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MANUEL CORTÉS
CASTAÑEDA
DE BESTIARIOS: EL
BICHARIO DE SAÚL
IBARGOYEN |
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“También estas bichas
con astucia política
han declarado
que no todas las uvas verdes
están verdes
ni todas las maduras
están maduras (Zorras)”. |
PRIMERA ENTREGA
Poco se ha dicho de los Bicharios, aunque no son muchos los que
se han escrito. Cuando se los menciona se los cataloga como un
subgénero adscrito al universo de los bestiarios, o un simple
inventario de cosas sin valor aparente; -salvo las ilustraciones
que suelen acompañar estos textos y cuyo fin era llegar a ese
segmento de la población analfabeta que siempre subyace en el
fondo de toda sociedad-. Los bestiarios se hicieron muy
populares a partir de la publicación del Phisiologus (colección
anónima que apareció en Alexandria, en algún momento del siglo
tercero o cuarto (1). Se dice que fue en Alejandría porque
muchos de los animales que conforman el texto eran por entonces
bien conocidos en Egipto. Los bestiarios fueron igualmente
populares en Bizancio y el mundo Persa. También durante la Edad
media, especialmente el libro Etimologías de San Isidro y textos
de San Ambrosio que gustaba utilizar animales en sus escritos
para expandir el mensaje de la Biblia. Durante toda esta época
se hicieron muy populares y aparecen asociados con las fábulas,
analogías, alegorías, parábolas etc. Y es también durante esta
época que se enfatiza su contenido moralizante asociado con la
predestinación o/y, según la iglesia, al papel específico del
ser humano en el contexto de la creación. Estética moralizante
que se apoya en la antítesis virtud / perversión. Hay bestias
con características positivas (del lado de Dios); otras con
características negativas (del lado del Diablo); y otras son
mitológicas o fantásticas y pueden ser de signo positivo o
negativo. Pero estas dicotomías se intercambian de manera
compleja y sutil anulando las oposiciones radicales y creando
múltiples conexiones entre las diferentes entidades
paradigmáticas. Se dice que fue realmente a partir de la
sentencia de Job, “Pregúntale a las bestias de la tierra y ellas
te enseñarán, y a los pájaros del cielo y ellos te contestarán”
(12-7), que la iglesia se encargó de popularizar la idea de que
el comportamiento de los animales nos ayuda a entender nuestra
propia forma de comportarnos o de ser. Más tarde - siglo X y XII-
los bestiarios ganaron importancia en Francia e Inglaterra, pero
se trataba de recopilación de textos antiguos. Un dato curioso,
Leonardo Da Vinci escribió un bestiario. Lo mismo hizo Toulouse
Lautrec.
En nuestra literatura contemporánea son bien conocidos los
bestiarios de Cortázar, Borges, Arreola, Tablada, Otto Raúl
González, Alfredo Iriarte, Monterroso y Cosío, entre otros. No
es exagerado afirmar que con el
Bichario de Ibargoyen, este aparente género menor adquiere
un lugar preponderante en el contexto de la literatura
universal. Y no se trata de afirmar que este Bichario le da
carácter de bestiario a un género tan despreciado y minimizado.
Al contrario, el libro de Ibargoyen crea, o inicia una nueva
visión de este género a la vez que nos obliga a repensar los
bestiarios desde una perspectiva diferente y nos reta, además, a
eliminar cualquier tipo de dicotomía moralizante y actitud
pedagógica que siempre, de una u otra forma, han marcado el
contenido de este tipo de textos.
En la mayoría de los diccionarios no aparece la palabra bichario
con connotaciones literarias. El vocablo sólo hace referencia a
las enfermedades de las plantas y a ciertos parásitos. Sin
embargo, aparecen un sinnúmero de derivados que de múltiples
formas se conectan con el ser humano y algunas de sus
actividades más frecuentes. En nuestra época moderna la palabra
bicho tiene más sentido que la de bestia -que se ha quedado
relegada a los cuentos de hadas y a los animales mitológicos o
alegóricos-, al menos cuando se trata de radiografiar lo más
íntimo del ser humano. Entre los derivados más comunes tenemos
bicho (cosa que produce
miedo o infunde temor);
alimaña-insecto (sujeto sin valor);
mal bicho (persona con mala
intensión); bicho raro
(persona fuera de lo normal);
bicho viviente (todo el mundo);
bicha (culebra y órgano
masculino-femenino). También existe el verbo
bichear, con connotaciones
tales como mirar, observar a escondidas, otear, fisgonear,
cazar. Igualmente adjetivos y sustantivos asociados con dicho
vocablo como mirón, furtivo,
bicharejo, bichejo (diminutivo-peyorativo),
bichoso (decrépito),
bichofear (silbar para
desaprobar); bicharraco
(persona fea y diferente); significa, además,
hijo
de puta y aparece en frases
tales como, “qué bicho te pico” (persona que actúa de forma rara
o diferente), y “bicho de mal agüero”. Y aunque parezca extraño
le quedan pocos matices relacionados con la mitología. En Grecia
todavía es un animal quimérico; espíritu de la lluvia: mitad
mujer, mitad pez. Y una nota final: En Cuba es sinónimo de
persona lista, habilidosa, sagaz.
Como bien pueden ver, este corto inventario nos es suficiente
para concluir que con esta palabra y sus múltiples derivados y
matices podemos definir y caracterizar en gran parte al ser
humano. Quizás amparado en lo sugestivo de dicho vocablo
Ibargoyen se dio a la tarea, nada fácil, de reinventar este
“sub-género” en nuestra sociedad contemporánea. Y en cuanto a la
forma, para ser más contundente en sus apreciaciones y más
eficaz en el efecto literario que se busca, Ibargoyen reduce
estos textos a su mínima expresión. Para él, lo importante no es
“describir” o “definir” apuntalándose en las características que
más se asemejan a cada bicho, sino elegir con precisión ciertos
atributos minimizados o excluidos, apoyándose en lo absurdo o
simplemente en yuxtaposiciones a veces descabelladas para
obligarnos a re-pensar cada realidad desde una perspectiva
distinta. Estos textos son breves, ingeniosos y marcados por una
cuota de sabiduría sin precedentes en nuestra literatura.
“Crustáceo incomprendido: / vaya
hacia donde vaya/ siempre
dirán/ que es para atrás (Cangrejo, 18)”.
Textos de estructura polisémica, ambiguos y alegóricos. Textos
que crean un sistema de vasos comunicantes que en un momento de
la lectura son la suma de una misma realidad, su negación, o su
fracaso. Pero también, textos que se diversifican al infinito
apoyados en la contradicción y en la paradoja: dualidad que
oficia como lo más afín al acto creador y a la condición humana.
Sin entrar en el campo de las categorizaciones, podríamos decir
que estos bichos son la sombra sutil de apólogos, ecfrasis,
ejemplos, epigramas, aforismos, acertijos, juegos verbales,
absurdidades, parábolas y hasta retratos efímeros y haikus. La
brevedad de la composición o de la estructura lingüística es
garantía de multiplicidad en el otro lado del paradigma: sentido
y significado. Ibargoyen define y matiza con una precisión
endemoniada, pero la definición se ahoga a/en sí misma a
conciencia para dar paso a una semántica atona-polifónica, donde
cualquier derivado o atajo es posible siempre en el marco de una
actitud crítica sin reticencias de ninguna índole y sin que
falte esa gota de humor negro que hace a los textos más eficaces
en su brevedad exquisita. Textos que son golpes de ironía,
sarcasmos, estados de complicidad, burlas, martillazos
implacables, baldazos de agua fría a la cara…; pero igualmente
textos que incitan a la compasión y a la generosidad tan poco
frecuentes en nuestra época.
“Pocos dudan / de su inmortalidad /, y
de su persistencia /. Cuando
quedan / de patas para arriba / seguramente reflexionan / sobre
la brevedad / de todo lo que existe (Cucarachas, 23”).
Lo primero que salta a la vista inmediatamente iniciamos la
lectura del Bichario es que
los diferentes bichos que lo componen aparecen en orden
alfabético. El texto es un
Bichario que a la vez es un diccionario minucioso. Y como
no se trata de todo tipo de bichos, -aunque todos los bichos son
el mismo por sustracción o por adición-, sino de sus bichos, o
al menos los que al autor más le interesan, este aparente orden
estructural es algo arbitrario que sugiere de entrada un juego
intencional e introduce la ironía como verdadera estructura del
texto. La pregunta obligada sería: ¿Por qué los bichos deberían
de aparecer en determinado orden? Sugerir un orden aparente
cuando es precisamente el orden y lo que éste implica lo que
está en tela de juicio en todo el texto es una buena dosis de
ironía que nos pone de lleno en las claves fundamentales del
acto de escribir y sus posibles incidencias en la mente del
lector. Ironizar y jugar subvirtiendo de entrada el orden de las
cosas, todo tipo de entidades e ideas es un plato “perfecto” que
el lector saborea a plenitud desde la lectura del primer
bicho-texto-poema. Más aun si el autor afirma categóricamente
desde el comienzo del libro que lo que conocemos está muy lejos
de lo que es o pudiera ser.
“Vuelan en dudosa libertad /. Pocas de ellas fornican. /
Trabajan sudando miel. / Mueren cuando deben matar. / ¿Por qué
no nos enseñaron / que son como no son? (Abejas 9)”.
Lo segundo es que algunos de esos bichos tienen más de una
entrada en el mundo de la bichería. Solamente uno de ellos, el
colibrí, más de dos entradas; aunque el tercero no aparece
numerado como los dos anteriores de forma secuencial y se
pluraliza. Esto nos hace pensar que el tercero no es más que la
suma de los otros dos, o su re-definición debido al descontento
que el “taxonomista” percibe en su definición, o a la carencia
que siempre demarca una posible síntesis. Todos los tres bichos
de la misma especie parecen ser lo-mismo / los-mismos sin serlo,
ya que nada existe en concreto, ni en la realidad, ni en la
definición, ni en la idea. Las trilogías tan caras a nuestra
cultura y de las cuales depende nuestra filosofía y teología, no
aparecen en el texto, ni siquiera cuando ese bicho es dios o el
poeta. Podemos afirmar así que Ibargoyen se apoya en cierto
travestismo conceptual y lingüístico cuando disecciona sus
bichos. Travestismo que nos enseña sin apelaciones que todo es
nada y todo a la vez. Y algo más: que en el fondo y en la
superficie todo se define mejor por lo que falta o pudo haber
sido. O mejor: por lo que no es que por lo que es:
“Sueña a menudo que es / un hoyo
negro dado vuelta. / Y corre a casa del Diablo / que siempre lo
atiende/ sin cobrarle nada / (Dios dos 26).”
Lo tercero es que, aparte de los “abichuchos”, verdaderamente
bichos que hacen parte nominal del reino animal, aparecen otros
especímenes que no pertenecen a la misma familia, especie o
filum. Aunque si lo vemos bien esos bichos que parecen salirse
de la clasificación, son más bichos que todos los demás ya sea
de forma individual, o en su conjunto, o por intertextualidad.
Estas disparatadas constelaciones se componen de Ángeles, Dios
(2), Escritor, Informativista, Inversionista, Madre, Padre,
Mercader, Mujer, Nazi-(facista), Niños, Poeta, Políticos (2) y
hasta una Vulva. Podríamos aventurar de antemano que los que
aparecen dos veces, o tienden a multiplicarse hasta tres y que
de manera sutil o inapropiada se metamorfosean en otros
invadiendo su territorio y su idea, son los de más difícil
definición y, a su vez, lo más peligrosos e inevitables debido a
su carácter inestable y proteico. Son bichos travestis, pero no
por necesidad de libertad sino por una tendencia enfermiza a la
síntesis que les asegura su permanencia y su dominio. (El)
tragarse lo otro garantiza no solamente permanencia y
continuidad sino eliminación de la competencia. Lo otro es que,
no es difícil conjeturar, si hacemos la suma de las diferentes
entidades bicharias, o contrastamos sus propiedades desde
diferentes perspectivas, que este segmento constituido por
bichos raros conforma lo más alabado y glorificado de nuestra
cultura y civilización. Producto éste cuyas características son
ambiguas ya que la mezcla, aunque podría convertirse en un
producto final único-ideal -(en una sola razón de ser y de
hacer)- no puede asimilar todos los componentes o atributos que
por propia naturaleza se excluyen o se enfrentan. Esto nos
facilita entender que la contradicción u oposición permanente,
-aparte de la ironía y lo lúdico-, son el recurso lingüístico o
temático que domina la estructura del texto y cualquier idea o
proposición que podamos sacar de él. Los bichos no son, parece
decirnos Ibargoyen, ni están presentes del todo. Son un algo que
carece de contenido y de sentido, no-solo por carencia o
involución sino especialmente por exceso. Pero igualmente no
dejan nunca de ser lo que son, aunque siempre aparezcan o
intenten aparecer como lo otro, o lo opuesto, o lo que no son.
El bicho es una máscara, que nos permite seguir siendo sin que
tengamos que enterarnos de lo que somos. Por lo tanto combatir
lo que no somos y al mismo tiempo descreer de lo que somos es la
contradicción inevitable a la que está condenado todo bicho en
su diario ser y hacer. Ironizando, como en la teoría de la
recepción, podríamos decir que no hay múltiples bichos y
bichotes y bichorios, sino diferentes formas o perspectivas de
entender y decir y confrontar el mismo bicho que se juega sus
mil cabezas sin atreverse a jugarse ninguna y ni siquiera la
suya propia. Los bichos son un calco ontológico: únicos y unos.
Un-en-sí, o un-para-sí existencial sin nada de contemplativo, ya
que en los bichos todo es apetito.
“Miembro de una subespecie /
expulsada del templo / que resolvió adquirir / -con riesgo de
inflación- / nuevos sacerdotes / nuevos templos / nuevos dioses
/ (Mercader 39)”.
La cuarta característica a destacar es que solamente aparecen en
el bichario dos animales mitológicos: el Basilisco y el Dragón
(2); pero por extensión y similitud también podríamos incluir en
esta familia reducida, a Dios y al Poeta. Mas aun, si pensamos
en los devaneos absurdos de Huidobro y en los descalabros de las
musas. Serían solamente cuatro bichos mitológicos aunque el
dragón aparece dos veces. Esto sería lo único en común que tiene
el texto con los bestiarios, o cualquier otro tipo o variante de
ellos. Hay que enfatizar que estos bichejos antes mencionados
son definidos apoyándose en características humanas muy
específicas. De todos sus atributos destaca el vocablo
“encabronarse”. A su vez Ibargoyen pone en entredicho su
existencia. ¿No habría que sustituir, entonces, estos bichejos
por el bicho hombre que incapaz de verse a sí mismo en su propio
espejo siempre busca verse en el espejo de los otros como una
forma de huir de sí mismo y de deificar su miedo y su nada?
¿Acaso no está acentuando Ibargoyen como Pessoa, que a pesar de
nuestros grandes avances hoy más que nunca somos desconocidos de
nosotros mismos? ¿Es tanto lo que nos hemos perdido, o
equivocado el camino que una posible identidad o reconocimiento
ya no sería posible? Si Ibargoyen hubiese incluido en su
inventario al “bicho” Nietzsche el cuadro de nuestra confusión
humana sería más complejo y desolador. Pero no es solamente eso.
Esta carencia y falta de valor, o encierra en sí una paradoja
irresoluble, o nos pone frente a frente con el enigma de nuestra
realidad cotidiana: la ausencia de toda mitología, su desgaste o
inutilidad, podría muy bien presentarnos la muerte en cuanto tal
como lo único cierto; y lo que es peor, la muerte de la
imaginación como nuestro destino final. Por una parte, el mundo
y el hombre se deshacen como entidad ficticia, y por la otra
cada vez más el desconocimiento se perfila como la verdadera
esencia del hombre, para recurrir una vez más a Pessoa.
“Todavía humeante y sin trabajo /
deambula entre los objetos como libros / y abuelos enmudecidos.
/ Mientras / los niños se masacran / en los patios del los
colegios / (Dragón2, 27)”. Pero Ibargoyen no renuncia del
todo y transfiere al mundo virtual el papel de conservar e
implementar la ficción como nuestra última puerta de escape. Esa
caja de resonancias infinitas tan espantosa y fascinante a la
vez, se convierte entonces en el sustituto inevitable de la
muerte de la mitología y de lo mágico. Sale sobrando en el mundo
posmoderno: / los príncipes
yuppies / lo usan de mascota
/ y las princesas del jet-set / se acuestan con sus guardias /
en castillos virtuales y coquetos (Dragón 1, 26)”.
La quinta característica que quiero acentuar es que uno de los
bichos aparece repetido con una variante ortográfica. Oveja
aparece con hache y sin ella. Oveja con hache, aunque no
distinta sustancialmente de la que no la tiene, se perfila en el
texto como el símbolo de la víctima de todos los tiempos. O
mejor sería decir que deviene chivo expiatorio. Sustituir en el
campo de las tautologías religiosas lo femenino por lo masculino
sería una rectificación histórica de consecuencias impredecibles
en el subsuelo de nuestra cultura, o un simple intercambio y
asimilación de roles. El débil, no importa el lugar que ocupe en
el sumario de los horrores y errores de la historia del hombre
siempre acaba pagando las cuentas. Pero lo particular de esta
dualidad que no logra dislocarse completamente es que
“Con hache / o sin hache /
siempre le arrancan / la
ropa / y se la chingan / (Hoveja 33)”. A la que le falta la
hache, sin dejar de ser igualmente un bicho indefenso se la
asimila con su verdugo: el lobo. Asimilación que por contraste o
intercambio de papeles nos muestra el lado oscuro de las cosas,
o esa otra realidad desconocida que define a los seres humanos a
conciencia o por ausencia de la misma. La segunda oveja, la
verdadera, la académica, la de buena ortografía, no sería otra
cosa que el bicho Hombre 2 camuflado, que aparece en el texto.
Esa que la tradición desde tiempos bíblicos ha convertido en
alimento de todos los días: la oveja con piel de lobo.
“Mamífero de canas prematuras /
cuenta lobos cada noche /
para así dormir / Como una oveja buena / (Oveja 44)”.
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“EL TORTURADOR”, ¿NOVELA POLIFÓNICA?
TRES PREGUNTAS A SAÚL IBARGOYEN,
por
Alejandra Silva Lomelí,
10.Nov.10
Saúl
Ibargoyen en Palabra virtual
El Torturador,
el nuevo libro de Saúl Ibargoyen,
Ago.10
SAÚL IBARGOYEN:
Homenaje a
una fecunda trayectoria literaria
Mar.10
Saúl Ibargoyen
celebra su nombramiento como miembro de la
Academia Nacional de Letras de Uruguay,
25.Ago.08
De la estirpe de los poetas verdaderos
Saúl Ibargoyen
Sangre en el sur
de
Saúl
Ibargoyen
Los Hombres Gordos
Hombre esperando
Uomo
che aspetta
La musa
BELLEZA
Simple
pesadilla por Atenco
Palabra
virtual.com
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