“En una
suerte de poemas”,
saludo del maestro Roberto López Moreno
En una suerte de poemas nos presumimos lectores de poemas con
suerte, porque suerte es para cualquier poema salir de la pluma
militante de la escritora y artista plástica Cristina de la
Concha. Y es que levanta el dedo Cristina y hacia donde señale
deja caer el peso del poema, sobre los diferentes pliegues de la
vida e incluso del espuriato político.
Tenemos una poetisa frente a los ojos que viene a enriquecer con su
trabajo el sensual y enriquecedor idioma que han estado
desarrollando las mujeres en nuestro ámbito y en nuestro tiempo.
Son manecillas sabias marcando nuestra hora; en ellas (en ella,
tengo que decir ahora) la voluptuosidad de la palabra lo abarca
todo para nombrarlo con un nuevo tipo de latido.
En este su libro En una suerte de poemas, inicia dándonos
territorio para luego extender sobre él toda la gama de luces y
sombras que sus pupilas captan y su imaginación procesa y
después su tinta nos remarca y nos redice. Lo mexicano se hace
presente desde el principio a través de citas, enumeraciones,
sentencias, frases y metáforas escritas en náhuatl. Entonces,
desde el principio el lector sabe qué suelo pisa y no se dirá
sorprendido por la atmósfera que el compendio nos impone.
Esa mexicanidad se reafirma a lo largo del tono pues Cristina de la
Concha, nuestra autora, convoca en diferentes momentos temas
musicales de este hemisferio, muy de la entraña del mexicano,
como en el caso de la canción La llorona en donde se repiten
alguna estrofas de esa joya del folklore del paisanaje. Así,
todo lo que se diga en el poemario tendrá fuertes lazos de
identidad para darnos una dimensión muy nuestra en los hechos
que aparecen en el libro.
De esa manera se desliza el verbario cristino, como una nostálgica
pieza muy de nuestro nosotros, muy de las fuentes primigenias
que siguen presentes cada noche lunar, que persisten el hondo
aullido de la oscuridad cuando la luna no y nada. Así, los
poemas compendiados enlazan una poderosa identidad con los
lectores. Pero ¿y los que no son mexicanos? Entonces sucede lo
que al oficio del mago le denominan magia y se trata de la flor
del poema que nace de una atmósfera localizada en un punto del
planeta, cierto, pero que…
Pero que en su transcurso, en su discurso, en su curso se abre
hacia los cuatro puntos cardinales, convirtiendo a la poetisa en
cenzontle, la poética ave de los 400 cantos.
El libro que ahora cantamos presume de diferentes recursos que su
autora pone en juego para lograr el milagro del poema. Cristina
de la Concha hace suyos los procedimientos muy de su época y
llega incluso, como en el poema Ayotzinapa, a extender la
lectura del poema con recursos visuales.
Nehuatl nimix
tlazotla xóchitl itlanezi, paquiliztli,
saludo a Cristina de la Concha, yo te amo flor del amanecer,
alegría; quiero decir que adoro este libro tan femenino y tan
del todo género humano; tan nuestra tierra y tan del mundo
entero, y no quiero despedirme sin citar directamente a la
autora: “érase que/ pronto/ décadas antes/ individualismos
sembraron/ abuso en actitud/ y falsa creencia fue/ que el
derecho/ estaba con ellos/ de allí maleantes/ en multiplicidad/
y crimen en exponencia.
Paquiliztli,
Cristina de la Concha, Paquiliztli. Tlazocamati. Muchas
gracias.