Tulancingo cultural tras los tules...
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Ene.2006
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MI VETA ÍNTIMA Por Linda Wurts
Acabo de entregar la llave al empleado del autolavado. Desde la minúscula recepción, observo a través del cristal de la ventana. El color rojo de mi camioneta es casi invisible, bajo las capas de lodo y polvo que trae pegadas como costras. A nadie le puedo mentir que fui a la fiesta de mi primo Juan en su rancho. Me delatan una serpentina y un globo desinflado que se quedaron en la cabina. Yo ando arrastrando las ojeras y con una sed marca diablo, busco algo para beber. Me dirijo a la máquina que vende café instantáneo y golosinas. Medio adormilado, me pongo a canturrear una canción y se la dirijo con una caravana, a la “mamacita” que está en un cartón publicitario. Una rorra que anuncia unos aditivos y que sostiene frente a su pecho, un letrero que dice: “DALE VIDA A TU MOTOR”. Por supuesto que no reparo en el producto que publicita, más bien repaso de arriba abajo las curvas de la modelo y jalo una silla. Me siento como si hubiera pasado un elefante por encima de mí.¡Ya no aguanto como antes! Eso sí, estuve haciendo mucho aspaviento de que podía comer por lo menos quince tacos de carnitas, varias chelas y unos cuantos tequilitas. Hoy mis tripas andan patinando, igual que el mequetrefe que le da un brusco acelerón a un auto azul que va llegando ... ¡Caray, se ve que no es de él! De nuevo la chica, con su coqueta sonrisa, atrae mi atención. Me hace pensar en MI MOTOR. Si al vehículo lo lavo, lo mantengo bien. ¿Qué carajos estoy haciendo con mi cuerpo? Me pregunto... ¿Qué pasaría si me preocupara por usar el mejor aceite para todo el engranaje que cada vez tiene más arrugas y produce más quejidos? Me debí quedar medio adormilado y me soñé como galán de cine, acurrucando a esa belleza entre mis manos. En eso, se abre la puerta y entra una mujer que no conozco. Mi corazón palpita, de inmediato sumo la panza y medio me incorporo. Le doy sorbos a mi café, con el deseo que se espante mi cara de desgano. ¡Está¡ regia la malvada! Girando las caderas, me avienta una mirada de reojo, como que me lanza un: “hola”. Y yo tan bruto, ni siquiera me doy fuerzas para contestarle. Ella deja un libro y algunas cosas personales sobre la silla, me hace señas con la mano y veo que se dirige al sanitario de mujeres. –Sí, claro, yo le cuido sus cosas. No se preocupe. ¡Puf! Finalmente pude decir algo. Al menos ya sabe que no soy mudito. Mi eterno guerrero conquistador interno, se alborota. Poco tiempo después, la veo que sale, jala la silla que está en el otro extremo y busca la página donde está el señalador en un libro que trae consigo. Me manda unas “gracias” con la cabeza y una sonrisa. Oculto mi rostro tras una revista. Alcanzo a ver el reflejo de su silueta en la ventana. Su espalda está tan derechita, que de inmediato corrijo la mía. Se le ve feliz, segura de s í misma. Me armo de valor y comienzo a preguntarle por la novela que está leyendo. Parece que me la mandó Diosito, porque de inmediato me empieza a hablar sobre la importancia de mantenerse en forma. Ya no tanto por presumidos, sino para por lo menos no llegar a los 50 con un montonal de achaques. Me habla sobre la importancia de seleccionar lo que comemos con los oídos, la vista y por supuesto por la boca. Seguro que notó mi cara de pendejo, porque de inmediato me aclaro: “Lo que observas, lo que escuchas y lo que metes a tu estómago, determinan lo grandioso que puedes llegar a ser”. Me habló del Ayurveda, de cómo manejar el estrés y cómo dirigir a un nivel más profundo el pensamiento, para que todos los procesos metabólicos, se lleven a cabo sin el menor esfuerzo. Dijo que había que ser precavido. Y para rematar, hizo la comparación con el motor de un auto. ¿Qué, prefieres tener un motor de BMW o de un modelo desvencijado? No, ni hablar... |
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