Fuegos artificiales en
nuestro cerebro
David Arroyo Guillén
Fuegos
artificiales en nuestro cerebro …”, así es como muchos neurocientíficos
en distintas publicaciones, reportajes y entrevistas describen lo que
pasa en nuestro cerebro cuando la música está presente y nuestro cerebro
la capta, pero ¿por qué fuegos artificiales? Esta expresión tiene su
origen en que hoy en día contamos con tecnología de vanguardia que nos
permite ver en tiempo real las áreas que se activan en nuestro órgano
rector bajo diferentes estímulos, conductas, situaciones, procesos
cognitivos, etc. Esta actividad se representa por medio de colores que
aparecen y desaparecen con diferentes tonos e intensidades sobre una
imagen real o representativa de nuestro cerebro, dependiendo del tipo de
actividad que se está llevando a cabo a nivel celular en un área
determinada en un momento determinado de nuestra corteza cerebral. Los
dos estudios más utilizados hoy en día para estos fines son la
electroencefalografía cuantitativa y la resonancia magnética funcional
y, por medio de ellos, nosotros podemos ver “en directo” qué áreas están
activas y de qué manera cuando, por ejemplo, estamos abriendo o cerrando
los ojos, moviéndonos, leyendo, poniendo atención sintiendo,
percibiendo, en fin, cuando hacemos absolutamente cualquier cosa, y
también cuando dejamos de hacerlo. Partiendo de ese punto, dependiendo
de la complejidad de la acción, del proceso cognitivo o del estímulo,
vamos a ver en menor o mayor medida distintas áreas del cerebro
activarse de manera delimitada y su interacción con otras áreas
cerebrales involucradas.
Una vez que se entiende lo anterior, podemos imaginar que cuando se
estudia la actividad cerebral con estas herramientas bajo el estímulo
musical, múltiples áreas de la corteza cerebral se “iluminan”
intensamente de manera pocas veces comparable con otro tipo de
estímulos, y, cuando lo vemos en las pantallas, esta iluminación se
asemeja a fuegos artificiales en el cielo… pero, ¿por qué es así? Vamos
por partes.
En primer lugar, la música como estímulo es muy complejo, y desde el
análisis de su definición y de sus componentes nos percatamos de ello.
La música, a grandes rasgos, se define como “el arte de combinar los
sonidos en una secuencia temporal atendiendo a las leyes de la armonía,
la melodía y el ritmo”, y ya de inicio se ven todos los tipos de
procesos cognitivos que se involucran. Entre ellos se encuentran el
análisis del tiempo, pensamiento creativo, nociones estéticas (algo muy
particular en cada persona, según sus gustos musicales) y éstos se dan
de manera casi simultánea. Posteriormente, si se analizan sus
componentes formales, se encuentra el ritmo, la melodía, la armonía y
los matices y, al parecer —de acuerdo con lo que la evidencia científica
nos dice hoy en día—, el cerebro “descompone” la música en dichos
elementos y distintas áreas cerebrales los procesan de manera dinámica
un tanto independiente para luego volver a integrarlos como un todo casi
de manera instantánea. Pero para esto nos brincamos un punto muy
importante que es el cómo es que llega la música a nuestro cerebro.
De entrada, este camino se inicia en el tímpano al vibrar y convertir
dichas vibraciones en información que viaja por las vías nerviosas hasta
el tallo cerebral por el mesencéfalo hasta el tálamo que, a su vez,
manda la información a la corteza cerebral auditiva que se encuentra en
el lóbulo temporal. No se queda ahí la cosa, desde el lóbulo temporal la
música activa, de la misma manera, los lóbulos frontal y parietal, que
es donde empieza ya de manera más formal el análisis mencionado, ya que
se envía al giro del cíngulo y a una zona cerebral conocida como ínsula.
Posteriormente se proyecta al hipocampo, y con eso se involucran
finalmente recuerdos y una asociación emocional para cumplir por fin su
cometido como expresión artística, es decir, consigue la finalidad
estética y también comunicativa de la expresión de ideas, emociones y,
en general, de una visión del mundo determinada.
¿Y todo eso en que se traduce? ¿Qué efectos tiene la música? Una vez
más, la evidencia científica dice que esta activación tiene
consecuencias muy diversas en nuestro cerebro. Por ejemplo, en el
espectro positivo se menciona que tal vez la música no nos haga mas
inteligentes, pero sí que puede incrementar la memoria, la capacidad de
aprender y la atención (claro, cuando la música no se vuelve en sí misma
un obstáculo distractor). De la misma manera, tiene potencialidad para
incrementar la motivación, reducir el cansancio, ayudar a disminuir el
dolor, la depresión y la ansiedad, incluso hasta el punto de auxiliar,
en ocasiones, en el control de un ataque de pánico.
Posee funciones que nos auxilian a modular o acentuar emociones y hasta
la capacidad de cambiar nuestro estado de ánimo. También se han
encontrado grandes beneficios en los factores regulatorios del sistema
nervioso autónomo, aunque cabe mencionar que lo anterior depende de que
sea música que vaya en sintonía con nuestros gustos musicales y con la
asociación de dicha música a experiencias agradables o satisfactorias.
Por el contrario, cuando la música no nos gusta o cuando se encuentra
asociada a experiencias no agradables, podemos generar el efecto
opuesto, lo que incluye la desregulación conductual, modulación
deficiente y desadaptativa de las emociones, uso incompleto de funciones
cognitivas y hasta la alteración inadecuada de funciones fisiológicas,
como ritmo respiratorio y actividad cardiaca.
En fin, se dice que la música es la expresión artística más accesible y
democrática que hay, pues está al alcance de todos, y todos podemos
participar de ella incluso cantando, chiflando o simplemente llevando el
ritmo, pero lo escrito en este pequeño ensayo no alcanza a definir la su
trascendencia en la historia humana y en nuestra historia particular, ya
que todos tenemos un soundtrack de nuestra vida. Y sí, la música
en realidad es un conjunto de fuegos artificiales que recorren no solo
el cerebro, sino todo el cuerpo.
Correo: d.arroyo@mindneurocenter.com