Si el Juan José
Arreola escritor
fue breve, el
Juan José
Arreola oral fue
extenso, un
torrente verbal,
un exceso tal
vez. Una cosa
por la otra. Sin
embargo, merced
a sus
admiradores más
tenaces, como
Jorge Arturo
Ojeda, sus
muchas
conferencias,
conversaciones y
declaraciones
siempre
literarias,
dejaron más
libros que
aquellos que
quiso y pudo
hacer el Arreola
escritor.
Juan José
Arreola, lo
afirma Emmanuel
Carballo y lo
cita Luis Leal,
“nació adulto
para las letras,
salvando así los
iniciales
titubeos.
Poseedor de un
oficio y de una
malicia, dueño
de los secretos
mecanismos del
cuento,
rápidamente se
situó en primera
línea.
Desarrollando
contrastes,
poniendo
ejemplos
—fábulas—,
saltando de lo
lógico a lo
absurdo y
viceversa,
dejando escapar
sigilosamente la
ironía, Arreola
ha venido
construyendo un
nuevo tipo de
cuento...”. Esto
nos explica su
perfección. En
Juan José,
efectivamente no
hay inicios. En
Carlos Fuentes
se notan. No es
lo mismo Los
días
enmascarados y
Aura que
Cristóbal
Nonato. En
cambio, hay la
misma intensa
calidad, belleza
y perfección
extrema en todos
y cada uno de
los cuentos de
Arreola. ¿Qué
ocurre entonces,
por qué Arreola
no fue la mejor
carta nacional,
lógico aspirante
a los más altos
reconocimientos
que el orbe
concede? Una de
las
explicaciones
podría ser por
sus temas
carentes,
excepción hecha
de La feria y de
alguno que otro
texto, de
“nacionalidad”.
Lo universal era
su reino y no
todos lo
comprenden en un
mundo, que pese
a la
globalización
aún está marcado
por fronteras y
peculiaridades
exóticas.
Además, Arreola
se empeñó en
vivir dentro de
moldes clásicos,
los que
evidentemente
renovó al
construir
cuentos en los
que un lector
atento puede
descubrir ecos
de Swift,
Ronsard, Schwob,
Borges y La
Fontaine, bien
sazonados con
tratamientos
innovadores cuya
autoría sólo le
corresponden a
Juan José
Arreola. (Algo
semejante a lo
que hizo en
poesía,
partiendo de los
clásicos griegos
y latinos, el
admirable Rubén
Bonifaz Nuño.)
Otra razón bien
pueden ser las
dificultades que
a veces sus
cuentos imponen
al lector,
obligándolo a
adentrarse en
otras
literaturas y a
buscar la doble
o triple
intención de la
fábula o la
parábola.
Arreola fue un
maestro en todos
los sentidos.
Sabía más de los
demás que de sí
mismo, ahora
estoy seguro, he
podido
confirmarlo con
las relecturas y
el recuerdo de
sus largas
conversaciones.
Por tal razón se
anticipaba a sus
críticos de
aquella época y
que hoy son sus
más rendidos
fanáticos. “La
acusación tan
reiterada que se
me ha hecho de
manierista, de
amanerado, de
filigranista, de
orfebre, lejos
de ofenderme, me
halaga. Dentro
de mi
experiencia
personal,
incluso en mis
textos juveniles
hay algunos
pasajes en los
que reconozco
que he
conseguido mi
propósito. Lo
que yo quiero
hacer es lo que
hace cierto tipo
de artistas:
fijar mi
percepción del
mundo externo,
de los demás y
de mí mismo”.
Los críticos y
los escasos
lectores, en
México siempre
pedantes y
demandantes, sin
saber nada sobre
los misterios de
la creación, le
pidieron a él y
a Juan Rulfo más
de lo que podían
o querían dar y
así
contribuyeron a
su silencio
literario.
Arreola, en todo
caso, se salvó
debido a que
también era un
escritor oral.
Todos los días
algún “exigente”
pedía otra
novela de Rulfo
o el nuevo libro
de cuentos de
Arreola, sin
saber de las
dificultades
estéticas y de
los problemas
sicológicos que
los rodeaban. No
todos son
torrentes o ríos
interminables.
Con maestría y
rigor, dueño de
un talento
excepcional, con
una belleza
agresiva y una
calidad que
sorprende y
abruma,
construyó una
obra de modestas
extensiones, sí,
pero de una
grandeza
ilimitada.
Arreola (así lo
pienso porque lo
he leído y
observado desde
mi juventud) no
aceptó el
muralismo sino
el cuadro de
caballete, las
miniaturas. No
quiso ser
Beethoven o
Wagner sino
Chopin, List o
el Paganini de
los Caprichos,
no el de los
conciertos.
Ambicionó
escribir, y lo
consiguió,
cuentos
irrepetibles, de
un virtuosismo
maravilloso.
Dudo mucho que
se haya
propuesto alguna
vez redactar la
fatigante
novela-río que a
Vargas Llosa o a
Fuentes tanto
les deslumbra.
Fue desde sus
orígenes la
precisión, la
economía verbal,
las más hermosas
imágenes, porque
Arreola, que
bien utilizó la
prosa,
interiormente
fue un poeta
perfecto. Lo
sabemos porque
sus citas más
recurrentes son
versos, a veces
dichos en
español, otras
en francés, en
inglés o en
italiano. Él
dijo: “Tal vez
mi obra sea
escasa, pero es
escasa porque
constantemente
la estoy
podando.
Prefiero los
gérmenes a los
desarrollos
voluminosos,
agotados por su
propio exceso
verbal.” Más
adelante
precisó: “He
escrito poco
porque me limito
a extender la
mano para cortar
frutos más o
menos redondos.
Sólo en casos
muy contados he
hostigado una
idea. Los
cuentos se me
plantean como
oleajes, ritmo,
marea. Me gusta
reflexionar en
la necesidad de
que las
abstracciones se
vuelvan
concreciones,
porque es una
especie de
nostalgia de
belleza y de
forma.” A sus
alumnos nos
recomendó lo que
decía Reyes: del
lápiz, usar más
la goma que el
grafito.
Arreola por
ahora no tiene
tantos lectores
y rendidos
admiradores como
otros que
gozaron el
disfrute del
poder. Él sólo
vivió para
complacer su
refinado
espíritu, no
pensó más que en
la literatura.
Volvamos a
leerlo, es una
notable
experiencia,
enriquecedora.