Freud y su interpretación
Alex Palacios G.
Hablar de sueños nos remite de
inmediato a la necesidad de comprender el fenómeno en el soñante —desde la
Antigüedad, en todas las etapas de evolución del ser humano y hasta la
actualidad— y, por ende, a la práctica de su interpretación, la cual ha
estado presente en diferentes momentos y culturas, y ha quedado de
manifiesto en escritos que al respecto se han acuñado.
Es posible encontrar vasta
bibliografía en la historia de la literatura universal; sin embargo, podemos
considerar La interpretación de los sueños, texto de Sigmund Freud publicado
en 1900, como la obra cumbre en cuanto a la explicación y desentrañamiento
del profundo y complejo fenómeno psicológico que es el soñar. A propósito
del universo literario preexistente, merece la pena recordar a un personaje
histórico que influyó en la revisión personal de Freud: Artemidoro de Daldis
(siglo II a.C.), reputado como la máxima autoridad en interpretación con
fines científicos y didácticos en la Antigüedad tardía, del que destaca su
obra Oneirocrítica.
Freud desarrolló los
principios fundantes del psicoanálisis, y su obra de interpretación onírica
fue, en sus palabras, “el más valioso de los descubrimientos que tuve la
fortuna de hacer”. Con esta aseveración inicial, se aventura a plantear la
existencia de una técnica psicológica que permite la interpretación de los
sueños; un procedimiento que ayuda a dar sentido y asignar un puesto
determinado a ese producto psíquico inconexo y ajetreado que guarda relación
con el estado emocional durante la vigilia. Es posible ubicar el origen del
libro en el periodo posterior a la muerte de su padre, acontecida en 1896, y
que ocasionó en el autor una profunda confusión que lo llevó a un estado de
ánimo depresivo por el duelo. Decidió entonces llevar a cabo un autoanálisis
a través de sus sueños y la asociación libre, aplicando el tratamiento
interpretativo a su propio material inconsciente, tal como lo haría con sus
pacientes.
Si bien la obra propone un
modelo de la mente preponderantemente psicológico, también desentraña, a
manera de introducción, los enfoques que históricamente se han dado del
fenómeno del soñar, haciendo un recorrido por los diversos tratados que le
han dedicado la religión, la filosofía y, ya de lado de la ciencia moderna,
la neurología.
Desde el punto de vista
histórico, Freud parte de cuestionar la concepción del sueño y la influencia
que tuvo en las instituciones de los pueblos primitivos, así como en su
mundo externo y en sus almas; liga esto con la apreciación y el
entendimiento generalizado que tuvo en la época clásica, en la que se
impusieron dos corrientes opuestas en la valoración de la vida onírica. Por
una parte, desde la perspectiva religiosa se acentuó la idea de que el sueño
era producto de la inspiración de los dioses, y había el convencimiento de
que, por regla general, anunciaba, a quien lo soñaba, el porvenir. En
contraposición, a partir de Aristóteles el sueño se convierte en objeto de
la psicología, tema que trata en dos de sus escritos: De divinatione per
somnum III, y De somniis, III (De los sueños y su
interpretación), y convierte el paradigma de la naturaleza divina de su
contenido por uno de índole demoniaca, esto es, que “el sueño no surge de
una revelación sobrenatural, sino que obedece a las leyes del espíritu
humano… el sueño es definido como la actividad anímica del durmiente en
cuanto duerme”.
Si bien del tratamiento que
Freud hace del tema en su obra resulta una profunda teorización, su
aplicación en la clínica tiene una importante vigencia, como da cuenta la
advertencia que el autor plantea al inicio acerca de la necesidad de saber
explicarse el origen de las imágenes oníricas en el ejercicio de la clínica
terapéutica y en su relación con otros contenidos inconscientes
sintomáticos, tales como fobias e ideas obsesivas y delirantes, pues para
ejercer sobre ellas una influencia curativa, los sueños se constituyen, como
clásicamente se ha aceptado, en “la vía regia a la interpretación del
inconsciente”, afirmación que Freud pudo hacer luego de valerse del
autoanálisis de las intimidades de su vida psíquica en tanto explorador de
la naturaleza humana y sus enigmas.
Tal ha sido el alcance de
La interpretación de los sueños que, tras más de un siglo, no ha perdido
vigencia como obra de referencia en el estudio y comprensión del sueño. El
libro, que contó con la colaboración editorial de Otto Rank, tiene gran
relevancia, y en ulteriores ediciones se incluyeron ensayos de este último.
Sus alcances se ampliaron notablemente al ser traducido al inglés en 1913
por el doctor A. A. Brill, al húngaro por S. Ferenczi y S. Hollos (1918), al
castellano por Luis López Ballesteros y de Torres (1922), al francés (1926),
al sueco (1927), así como al ruso (1913), al japonés (1930) y al checo
(1938).