Por los curveados caminos ligero se escucha el sonido
indescriptible que va creciendo conforme avanzo hacia el
pueblito, a mi alrededor el paisaje de exuberante belleza me
invita a detenerme para contemplar pero la curiosidad por
descubrir de dónde proviene ese sonido me obliga a seguir y
entrar ya en la callecita primera de San Pablito. Los rayos
del sol en su cúspide quiebran las sombras de las
construcciones y el sonido está allí, viene desde cualquier
dirección hacia donde miro… el oído reconoce la vibración de
la madera al recibir un golpe una y otra vez.
Unas piedras sobre las tablas de madera golpean la pulpa
recién extendida por las manos indígenas y su resonancia
sale de las casas por puertas y ventanas hacia las
callecitas que suben y bajan por la montaña llenando todo el
poblado, como una ceremonia donde el humo del copal se eleva
y trasciende así la acústica de ese golpeteo haciéndose uno
desde cada hogar.
La percusión ritual sobre la pulpa se convierte en el papel
amate desde tiempos prehispánicos donde los antiguos
plasmaron historia y costumbres, piel de árbol que
sacerdotes usaban en ofrendas y donde tlacuilos pintaban
coloridas tradiciones, textura que alegra la mirada y seduce
a acariciarla.
De la corteza del árbol jonote (heliocarpus
appendiculatus), especie endémica de México y
Centroamérica, hervida con cal y ceniza se prepara esa pasta
de la que emergen los pliegos de amate aplastados con una
roca plana para ponerse al sol a secar, tradición de San
Pablito, pueblo otomí enclavado en la Sierra Norte de
Puebla, en el municipio de Pahuatlán, zona donde convergen
las culturas náhuatl y otomí.
Muchas veces fui por allá fascinada con su flora y su clima
hasta que el papel ya no cupo en mi breve espacio porque,
enamorada, sí, del amate, de su textura y las diversas
tonalidades que hacen en esta nueva época, no podía dejar de
comprar cada vez que iba. Allá veía grandes camionetas de
conocidas empresas papeleras acudir a adquirirlo y en Semana
Santa a mucha gente bajar los cuarenta y tantos kilómetros
de camino serpenteado desde la carretera principal a Pahuatlán y unos cuantos más a San Pablito a pasar unos días
de caminatas por los senderos, las pozas y las cascadas.
Al igual que en muchas otras regiones del país, aquí existe
una creencia arraigada en el chamanismo y Julio Torri C. me
contaba que hacían brujería con una planta endémica cuyas
propiedades solo se conocen por allá y de las que yo nunca
tuve noticia por más que pregunté, pero
se dice que hay buenos
curanderos. La producción de café es una tradición del lugar
así como
su gastronomía en la que destacan
los tamales de cacahuate y
las hormigas chicales.
En el Pueblo Mágico de Pahuatlán lo interesante por hacer es
visitar
la Cueva del
Águila, las Grutas de Tamborillo, las Grutas de Saltillo,
el Puente Colgante, conocer los
restos arqueológicos del
cerro de Citlaltépetl, nadar en el
río, pero caminar por sus callecitas ya vale el viaje.