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26.Dic.13

 

 

   
     
     
   
   
 

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La ciudadanía que México reclama

René Avilés Fabila

 

 

¿Somos o no somos realmente ciudadanos? Por supuesto que la gran mayoría de la población de México no lo es. ¿Cómo podría si ha pospuesto por décadas y centurias, prácticamente desde que pretendió independizarse del dominio español, el nacimiento de una verdadera y auténtica ciudadanía? ¿Cómo ser realmente una ciudadanía responsable si ha impedido que surja un México nuevo sustentado en el principio fundamental de aspirar a constituirse en una sociedad moderna? No, ni comprendemos ni estamos comprometidos con el reto de construir una verdadera Nación, como tampoco hemos sabido ni querido constituir una comunidad moral. De ahí todas las degeneraciones y vicios que padece el Estado mexicano, porque en realidad la que está ciertamente enferma de apatía es nuestra propia sociedad.

Nuestra costumbre es culpar al gobierno en turno y a sus respectivos órganos por la gran injusticia y terrible inseguridad que padecemos, por la profunda ignorancia y la atroz miseria que sufre nuestro pueblo, y tenemos razón, pero qué difícil es que también asumamos nosotros que tenemos gran parte de la responsabilidad y de la corrupción que nos carcome en todos los niveles. ¿De qué sirve que critiquemos al Estado y a sus gobernantes si somos indiferentes, pasivos y, por ende, cómplices de todos los males que soportamos? Al retraimiento pesimista en el que muchos incurren ¿podemos llamarlo modernidad? Y algo peor ¿es justo para la sociedad que impere en México la evasión fiscal gracias a la impunidad que otorgan la informalidad, el robo de luz, agua, drenaje y gasolina? ¿Es moral y justo que se tolere e incentive la invasión de inmuebles, el tirado irregular de basura y el ambulantaje? Todos los días y a todas horas padecemos en la ciudad capital un tráfico cada vez más extenuante y agotador. ¿Dónde está la autoridad que asuma con responsabilidad la tarea de hacer cumplir los reglamentos? ¿Hay alguien a quien le importe la regulación eficaz de las vialidades, la educación de automovilistas y peatones y, sobre todo, de operadores del transporte público? Y lo más importante: ¿dónde está el ciudadano que acepte cumplir con sus obligaciones y responsabilidades? La realidad que vivimos es patética.

Permanentemente, demandamos servicios, reclamamos asistencia y educación, exigimos acabar con la criminalidad, pero ¿qué hace la ciudadanía? Ser cómplice de la alta traición social que cometen funcionarios, servidores y representantes populares, irresponsables y corruptos, así como de las cúpulas empresariales, saqueadoras de las riquezas naturales y del patrimonio nacional, al amparo de la evasión tributaria de la que son también beneficiarias mientras conducen a un cada vez mayor sacrificio económico a la clase trabajadora. Y es cómplice porque es estéril toda discusión de café y todo pronunciamiento político que, a pesar de señalar la sombría realidad que enfrentamos, no detone cambio o transformación algunos; como cómplices son particularmente aquellos sindicatos corruptos que solapan el enriquecimiento de sus dirigentes y el incremento de burocracias artificiales, así como las autoridades que favorecen y protegen la cultura del soborno en las agrupaciones policiacas. Cómo no ser cómplice de la debacle social en la que estamos inmersos si por décadas nos hemos conformado con el desastre educativo que sufrimos y que no sólo nos ha estancado, sino que nos ha hecho perder la conciencia y el respeto ciudadanos. Valiosas generaciones de mexicanos hemos ya perdido, a causa de nuestra indolencia e indiferencia: cánceres que nos han corroído e impedido transformar a nuestra niñez y juventud, desdeñando que desde el siglo XVI el educador Bonifacio había advertido que “la educación de los niños es la renovación del mundo”.

De igual forma ¿por qué hemos permitido que los medios de comunicación, especialmente televisivos, nos impongan contenidos enajenantes que sólo han alienado nuestra conciencia social? ¿Por qué desde hace décadas no supimos ni quisimos revertir el desastre social que se vislumbraba? Si somos un Estado fallido es porque aplazamos y continuamos postergando el momento de asumir nuestro compromiso como ciudadanos y de construir una verdadera democracia. Concentrados sólo en exigir derechos hemos dejado de lado nuestros deberes y hoy tenemos lo que buscamos: una sociedad, un país, en el que no hay ley que se respete, porque ante todo carecemos de unidad y nuestra identidad, si en algún momento la hubo, no existe más.

El panorama social y nacional resultan desoladores, y si bien refería que la culpa no es privativa de los gobernantes en turno: ¿qué hace Enrique Peña Nieto para enfrentar desde su alta investidura la debacle de nuestra Nación? Recorrer el mundo ofreciendo lo que queda (que todavía es mucho) de nuestro patrimonio, para beneplácito de la exclusiva cúpula de 3 mil multimillonarios. En tanto, ¿qué se hace para sacar a los más de 80 millones de mexicanos en todos los grados de pobreza de su marginación? ¿Qué alternativas de desarrollo se instrumentan para evitar que desaparezca la casi inexistente clase media?

Mahatma Gandhi dijo: “Si quieres cambiar al mundo, cámbiate a ti mismo”, en ese sentido, la ciudadanía debería asumir su responsabilidad, comenzando por transformarse a sí misma y participar ya del cambio verdadero que México requiere hacia la reconstrucción moral y cívica de la sociedad en pleno.

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