La cultura en
Tulancingo:
entre el Quijote,
las pinturas rupestres y las papas fritas
por César Cruz Islas
Los comentarios vertidos
en el primer foro de arte y cultura, promovido con la intención de
exponer al presidente municipal electo las necesidades y propuestas
que en este ámbito tienen los “protagonistas del arte y la cultura
en Tulancingo y la ciudadanía en general”, me invitan a hacer las
reflexiones siguientes.
Como molinos de viento
son los medios masivos y la gran influencia que tienen sobre la
población. ¿Cómo enfrentar a tales gigantes desde la perspectiva
municipal? ¿Cómo convencer a la población del municipio de que se
interese en la pintura, la poesía, la danza o el teatro? ¿Cómo
seducirles con el espejo de nuestras tradiciones? ¿Cómo hacerlo sin
una oferta cultural continua y consistente?
Sabemos bien a bien cuál
es la dinámica de la comunicación masiva y conocemos la policromía
social y la diversidad de preferencias e intereses. Vemos con
claridad que la participación de quienes promueven la cultura local
se atomiza. Y, lamentablemente, percibimos cómo, después de cierta
efervescencia, el interés se disuelve.
Esto nos lleva a
cuestionar los motivos de las personas que en Tulancingo se ocupan
del arte y la cultura. Lo que equivale a preguntarse, por ejemplo,
si existe semejanza en el génesis de una pintura rupestre y un
graffiti. Las interpretaciones que se han realizado del arte
rupestre coinciden en que poseía un sentido mágico-religioso, lo
místico como respuesta a lo que no entendemos o en torno a lo cual
únicamente podemos aventurar conjeturas.
“Convocamos a todos y no
llegaron...” fue más o menos el comentario que describe la actitud
de quienes buscan espacios pero eluden el desgaste que conlleva
crearlos. Y aquí entran las papas fritas, icono de la comunicación
masiva y por tanto reflejo de la cultura de consumo en que estamos
inmersos: ya no hay que escoger las papas, ni lavarlas, ni pelarlas,
muchos menos freírlas; solo vamos a la tienda de la esquina y asunto
arreglado. Andy Warhol decía que el arte, y por ende la cultura, no
es más que lo que los espectadores consumen. Incluso conservar
tradiciones se convierte en un gran negocio: ¿quién en estas fechas
no compró al menos una veladora o un ramo de flores, disfrazó a sus
hijos, guisó para un altar o se comió una calavera de azúcar o
chocolate?
“... Luego se quejan del
escaso compromiso del gobierno” fue, más o menos también, el
colofón al comentario precedente. Y como el caballero de la
triste figura vemos lo que queremos ver y expresamos lo que
tenemos por cierto. Habrá que rescatar a la cultura de ese otro
gigante que la tiene presa y por cuyo encantamiento no puede crecer,
nos decimos. Montamos nuestro Rocinante, y con un foro en
ristre nos lanzamos a desfacer entuertos, proponiendo, se
acepta, excelentes soluciones operativas, pero sin atender
cuestiones prácticas como capacidad financiera e infraestructura
disponible, ni subjetivas, como visión, compromiso y voluntad
política de la persona a la que van dirigidas y en quien,
finalmente, depositamos la responsabilidad.
Desde luego, las
enseñanzas producto de este foro son útiles y permitirán pulir las
iniciativas que emanan de la sociedad civil organizada. El
desarrollo cultural de Tulancingo constituye un trabajo de largo
plazo. Es enamorar a una esquiva Dulcinea de Toboso.
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