Creación y locura en la obra de
		
		
		
		Francesca Woodman
		
		
		Dra. Ana Fabre
		 
		 
		 
		
		
		
		Francesca 
		Woodman fue un personaje inquietante y original. Esta particularidad se 
		manifiesta en sus creaciones fotográficas, en las que parece 
		enseñorearse la melancolía. Fue una ilustre fotógrafa atormentada que, 
		tras dos brotes psicóticos, un intento de suicidio fallido y el otro, 
		con el que puso fin a su vida a escasos meses de cumplir los 23 años. 
		Quedó para siempre inmortalizada a través de sus retratos. 
		
		
		La creatividad de esta mujer se manifestó con gran fuerza desde sus 
		tempranos 13 años de edad, justo con un autorretrato. La intensidad y 
		objeto de sus fotografías, lamentablemente, fueron poco entendidas en su 
		época. Su producción es extraña, contiene elementos que a veces parecen 
		ominosos. Sus obras podrían considerarse dentro del ámbito del 
		movimiento surrealista. Para muchas personas, logro crear la ilusión 
		óptica de que su cuerpo emergía de la pared, a la manera de los esclavos 
		de Miguel Angel, o surgiendo de un mueble, lo que recuerda a veces el 
		increíble universo fantasmagórico de Jean Cocteau en La Belle et la 
		Bete (1946), en esa pared de la que parecieran salir brazos 
		sosteniendo una suerte de antorchas que la alumbran. Así, Francesca 
		Woodman aparece con un toque de irrealidad y magia en sus maravillosas 
		composiciones.
		
		
		Quiero destacar el video en el que escribe su nombre, Francesca, sobre 
		una suerte de papel que ella misma va desgarrando y del que emerge su 
		cuerpo desnudo. Ese Cuerpo luce en algunos parajes que parecen 
		abandonados y deteriorados; paredes rotas, pisos cuarteados, tal vez 
		como la propia Francesca se sentía. No puedo evitar pensar en la foto 
		terrible que ilustra el brote psicótico del personaje de Repulsion 
		(Polanski, 1965), cuando al ir caminando sobre la acera, esta se abre, 
		justo en el momento en que Catherine Deneuve es ya presa del delirio y 
		la persecución psicótica.
		
		
		Scott Willis, director que llevo a la pantalla grande aspectos de la 
		vida de Francesca y su familia, y que tuvo acceso a sus diarios, 
		menciona como poco a poco ella empezo a dejar ver sus grietas a traves 
		de las drogas y los desamores en The Woodmans (2010).
		
		
		El ejercicio del autorretrato ayuda a Woodmana duplicarse para verse a 
		sí misma en tercera persona. La fotógrafa estaba completamente inmersa 
		en ese juego, camuflándose, tapándose la cara, eliminando la nitidez de 
		su imagen. Con ello deducimos que Francesca jugaba a ver, a verse y, 
		asimismo, a desaparecer detrás de los objetos que facilitan la 
		composición fotográfica. En algunas fotos es difícil identificar donde 
		esta Francesca y que hace. Se le ve emerger de un armario con diversos 
		estantes en los que hay animales disecados y, en uno de los huecos, se 
		esconde a medias una figura encogida, ella misma. 
		
		
		Los espacios en los que se fotografiaba gritaban ausencias, casas 
		deshabitadas, lugares abandonados. Resulta evidente que ahí no vivía 
		nadie. Salones con chimeneas en las que evidentemente no se prendía un 
		fuego, hogares en los que nadie se sentaba a convivir ni a calentarse; 
		paredes descarapeladas y techos en los que se ha filtrado la humedad, 
		alacenas vacías, espejos cuya opacidad impide devolver la imagen. Para 
		algunos críticos, en sus fotos había más introspección que narcisismo.
		
		
		Su obra se engloba entre las de artistas de la vanguardia feminista de 
		la década de 1970 que dieron un giro a la imagen que hasta entonces se 
		tenía de la mujer.
		
		
		Existe un video en el que se la ve entrar en una habitación despojada en 
		la que solo hay una silla y, junto a ella, una jarra de latón. Se quita 
		el vestido delante de la cámara inmóvil, se quita las zapatillas, los 
		calcetines altos. Se queda desnuda y se pone de pie. Con la jarra, se 
		echa por la cabeza harina —que recogió tras el choque de un camión que 
		la transportaba—, y se baña con ella. Se tiende en el suelo. Se recuesta 
		de lado sobre las tablas desnudas. Se levanta y en el suelo queda el 
		vago contorno de su cuerpo, casi ominoso, como la silueta de un cadáver 
		que dibujan los forenses en la escena de un crimen.
		
		
		Visto y no visto. Aparición y desaparición. Con esto podemos concluir 
		que lo que revela la fotografía como ningún otro medio es nuestra 
		condición de fantasmas. 
		
		
		Luego de su primer intento de suicidio, en una carta a una amiga 
		escribió las siguientes palabras: “Mi vida en este punto es como un 
		sedimento muy viejo en una taza de café y preferiría morir joven dejando 
		varias realizaciones… en vez de ir borrando atropelladamente todas estas 
		cosas delicadas…”
		 
		 
	 
	 
		
		
		anafabre@hotmail.com