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8.Abr.21

 
     
 

 

 

Arte y psicoanálisis: reflexión sobre el acto creativo

María Salamanca Pérez Manauta

 

 

 

Al hablar sobre arte, generalmente se piensa en obras de gran valor estético, monetario y discursivo que se encuentran resguardadas en galerías o museos, lejanas de nuestro alcance y vigiladas no solo por custodios, sino por un discurso institucional que dictamina lo que es arte y lo que no lo es. Hay quienes, por otro lado, pudieran pensar en el concepto de arte como algo más amplio, dejando de lado reglas técnicas y estéticas, y centrándose en la intención comunicativa del artista. Desde esta perspectiva, se diría que todos somos artistas en potencia o capaces de crear arte. Por supuesto, este enfoque se encontrará con la academia y las instituciones como un muro de contención que delimita esta visión e inicia una discusión interesante, en la que ambas posturas tienen buenos argumentos y algo de razón.

La segunda posición me parece un intento no solo político al cuestionar una “autoridad” que, de manera casi arbitraria para el ojo inexperto, autorice o desautorice al artista y sus producciones. Desde una perspectiva metafísica puede ser un intento de explicar la necesidad creativa del ser humano, así como la conexión que buscamos en el nivel simbólico con otras mentes, con otros discursos.

Desde el psicoanálisis, la concepción del acto creativo va mucho más allá de un mecanismo de defensa (en ocasiones, con intenciones didácticas se ha abusado en las universidades del arte, como al intentar explicar el fenómeno de sublimación). También creo que la relación entre arte y psicoanálisis va mucho más allá del ejercicio didáctico (a veces divertido o educativo; otras, burdo) de analizar “la psicodinamia” o la psicopatología en películas, autores o personajes famosos.

El psicoanálisis se centra en el caso por caso y en el discurso en asociación libre que el paciente apalabra en el contexto transferencial. Esto significa que lo que se analiza es algo que sucede en un momento único y que termina una vez que se deja de hablar. Una peícula no refleja la totalidad ni la complejidad de la psique de su director, ni un cuadro devela el mundo interno del artista de manera absoluta. La obra es un elemento de un discurso. En ella se cristaliza un momento único, es un eslabón en una cadena mucho más grande y compleja que ira cambiando y transformándose a lo largo de la vida del artista (y de cualquier persona).

El acto creativo es una necesidad que surge en un momento específico en el que se intentan tramitar emociones o eventos. Me atrevería a decir que el acto creativo no solo busca encontrar y dar sentido a lo que nos rodea, sino darle profundidad simbólica a la vida. “En cada hombre hay un poeta y solo con el ultimo hombre morirá el último poeta”, escribió Freud en 1908 en su texto El poeta y los sueños diurnos, señalando también que la necesidad creativa se refleja en el juego de los niños y en la fantasía del adulto.

Retomando la propuesta freudiana y complementándola con una visión basada en la obra de Donald Winnicott, la creatividad sería, entonces, una capacidad que surge en un espacio mental, denominado “espacio transicional”, en pequeños intervalos, entre la frustración y la satisfacción, desde la primera infancia. Es en estos espacios donde empezamos a pensar lo que nos hace falta, es decir, comenzamos a desear. La fantasía será precedida por objetos transicionales que representan los objetos reales que el bebé extraña o necesita, y los sustituirá en la medida en que el aparato psíquico se establezca por representaciones mentales, seguidas por fantasías donde esas representaciones interactúen y con las que el niño juega. El adulto seguirá jugando (en el mejor de los casos), pero marcado por la represión y las reglas sociales.

Este juego quedará reservado a un mundo más privado, su mundo interno; sin embargo, la necesidad creativa se expande y permea la vida del sujeto por medio del significado y la profundidad que pueda encontrar en los actos cotidianos, es decir, la creatividad se traduce en vivir una vida significativa, tanto en lo que hacemos (ya sea que nos dediquemos al hogar o a liderar una empresa) como en la calidad de nuestras relaciones. “Amar y trabajar”, como decía Freud, tiene un significado más amplio, más profundo.

El juego en la vida adulta también encuentra terreno fértil en el lenguaje. Se manifiesta en figuras retoricas como la metáfora, la hipérbole, la metonimia, la sinécdoque o las alegorías que le permiten al hombre jugar con las palabras, reír, llorar, crear, simbolizar su historia, sus alegrías, sus miedos y sus deseos. Mediante el lenguaje reelaboramos la propia historia y vivimos en un mundo de profundidad y riqueza simbólica.

Además de esto, algunos tienen el gran talento y la tenacidad para conjugar estos elementos y esta necesidad con una habilidad técnica que les permite articular de manera genial y única sus emociones e inquietudes. Los artistas son esos seres que logran evocar en nosotros un sentir y nos invitan a dialogar con aquellas representaciones simbólicas que han logrado plasmar en un texto, en imágenes o sonidos de manera elocuente y puntual. El artista es aquel con quien podemos sentir una conexión más allá de lo racional, vivir en una parte de su mundo por unos minutos y sentir que nos entendemos, que compartimos algo, aunque nuestras historias sean muy distintas. Nietzsche decía: “Tenemos arte para no morir de la verdad”, el mundo sin arte y sin creatividad es plano, automatizado, por lo tanto la necesidad creativa es inherente para darle significado a la vida.

maria.salamanc@gmail.com

 

 

 

 

 
 

 

             

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