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11.Ago.20
El escritor y el pueblo: Pasado y
presente
4ª parte
por
Roberto López Moreno
Al iniciarse la década de los 50 se inauguró la
televisión en México y su funcionamiento quedó
reglamentado de acuerdo a las posiciones sustentadas por
los industriales que les dieron vida al radio primero y
después al nuevo medio que además de la voz llevaba la
imagen a las masas receptoras. El gobierno de Miguel
Alemán aprobó el decreto en donde se implantaban los
requerimientos legales para la instalación y
funcionamiento de los canales de televisión.
Fue en 1960 cuando, por fin, el Estado, lleno de
respuestas legales blandengues ante la insolencia de los
industriales de la televisión, decide participar también
en la industria y para ello crea la Ley Federal de Radio
y Televisión. Primero se hace presente por medio de los
canales operados por la televisión comercial y casi una
década después exige el 12.5 por ciento del tiempo de
transmisión que usan los canales al servicio de la
iniciativa privada.
En la actualidad la televisión oficial cuenta en el
Distrito Federal con tres canales, el Canal Judicial y
el 22 sólo para la Ciudad de México, y el 11, este
último adscrito al Instituto Politécnico Nacional. La
programación de canales presenta diferencias
sustanciales en relación a lo que transmite la
televisión comercial, aunque tampoco responde a las
necesidades culturales de la población, porque es obvio
que representan la imagen del Estado y en última
instancia ese Estado representa a una clase que en su
manifestación más reaccionaria sostiene la otra
televisión vacía de todo significado para distraer a una
comunidad que, no obstante, pasa la mayor parte de las
horas del día frente a ella. Estas dos televisiones
sostienen y se sostienen de los dos tipos de escritores
que hemos evocado, el “escritor oficial” y el mimado por
la iniciativa privada. El pueblo está afuera. Lo siente,
pero no lo sabe.
La prensa por un lado, la radio y la televisión por el
otro, son poderosos factores enajenantes de la sociedad.
El escritor, a secas, como producto de esa sociedad,
sufre y participa de la misma enajenación y en su
combate contra ella cae en una nueva enajenación, la de
su propia lucha, indispensable para negar su literatura
como práctica enajenada. Se trata de una secuencia
planteada en espiral que va describiendo el desarrollo
del pensamiento y del hecho social al determinar el
segmento: a) Situación, b) Proyecto-situación; o
bien: a) Proyecto, b) Situación-proyecto.
El trabajo así planteado representa una crítica de la
historia o sea una crisis para la desenajenación. Se
trata de un acto de negación en busca de su negación
para cubrir las circunvalaciones de su desarrollo
abriendo un nuevo planteamiento de negaciones que
inician en esa forma otra fase de su dinámica.
Para la dialéctica el mundo no debe permanecer como un
complejo de cosas fijas y dispersas: “Es necesario
captar y realizar en la razón la realidad que subyace
tras los antagonismos, pues la razón tiene la tarea de
reconciliar los opuestos y sublimarlos en una verdadera
unidad”. En la lucha de contrarios, suma de negaciones,
el escritor es vehículo de síntesis tendiente a negarse
para el inicio de un ciclo superior, el pensamiento se
materializa por medio de la praxis para provocar el
salto cualitativo de un nuevo pensamiento en vías de su
práctica. El escritor viene a constituir eje de singular
unión y lucha de contrarios entre la vida viva y la vida
muerta, entre el movimiento del movimiento y el
movimiento de la quietud.
El escritor es la unidad trascendiendo el complejo de
cosas fijas y dispersas, reconciliador de los opuestos y
es factor primordial para alentar la estructura de una
nueva sociedad en la que el transmisor haya dejado de
ser precisamente el sector dominante y el receptor la
clase dominada; cuando transmisor y receptor sean
simplemente hombres que tengan algo que decirse.
El escritor contemporáneo mexicano ha vivido momentos
“pico” dentro de las contradicciones internas (ámbito
nacional) y externas (contexto internacional) que le
presenta la realidad del devenir actual. Ha sido testigo
de la matanza de Tlatelolco, provocada por la mano de un
Estado ciego, soberbio e incompetente; vive junto a su
pueblo el desplome económico (inflación, fraudes de
funcionarios, apabullante deuda externa), y una
represión a veces enmascarada, a veces abierta, pero en
cualquiera de los dos casos efectiva hasta el crimen
(desaparecidos políticos) o hasta la mordaza.
Cercado por los monopolios privados, enemigos de que se
legisle sobre el derecho a la información, lerma todos
los días del brebaje aniquilador que habrá finalmente de
fortalecerle para ayudar de manera efectiva a la
organización de la sociedad a la que pertenece, la
sociedad humana. Su voz tendrá que salir fortalecida
junto a la voz de los escritores de los demás países.
Solo en el pueblo hablarán su fuerza, en las
organizaciones creadas por el pueblo, en los partidos
de izquierda (palabra, por cierto, altamente prostituida
en los días mexicanos actuales a la que debemos
rescatar), a los que urge asumir su compromiso histórico
para que junto con el pueblo que representa, con sus
escritores y sus artistas, alcancen la libertad del
hombre, para que el hombre sea el dueño real de su
destino y evitar por todos los medios que Sócrates
vuelva a ser llevado al recipiente de la cicuta; que
Galileo sufra los embates del encono; que Neruda sea
perseguido por sus ideas políticas, y José Revueltas
vuelva a su larga cadena de prisiones.
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