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  El escritor y el pueblo: Pasado y presente  
 

1ª parte

 
     
     
     
     
     
     
Roberto López Moreno  
     
     
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robertolm2007@yahoo.com.mx 

www.robertolopezmoreno.com

 
 
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11.Ago.20

 

 

 

El escritor y el pueblo: Pasado y presente

4ª parte

por Roberto López Moreno

 

 

Al iniciarse la década de los 50 se inauguró la televisión en México y su funcionamiento quedó reglamentado de acuerdo a las posiciones sustentadas por los industriales que les dieron vida al radio primero y después al nuevo medio que además de la voz llevaba la imagen a las masas receptoras. El gobierno de Miguel Alemán aprobó el decreto en donde se implantaban los requerimientos legales para la instalación y funcionamiento de los canales de televisión.

Fue en 1960 cuando, por fin, el Estado, lleno de respuestas legales blandengues ante la insolencia de los industriales de la televisión, decide participar también en la industria y para ello crea la Ley Federal de Radio y Televisión. Primero se hace presente por medio de los canales operados por la televisión comercial y casi una década después exige el 12.5 por ciento del tiempo de transmisión que usan los canales al servicio de la iniciativa privada.

En la actualidad la televisión oficial cuenta en el Distrito Federal con tres canales, el Canal Judicial y el 22 sólo para la Ciudad de México, y el 11, este último adscrito al Instituto Politécnico Nacional. La programación de canales presenta diferencias sustanciales en relación a lo que transmite la televisión comercial, aunque tampoco responde a las necesidades culturales de la población, porque es obvio que representan la imagen del Estado y en última instancia ese Estado representa a una clase que en su manifestación más reaccionaria sostiene la otra televisión vacía de todo significado para distraer a una comunidad que, no obstante, pasa la mayor parte de las horas del día frente a ella. Estas dos televisiones sostienen y se sostienen de los dos tipos de escritores que hemos evocado, el “escritor oficial” y el mimado por la iniciativa privada. El pueblo está afuera. Lo siente, pero no lo sabe.

La prensa por un lado, la radio y la televisión por el otro, son poderosos factores enajenantes de la sociedad. El escritor, a secas, como producto de esa sociedad, sufre y participa de la misma enajenación y en su combate contra ella cae en una nueva enajenación, la de su propia lucha, indispensable para negar su literatura como práctica enajenada. Se trata de una secuencia planteada en espiral que va describiendo el desarrollo del pensamiento y del hecho social al determinar el segmento:   a) Situación,   b)  Proyecto-situación;  o bien:   a) Proyecto,  b) Situación-proyecto.

El trabajo así planteado representa una crítica de la historia o sea una crisis para la desenajenación. Se trata de un acto de negación en busca de su negación para cubrir las circunvalaciones de su desarrollo abriendo un  nuevo planteamiento de negaciones que inician en esa forma otra fase de su dinámica.

Para la dialéctica el mundo no debe permanecer como un complejo de cosas fijas y dispersas: “Es necesario captar y realizar en la razón la realidad que subyace tras los antagonismos, pues la razón tiene la tarea de reconciliar los opuestos y sublimarlos en una verdadera unidad”. En la lucha de contrarios, suma de negaciones, el escritor es vehículo de síntesis tendiente a negarse para el inicio de un ciclo superior, el pensamiento se materializa por medio de la praxis para provocar el salto cualitativo de un nuevo pensamiento en vías de su práctica. El escritor viene a constituir eje de singular unión y lucha de contrarios entre la vida viva y la vida muerta, entre el movimiento del movimiento y el movimiento de la quietud.

El escritor es la unidad trascendiendo el complejo de cosas fijas y dispersas, reconciliador de los opuestos y es factor primordial para alentar la estructura de una nueva sociedad en la que el transmisor haya dejado de ser precisamente el sector dominante y el receptor la clase dominada; cuando transmisor y receptor sean simplemente hombres que tengan algo que decirse.

El escritor contemporáneo mexicano ha vivido momentos “pico” dentro de las contradicciones internas (ámbito nacional) y externas (contexto internacional) que le presenta la realidad del devenir actual. Ha sido testigo de la matanza de Tlatelolco, provocada por la mano de un Estado ciego, soberbio e incompetente; vive junto a su pueblo el desplome económico (inflación, fraudes de funcionarios, apabullante deuda externa), y  una represión a veces enmascarada, a veces abierta, pero en cualquiera de los dos casos efectiva hasta el crimen (desaparecidos políticos) o hasta la mordaza.

Cercado por los monopolios privados, enemigos de que se legisle sobre el derecho a la información, lerma todos los días del brebaje aniquilador que habrá finalmente de fortalecerle para ayudar de manera efectiva a la organización de la sociedad a la que pertenece, la sociedad humana. Su voz tendrá que salir fortalecida junto a la voz de los escritores de los demás países. Solo en el pueblo hablarán su fuerza, en las organizaciones creadas por el pueblo, en los  partidos de izquierda (palabra, por cierto, altamente prostituida en los días mexicanos actuales a la que debemos rescatar), a los que urge asumir su compromiso histórico para que junto con el pueblo que representa, con sus escritores y sus artistas, alcancen la libertad del hombre, para que el hombre sea el dueño real de su destino y evitar por todos los medios que Sócrates vuelva a ser llevado al recipiente de la cicuta; que Galileo sufra los embates del encono; que Neruda sea perseguido por sus ideas políticas, y José Revueltas vuelva a su larga cadena de prisiones.

 
     
     
     

 

     
     

 

 

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