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20.Nov.21 |
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La danza, una mirada con aroma psicológico
1ª Parte
Dr. Edgar C. Díaz Franco
La psicología y la danza son dos disciplinas prestigiosas, y entre si son
viejas conocidas que han llegado a ligarse íntimamente beneficiándose de
manera mutua, al grado de no saber cuál le debe más a la otra. Lo que es
indudable es que la danza ha acompañado al ser humano desde su aparición
en la tierra y ha favorecido su desarrollo, en particular porque es un
lenguaje que le facilita expresarse y, con ello, comprenderse mejor en
su Psicología. Presento una visión particular de este vaivén entre
disciplinas.
De la danza a la psicología
Para este escrito será de utilidad decir, desde ahora, que la noción de
danza con la que reflexiono es de carácter general. Con esto me refiero
al uso habitual de la palabra para incluir actividades que, por su
función, origen, contextos y usos, también están relacionadas con el
movimiento y que pudieran considerarse danzas.
Las respuestas comunes a la pregunta básica de por qué los seres humanos
bailan nos orientan sobre esta noción: como forma primaria de
comunicación, para hacer catarsis, por impulso innato, para funciones
rituales, expresivas, para socializar o para dar un espectáculo.
Hay actividades humanas que más o menos se aproximan a estas razones.
Por ejemplo, las ceremonias masivas con que se inauguran o clausuran los
grandes eventos (olimpiadas, campeonatos de futbol), u otros no tan
masivos, como las competencias deportivas (natación, gimnasia, lucha
libre) o las exhibiciones de habilidades como el malabarismo y la
acrobacia. En su práctica están presentes elementos comunes a la danza,
como el ritmo, la coreografía e incluso la interpretación.
Por otra parte, tenemos actividades aún mas colindantes con la danza,
como la pantomima, la gimnasia rítmica o artística, el patinaje sobre
hielo, los espectáculos visuales sobre cuerpos humanos y las inmensas
formas de expresión corporal empleadas en el arte teatral. En este
acercamiento mas íntimo, no es fácil establecer la frontera entre la
danza y otras formas de danza. En todo caso, ante la presencia de un
acto creativo o la práctica excelsa de una actividad, poco debería
importar cómo se le llame. Lo relevante será que, como parte de una
expresión humana, ese algo ocurra. En conclusión, podemos decir que hay
elementos esenciales que aparecen en nuestra noción de danza: el cuerpo
humano con su capacidad de movimiento, una finalidad o acto creativo, la
expresión o interpretación y un espectador, alguien que observa en
comunión.
La danza es una disciplina ligada a la historia de la humanidad. Ya era
tan importante en la época de los griegos, que al teatro se le llamó
“danza hablada. Sea del tipo que sea, lleva en sí la expresión de
sentimientos, y a través de ella los principales estados afectivos
—alegría, miedo, coraje y tristeza— han sido representados con diversos
matices creativos, pudiendo ser reconocidos en casi cualquier tipo de
danza: clásica, contemporánea, española, flamenca, folclórica, urbana,
latina, etc. Quizá la diferencia radique en las categorías estéticas con
las que se observa, y esto será tarea de os propios teóricos de la
danza, quienes nos llevarán a entender algo tan complejo como qué es
exactamente danza y qué no lo es. Resulta un reto reflexionar sobre lo
que la danza ha aportado al ser humano y, por ende, a su psicología,
tema que sin lugar a duda ha sido relevante en una época en que el arte
en general y la danza en particular no han gozado de condiciones
óptimas, salvo excepciones, para su pleno desarrollo. No obstante, sigue
vigente la necesidad del arte para avanzar en nuestra comprensión como
seres humanos. Nos motiva transmitir al lector argumentos para que
advierta la necesidad de acercarse a la danza como expresión artística,
o bien al baile, su forma más social, como recurso de desarrollo humano.
Más aun, nos interesa resaltar el elemento esencial de toda actividad
humana: el movimiento.
Son varias las disciplinas científicas que señalan los múltiples
beneficios obtenidos mediante el movimiento. Prueba de ello es el
fortalecimiento cardiovascular, o el desarrollo cognitivo que mejora la
atención, la orientación espacial, la memoria, la función ejecutiva, la
organización temporal, el control inhibitorio, el tiempo de reacción, e
incluso cambios funcionales en las estructuras cerebrales responsables
del movimiento. De hecho, es bien conocida la relación entre movimiento
y adquisición del lenguaje, incluso clínicamente se ha propuesto una
reeducación, en algunos problemas mentales, a través del movimiento. Así
surgió, hace ya muchos años, la psicodanza. Todos estas aportaciones
ayudarán al desempeño de áreas importantes para los
individuos, como el rendimiento académico, laboral, relacional,
etcétera.
Las
teorías psicológicas que abordan el crecimiento y el desarrollo de la
persona dejan en claro la importancia de la motricidad en la
configuración del psiquismo humano, de la subjetividad. En la
psicomotricidad, el control del propio cuerpo es la base para desplegar
las posibilidades de acción y expresión que a cada uno le sean posibles,
dependiendo de la estimulación y educación con que haya sido criado.
Aunque la capacidad de movimiento que se va adquiriendo desde el
nacimiento difícilmente puede ser definido como danza en el sentido de
expresión artística, sí podemos decir que el movimiento humano, más allá
de facilitar su desplazamiento (gatear, caminar, correr, saltar, trepar)
y el dominio del ambiente, siempre es expresivo en cada intento y meta
que se consigue.
Para
cualquier persona los actos más complejos de su movimiento son resultado
del aprendizaje adquirido desde la cuna, pues dan cuenta de su
maduración musculoesquelética. Además, la diversidad motora lograda
contribuye al desarrollo del sistema nervioso, y poco a poco aparece la
motricidad más fina, lo que permite al niño en formación el dominio de
su cuerpo y le genera una sensación de seguridad y poder. En segundo
lugar, le proporciona un repertorio amplio de movimientos y de conductas
complejas y el control del ambiente, es decir, la capacidad motriz
favorece la relación del individuo con el exterior. En pocas palabras,
si por cualquier razón el niño no tiene la posibilidad de moverse lo
suficiente, difícilmente podrá adquirir seguridad personal, sensación de
poder y capacidad de relacionarse. Moverse debería ser un derecho humano
garantizado desde el nacimiento.
El
movimiento favorece la asimilación de las experiencias adquiridas de
manera individual a lo largo de la vida y crea la base de las relaciones
intra e interpersonales. En el terreno intrapsíquico, en capacidad y
repertorio, lleva al sujeto a incorporar su esquema corporal para que
sea capaz de forjar representaciones mentales de sí mismo y, por lo
tanto, de su autoconcepto, con lo que puede evocar o configurar nuevos
movimientos que se desligan de una acción directa o inmediata de
desplazamiento; son de carácter expresivo o deliberado e implican una
comunicación no verbal con la que el sujeto explicita su intención
psicológica, por ejemplo, dar brincos de alegría, echar miradas que
matan o mostrar diferentes expresiones de sensualidad a través del modo
de comer, vestirse o bailar. Estos últimos movimientos, configurados en
lo intrapsíquico a partir de una representación mental, son, en última
instancia, los más próximos a la expresión artística, pues, cuando una
persona logra visualizarse a sí misma, es capaz de modelar, con su
cuerpo, movimientos novedosos que evocan su experiencia y comunican su
intención, incluso inconsciente.
La
diferencia respecto a la danza es que la expresión será estrictamente
artística. Así, por ejemplo, un bailarín poseedor de esquemas mentales
propios o proporcionados por un coreógrafo, y de un cuerpo capaz de
movimientos sofisticados, creará en escena una sucesión de pasos, ritmos
y emociones con los que se relacionará con otros bailarines en el
espacio escénico y, desde luego, se comunicará con el público que lo
observa, de tal suerte que tanto el hombre común como el bailarín
establecerán relaciones interpersonales a partir de la activación de
esas representaciones intrapsíquicas corporales. La danza emula de
manera artística la vida cotidiana porque es un arte que utiliza lo
sensoriomotor, es decir, presta atención interna al cuerpo en movimiento
y emplea sus sensaciones para expresarse, relacionarse y comunicarse a
través de los gestos y movimientos en un escenario. En la vida cotidiana
obtenemos información personal acerca de nuestros sentimientos,
conflictos y angustias a partir del movimiento corporal e incluso de la
sola postura, por eso no es azaroso que en una valoración clínica se
observe la motricidad y la conducta como parte del examen mental. Una
persona común, en la medida en que desarrolle su capacidad de movimiento
y la comprensión de éste, también podrá mejorar su capacidad de
expresión. Desde el punto de vista psicológico, el movimiento contribuye
de manera sustancial al desarrollo cognitivo y de la personalidad, pues
en la base hay un yo físico, un yo corporal que es advertido desde esa
conciencia primaria del yo-no yo como proceso de separación e
individuación. Los niños que dominan el uso de su cuerpo aprenden los
elementos del mundo externo relacionándose con ellos, pues su cuerpo es
capaz de un inmenso registro perceptivo tanto del mundo interno como del
externo, con lo que configura su subjetividad y con ella interpretará el
mundo. Los niños que formalmente se mueven, es decir, que bailan,
practican gimnasia, atletismo, natación o cualquier actividad que
incluya el movimiento, llegarán a las máximas expresiones a través del
cuerpo, justo por su representación mental del mismo, esta capacidad
expresiva mediante le dará ese acento singular a su personalidad.
Debería ser práctica común y generalizada incluir en todas las etapas de
la vida, no solo en el periodo de crecimiento y desarrollo, una
actividad cotidiana física, pues aparte de que es estimulante y mantiene
en buen funcionamiento a lo largo de la vida, en la vejez es un factor
protector del deterioro tanto físico como mental.
Si la
actividad física se combina con elementos artísticos, y en particular
con la música, puede emerger la magia de la danza, quizás a través del
baile. Es posible que no todos dancemos de manera espontánea, pues se
requiere práctica y técnica para garantizar su emergencia. Queda claro
que la danza incluye al baile, pero que va mucho más allá de él, aunque
estén directamente relacionados. Mientras la primera implica cubrir las
características estéticas con las que se le evalúa, el baile es
expresivo, es espontáneo e inmediato. En última instancia podemos
entender el baile como un medio para experimentar el cuerpo e
interactuar con otros. La danza, el baile, proveen de bienestar
psicológico y social a los bailarines, profesionales y personas comunes,
pues provee la sensación de autodeterminación y favorece la imagen
corporal, la autoestima, la motivación. El baile, además de recurso
artístico, es una forma de expresión cultural, religiosa, social e,
incluso, de salud; es decir, como manifestación de la danza ha estado
más cerca de las personas en general. Por fortuna, pocos se habrán
“escapado” de bailar, por lo que casi todos hemos sentido, en algún
momento, instantáneamente, bienestar físico, psicológico y social al
hacerlo. El movimiento es el elemento esencial tanto para la creación
artística como para el desarrollo psicomotor. Al entender su importancia
se comprenderá con mayor facilidad la relevancia de la danza en el
psiquismo del ser humano, del mismo modo que trabajar el movimiento
desde el enfoque psicológico —conociendo y siendo conscientes de los
beneficios y la repercusión de quien lo practica— puede ser una
herramienta de éxito que ayude a optimizar el crecimiento.
Sin duda,
la danza ha aportado más al ser humano de lo que nos hemos dado cuenta,
y si esta generosidad está vigente, ¿por qué nos olvidamos de bailar?
Dr. Edgar C. Díaz
Franco
edgardiazfranco@yahoo.com
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