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La ciudadanía que México reclama
René Avilés Fabila
¿Somos o no somos
realmente ciudadanos? Por supuesto que la gran
mayoría de la población de México no lo es.
¿Cómo podría si ha pospuesto por décadas y
centurias, prácticamente desde que pretendió
independizarse del dominio español, el
nacimiento de una verdadera y auténtica
ciudadanía? ¿Cómo ser realmente una ciudadanía
responsable si ha impedido que surja un México
nuevo sustentado en el principio fundamental de
aspirar a constituirse en una sociedad moderna?
No, ni comprendemos ni estamos comprometidos con
el reto de construir una verdadera Nación, como
tampoco hemos sabido ni querido constituir una
comunidad moral. De ahí todas las degeneraciones
y vicios que padece el Estado mexicano, porque
en realidad la que está ciertamente enferma de
apatía es nuestra propia sociedad.
Nuestra costumbre es culpar al gobierno en turno
y a sus respectivos órganos por la gran
injusticia y terrible inseguridad que padecemos,
por la profunda ignorancia y la atroz miseria
que sufre nuestro pueblo, y tenemos razón, pero
qué difícil es que también asumamos nosotros que
tenemos gran parte de la responsabilidad y de la
corrupción que nos carcome en todos los niveles.
¿De qué sirve que critiquemos al Estado y a sus
gobernantes si somos indiferentes, pasivos y,
por ende, cómplices de todos los males que
soportamos? Al retraimiento pesimista en el que
muchos incurren ¿podemos llamarlo modernidad? Y
algo peor ¿es justo para la sociedad que impere
en México la evasión fiscal gracias a la
impunidad que otorgan la informalidad, el robo
de luz, agua, drenaje y gasolina? ¿Es moral y
justo que se tolere e incentive la invasión de
inmuebles, el tirado irregular de basura y el
ambulantaje? Todos los días y a todas horas
padecemos en la ciudad capital un tráfico cada
vez más extenuante y agotador. ¿Dónde está la
autoridad que asuma con responsabilidad la tarea
de hacer cumplir los reglamentos? ¿Hay alguien a
quien le importe la regulación eficaz de las
vialidades, la educación de automovilistas y
peatones y, sobre todo, de operadores del
transporte público? Y lo más importante: ¿dónde
está el ciudadano que acepte cumplir con sus
obligaciones y responsabilidades? La realidad
que vivimos es patética.
Permanentemente, demandamos servicios,
reclamamos asistencia y educación, exigimos
acabar con la criminalidad, pero ¿qué hace la
ciudadanía? Ser cómplice de la alta traición
social que cometen funcionarios, servidores y
representantes populares, irresponsables y
corruptos, así como de las cúpulas
empresariales, saqueadoras de las riquezas
naturales y del patrimonio nacional, al amparo
de la evasión tributaria de la que son también
beneficiarias mientras conducen a un cada vez
mayor sacrificio económico a la clase
trabajadora. Y es cómplice porque es estéril
toda discusión de café y todo pronunciamiento
político que, a pesar de señalar la sombría
realidad que enfrentamos, no detone cambio o
transformación algunos; como cómplices son
particularmente aquellos sindicatos corruptos
que solapan el enriquecimiento de sus dirigentes
y el incremento de burocracias artificiales, así
como las autoridades que favorecen y protegen la
cultura del soborno en las agrupaciones
policiacas. Cómo no ser cómplice de la debacle
social en la que estamos inmersos si por décadas
nos hemos conformado con el desastre educativo
que sufrimos y que no sólo nos ha estancado,
sino que nos ha hecho perder la conciencia y el
respeto ciudadanos. Valiosas generaciones de
mexicanos hemos ya perdido, a causa de nuestra
indolencia e indiferencia: cánceres que nos han
corroído e impedido transformar a nuestra niñez
y juventud, desdeñando que desde el siglo XVI el
educador Bonifacio había advertido que “la
educación de los niños es la renovación del
mundo”.
De igual forma ¿por qué hemos permitido que los
medios de comunicación, especialmente
televisivos, nos impongan contenidos enajenantes
que sólo han alienado nuestra conciencia social?
¿Por qué desde hace décadas no supimos ni
quisimos revertir el desastre social que se
vislumbraba? Si somos un Estado fallido es
porque aplazamos y continuamos postergando el
momento de asumir nuestro compromiso como
ciudadanos y de construir una verdadera
democracia. Concentrados sólo en exigir derechos
hemos dejado de lado nuestros deberes y hoy
tenemos lo que buscamos: una sociedad, un país,
en el que no hay ley que se respete, porque ante
todo carecemos de unidad y nuestra identidad, si
en algún momento la hubo, no existe más.
El panorama social y nacional resultan
desoladores, y si bien refería que la culpa no
es privativa de los gobernantes en turno: ¿qué
hace Enrique Peña Nieto para enfrentar desde su
alta investidura la debacle de nuestra Nación?
Recorrer el mundo ofreciendo lo que queda (que
todavía es mucho) de nuestro patrimonio, para
beneplácito de la exclusiva cúpula de 3 mil
multimillonarios. En tanto, ¿qué se hace para
sacar a los más de 80 millones de mexicanos en
todos los grados de pobreza de su marginación?
¿Qué alternativas de desarrollo se instrumentan
para evitar que desaparezca la casi inexistente
clase media?
Mahatma Gandhi dijo: “Si quieres cambiar al
mundo, cámbiate a ti mismo”, en ese sentido, la
ciudadanía debería asumir su responsabilidad,
comenzando por transformarse a sí misma y
participar ya del cambio verdadero que México
requiere hacia la reconstrucción moral y cívica
de la sociedad en pleno.
www.reneavilesfabila.com.mx
www.recordanzas.blogspot.com
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