Perdidos en la inmensidad de un mundo
enigmático, los seres humanos han buscado conocer y controlar su futuro
desde tiempos inmemoriales. Un camino recurrente ha sido el de la
oniromancia, entendida como el arte de interpretar los augurios que, se
piensa, están encriptados en los sueños. Tal interpretación requiere un
adecuado ritual de purificación y la mirada experta del intérprete, quien
pretende fundir el pasado, el presente y el futuro mediante una adecuada
revisión de los símbolos expresados, tanto en su carácter inmutable como en
las posibilidades humanas para modificar el tejido fatídico. Hasta nuestros
días, lo onírico inquieta a los seres humanos y los sueños suelen concebirse
como advertencias y presagios, favorables y adversos.
El sueño ha sido entendido también como un
acervo de sabiduría que se expresa a través de imágenes simbólicas. Lo
onírico irrumpe entonces como un camino inexplorado y envuelto por saberes
ancestrales que muestran lo que debe seguirse o evitarse. El acceso, sin
embargo, es tortuoso, pues los recuerdos del sueño son rápidamente
destruidos por las espadas de los guardianes oníricos y los fragmentos se
diluyen velozmente en la memoria. El sueño lúcido pierde detalles
rápidamente, pero hay estrategias que permiten inducir al sueño estable a
través de la hipnosis o el uso de sustancias psicodélicas. El trance y el
sueño, es decir, la desconexión del mundo es también la conexión con otras
dimensiones y frecuencias.
El sueño anuncia fortunas y desgracias. Tres
veces soñó el Capitán con una casa en El Cairo, una higuera y una fuente,
mensaje que fue asumido por otro, un hombre desatinado y crédulo, pero
enriquecido al seguir su sueño. Sueños que son también revelaciones, los
ángeles hacen sonar su voz de trompeta en la noche constelada de un rápido
parpadeo. En los sueños se presentan paralelamente la compensación
psicológica y los dientes arrancados que anuncian muerte. Es posible pensar
en capas de sueños, anuncios ilegibles soñados y una temporalidad alterada,
pues los sueños son breves instantes que contienen eternidad.
Pero los sueños pueden ser también pesadillas,
pasadizos secretos a nuestros más profundos temores y a los recuerdos más
angustiantes. No hay temor más grande que despertar de una pesadilla y estar
en otra. La pesadilla es la expresión de miedos arquetípicos y también el
vaticinio de sufrimiento y desesperanza. En las pesadillas, muchas veces se
experimenta la verdadera vulnerabilidad.
La aproximación psicológica no ha sido ajena a
la impresión viva que produce el simbolismo onírico. En el caso específico
de Freud, los sueños pueden ser comprendidos, científicamente, como una
“composición” fragmentaria y simbolizada de aquello que en el mundo
sensorial hemos experimentado tanto interna como externamente. Lo onírico
pierde su componente enigmático y pasa a ser la materialización de lo
vivido, de donde ha tomado sus componentes y de este modo pierde el atributo
de una independiente capacidad productiva. El sueño se convierte en un
camino para acceder a recuerdos que son privados a la vida despierta, y deja
de ser un acceso a experiencias extrasensoriales. El sueño expresa el acervo
colectivo de conocimiento humano y, en ese sentido, se convierte en un
acceso privilegiado a los intersticios entre consciente e inconsciente.
Tiene también una función compensatoria, permite ordenar los mandalas de
nuestra mente y puede convertirse en una fuente privilegiada en el
equilibrio psíquico.
Como sea, los sueños son la llama encendida
que fascina a los seres humanos y los sumerge en aguas míticas y simbólicas;
los convierte en traductores de imágenes y palabras que parecen
incongruentes, pero de las que se esperan mensajes y designios. Sueños que
permiten volar y conversar naturalmente con nuestros muertos. Sueños
misteriosos, fascinantes e inquietantes. Pesadillas y terrores
incontrolables o recuerdos dolorosos escondidos en las grutas irregulares
del inconsciente.