Al 
		hablar sobre arte, generalmente se piensa en obras de gran valor 
		estético, monetario y discursivo que se encuentran resguardadas en 
		galerías o museos, lejanas de nuestro alcance y vigiladas no solo por 
		custodios, sino por un discurso institucional que dictamina lo que es 
		arte y lo que no lo es. Hay quienes, por otro lado, pudieran pensar en 
		el concepto de arte como algo más amplio, dejando de lado reglas 
		técnicas y estéticas, y centrándose en la intención comunicativa del 
		artista. Desde esta perspectiva, se diría que todos somos artistas en 
		potencia o capaces de crear arte. Por supuesto, este enfoque se 
		encontrará con la academia y las instituciones como un muro de 
		contención que delimita esta visión e inicia una discusión interesante, 
		en la que ambas posturas tienen buenos argumentos y algo de razón.
		
		
		La segunda posición me parece un intento no solo político al cuestionar 
		una “autoridad” que, de manera casi arbitraria para el ojo inexperto, 
		autorice o desautorice al artista y sus producciones. Desde una 
		perspectiva metafísica puede ser un intento de explicar la necesidad 
		creativa del ser humano, así como la conexión que buscamos en el nivel 
		simbólico con otras mentes, con otros discursos. 
		
		
		Desde el psicoanálisis, la concepción del acto creativo va mucho más 
		allá de un mecanismo de defensa (en ocasiones, con intenciones 
		didácticas se ha abusado en las universidades del arte, como al intentar 
		explicar el fenómeno de sublimación). También creo que la relación entre 
		arte y psicoanálisis va mucho más allá del ejercicio didáctico (a veces 
		divertido o educativo; otras, burdo) de analizar “la psicodinamia” o la 
		psicopatología en películas, autores o personajes famosos.
		
		
		El psicoanálisis se centra en el caso por caso y en el discurso en 
		asociación libre que el paciente apalabra en el contexto transferencial. 
		Esto significa que lo que se analiza es algo que sucede en un momento 
		único y que termina una vez que se deja de hablar. Una peícula no 
		refleja la totalidad ni la complejidad de la psique de su director, ni 
		un cuadro devela el mundo interno del artista de manera absoluta. La 
		obra es un elemento de un discurso. En ella se cristaliza un momento 
		único, es un eslabón en una cadena mucho más grande y compleja que ira 
		cambiando y transformándose a lo largo de la vida del artista (y de 
		cualquier persona). 
		
		
		El acto creativo es una necesidad que surge en un momento específico en 
		el que se intentan tramitar emociones o eventos. Me atrevería a decir 
		que el acto creativo no solo busca encontrar y dar sentido a lo que nos 
		rodea, sino darle profundidad simbólica a la vida. “En cada hombre hay 
		un poeta y solo con el ultimo hombre morirá el último poeta”, escribió 
		Freud en 1908 en su texto El poeta y los sueños diurnos, 
		señalando también que la necesidad creativa se refleja en el juego de 
		los niños y en la fantasía del adulto.
		
		
		Retomando la propuesta freudiana y complementándola con una visión 
		basada en la obra de Donald Winnicott, la creatividad sería, entonces, 
		una capacidad que surge en un espacio mental, denominado “espacio 
		transicional”, en pequeños intervalos, entre la frustración y la 
		satisfacción, desde la primera infancia. Es en estos espacios donde 
		empezamos a pensar lo que nos hace falta, es decir, comenzamos a desear. 
		La fantasía será precedida por objetos transicionales que representan 
		los objetos reales que el bebé extraña o necesita, y los sustituirá en 
		la medida en que el aparato psíquico se establezca por representaciones 
		mentales, seguidas por fantasías donde esas representaciones interactúen 
		y con las que el niño juega. El adulto seguirá jugando (en el mejor de 
		los casos), pero marcado por la represión y las reglas sociales. 
		
		
		
		Este juego quedará reservado a un mundo más privado, su mundo interno; 
		sin embargo, la necesidad creativa se expande y permea la vida del 
		sujeto por medio del significado y la profundidad que pueda encontrar en 
		los actos cotidianos, es decir, la creatividad se traduce en vivir una 
		vida significativa, tanto en lo que hacemos (ya sea que nos dediquemos 
		al hogar o a liderar una empresa) como en la calidad de nuestras 
		relaciones. “Amar y trabajar”, como decía Freud, tiene un significado 
		más amplio, más profundo.
		
		
		El juego en la vida adulta también encuentra terreno fértil en el 
		lenguaje. Se manifiesta en figuras retoricas como la metáfora, la 
		hipérbole, la metonimia, la sinécdoque o las alegorías que le permiten 
		al hombre jugar con las palabras, reír, llorar, crear, simbolizar su 
		historia, sus alegrías, sus miedos y sus deseos. Mediante el lenguaje 
		reelaboramos la propia historia y vivimos en un mundo de profundidad y 
		riqueza simbólica.
		
		
		Además de esto, algunos tienen el gran talento y la tenacidad para 
		conjugar estos elementos y esta necesidad con una habilidad técnica que 
		les permite articular de manera genial y única sus emociones e 
		inquietudes. Los artistas son esos seres que logran evocar en nosotros 
		un sentir y nos invitan a dialogar con aquellas representaciones 
		simbólicas que han logrado plasmar en un texto, en imágenes o sonidos de 
		manera elocuente y puntual. El artista es aquel con quien podemos sentir 
		una conexión más allá de lo racional, vivir en una parte de su mundo por 
		unos minutos y sentir que nos entendemos, que compartimos algo, aunque 
		nuestras historias sean muy distintas. Nietzsche decía: “Tenemos arte 
		para no morir de la verdad”, el mundo sin arte y sin creatividad es 
		plano, automatizado, por lo tanto la necesidad creativa es inherente 
		para darle significado a la vida.
		
		
		maria.salamanc@gmail.com