondencia entre el discípulo y el maestro, es decir, entre mi abuelo y el pedagogo Enrique C. Rébsamen, como ejemplo de los méritos del antiguo magisterio. No hubo reacción. Más bien indiferencia total.

Mi parte veracruzana parece dominar. Me subyuga el poema y la conducta aguerrida del poeta Díaz Mirón, quien se vanagloriaba de no inclinar ante nadie su frente. En México eso tiene un costo y se paga. Nunca he tocado puertas, pero las mías están abiertas. Me regocijó que el entrañable novelista Sergio Galindo editara dos libros míos en la Universidad Veracruzana, uno ilustrado por José Luis Cuevas. Cuando recibí la Medalla al Mérito Veracruzano no fue más que un acto de cortesía de un político a un ocasional compañero de estudios en Europa. En breve la UPAV irá más lejos y dará a conocer la edición conmemorativa de mi novela El gran solitario de Palacio, concebida durante la matanza de Tlatelolco que presencié, escribí en París en 1969 y publiqué en 1970 en Buenos Aires, aún ahora, luego de más de cuarenta años, es crítica del sistema y dueña de múltiples ediciones, comentarios y traducciones.

Mención aparte merece mi amistad con el narrador y ensayista Juan Vicente Melo, a quien vi por última vez en esta ciudad. Cuando en 1967, los intelectuales de mayor peso criticaban con ferocidad mi novela contracultural Los juegos, él se atrevió a defenderla y a mencionar como importante el volumen de cuentos Hacia el fin del mundo, escrito con una beca del Centro Mexicano de Escritores, bajo la dirección de Juan Rulfo, Juan José Arreola y Francisco Monterde, publicado por el Fondo de Cultura Económica, junto a El ala del tigre de mi amado Rubén Bonifaz Nuño, nacido en Córdoba, en un brillante ensayo que apareció justamente en el suplemento dirigido por Fernando Benítez, en plena pugna intelectual y política con todo su grupo o séquito.

Sobrevivo insumiso en el capitalismo salvaje elegantemente llamado neoliberalismo. No he olvidado el pensamiento de Marx, quien señalaba el flujo y el reflujo como si fueran parte de la dialéctica materialista, una imagen. Como el mar, las ideas socialistas van y vienen. Se derrumbó una mala puesta en escena, no lo fundamental del poderoso intelectual que dijo, osado y seguro, algo magnífico: Hasta hoy, los filósofos han querido explicar el mundo, yo quiero transformarlo. La idea, hermosa y atrevida, sigue esperando.

Deseo agradecer públicamente a la UPAV su gesto de hacerme Doctor Honoris Causa. No se ha dejado llevar por la corriente que premia y vuelve a premiar a no más de cinco escritores cómodos a los medios de comunicación y al sistema político. Lo agradezco sinceramente, de corazón.
Muchas gracias.

 

*Discurso pronunciado en la recepción del Doctorado Honoris Causa que le otorgó la Universidad Popular Autónoma de Veracruz, el 22 de febrero del 2014 en el Auditorio Sebastián Lerdo de Tejada del H. Congreso del Estado de Veracruz. Xalapa, Ver.

De la página de René Avilés Fabila http://www.reneavilesfabila.com.mx/premios_reconocimientos/hc_discurso_aceptacion_rene_aviles_fabila.html

www.reneavilesfabila.com.mx

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