De
la psicología a la danza
La
nitidez con que la psicología contribuye al desarrollo de la danza como
disciplina artística es más clara en épocas recientes, pues, aunque
intuitivamente siempre han estado ligadas, aun se sigue reflexionando
sobre la formalización del ingreso de la psicología como instrumento
pedagógico en las escuelas de danza.
En
la formación dancística intervienen los profesores, cuya formación
pedagógica, en gran parte, tiene que ver con su experiencia como
bailarines y con el recuerdo de aquellos profesores que les enseñaron.
Además, poco a poco se han incorporado profesionales de otras
disciplinas, como pedagogos, médicos especialistas y psicólogos.
Es
claro que contar con un servicio de atención psicológica como parte del
equipo multidisciplinario que trabaja en la formación del bailarín
siempre implica una ventaja y una ayuda real. Las intervenciones
psicoterapéuticas han sido una herramienta para ayudar al desarrollo
personal del ser humano en cualquier disciplina y, desde el punto de
vista de la intervención clínica, es indiscutible que la psicología
puede beneficiar a toda la comunidad dancística: profesores, alumnos en
formación y a los ya profesionales.
Aunque cada vez más se reconoce que las escuelas de danza deben contar
con un servicio de apoyo psicológico que realice valoraciones, es
necesario que se contemple, además de la mera detección clínica de
alteraciones en la salud mental, una valoración psicológica a todos los
involucrados en la danza, en particular a los alumnos en formación, con
la intención de describir en cada uno los recursos psicológicos que
poseen para contribuir a su crecimiento y desarrollo artístico; sería no
solo favorable, sino necesario que cada bailarín profesional contara con
esta valoración.
Por otra parte, para los profesores de danza, la psicología puede ser
una herramienta poderosa, pues tener conocimientos solidos en la materia
les permitiría incrementar positivamente la Influencia motivacional en
su alumnado, además de brindarles un marco conceptual que les ayude a
comprender la forma particular de pensar, sentir, actuar y moverse de
sus alumnos y en sus grupos, con lo que podría realizar las adecuaciones
individuales y colectivas pertinentes en el planteamiento pedagógico de
su disciplina al optimizar el aprendizaje y el rendimiento. La tradición
docente en la danza ha demostrado con creces su éxito en la formación de
bailarines. No obstante, considero que la formación pedagógica en la
enseñanza de la danza puede complementarse con la capacitación
psicológica a los profesores para que identifiquen y evalúen los
recursos de los bailarines y así ayudar a restablecer a aquellos que
pudieran haber quedado mermados, a desarrollar nuevos y a fortalecer los
que naturalmente poseen.
La
psicología puede contribuir al desempeño óptimo tanto de los bailarines
como de sus profesores y no solo vigilar su salud mental, pues los
beneficios de bailar para quienes se dedican a la danza profesional
pueden verse disminuidos al estar sometidos a enormes presiones y
demandas estéticas que pueden generarles inseguridad. Además, se da por
hecho que el bailarín tiene una corta vida profesional, aunada al riesgo
real de lesiones o enfermedades que podrían suspender, parcial o
totalmente, su actividad.
Si
uno de los objetivos principales de la psicología es el óptimo
desarrollo del ser humano reflejado en una vivencia subjetiva de
bienestar, en el campo artístico debería ser preponderante, y en la
danza se debe caminar en esa dirección. Definitivamente la psicología
ayuda a garantizar al bailarín —que debe responder a los altos
requerimientos de la profesión— recursos de afrontamiento que favorezcan
la capacidad adaptativa en las producciones artísticas y logren el
máximo desarrollo de su persona.
He
señalado las bondades de la práctica de la danza en el ser humano, pero
como profesión no necesariamente lleva al bienestar, porque las
exigencias provocan en el bailarín estados de desconfianza personal,
miedo e insatisfacción que no coinciden con el planteamiento de que la
danza por si misma lleva al bienestar psicológico. Por eso resalto la
importancia de un trabajo psicológico en los bailarines, no solo desde
el punto de vista deportivo como una herramienta para trabajar aspectos
motivacionales, creativos, de distensión, relajación corporal,
autocontrol y autoconfianza, sino también desde lo clínico y de la salud
mental. El bailarín debe estar consciente de sus capacidades para
enfrentar las tensiones de su profesión y trabajar de forma fructífera,
para alcanzar un desarrollo integral. Con esto quizá la psicología
saldaría la cuenta pendiente que tiene con la danza en compensación que
lo que esta ha aportado al ser humano.
Para muestra basta un botón
Esta no es una historia clínica, es una anécdota. Conocí a un muchacho
que, en la década de 1980, ingreso a la Universidad Nacional Autónoma de
México y había vivido un periodo adolescente conflictivo que inicio
nueve años antes con un cambio radical en su vida: de una casa familiar
grande a un departamento pequeño por el divorcio dificultoso entre sus
padres, seguido de una interminable serie de conductas erráticas tanto
de los adultos que le rodeaban como de el mismo, situación que
desencadeno fluctuaciones del estado de ánimo y ansiedades con múltiples
repercusiones que le causaron malestar. No obstante, a decir de él,
tuvo, por anos, una ardua búsqueda del porqué de su vida. Busco a Dios,
a su familia, el alcohol, la riña, y no encontró repuesta ni consuelo.
Al
conocer la historia, verdaderamente no sé cómo no le paso nada más que
su inmenso sufrimiento crónico, que no es un mal menor. Algo que
paralelamente ocurrió en esa misma época fue que le acompañó el
movimiento.
Fueron dos eventos consecutivos; el primero, casi por casualidad, es que
se inscribió a clases de gimnasia olímpica sin saber qué era eso, a
propósito de la inauguración de un centro social y popular cercano a su
casa. Quizás en esa época paso del entretenimiento a la percepción de
seguridad que le dio el movimiento, concretamente a la sensación física
poder hacer, más la sensación de controlar su cuerpo. En segundo lugar,
ya en plena adolescencia, lo encontró el amor, y con él la fortuna de la
danza (contemporánea y clásica), en una época en que sus conocidos
machistas consideraban que quien estudiaba danza tenía problemas de
identidad psicosexual (para decirlo bonito). Así, la danza fue siempre
un secreto y una actividad clandestina. No sé cómo ocultó el estudio
formal durante dos años en la Escuela Nacional de Danza. Ahí vino la
música y la música en vivo, vino la pasión y con ella la percepción de
cosas bellas, mágicas, bonitas. No saltaba, volaba; no bailaba, se movía
con ritmo; no se cansaba, se relajaba. También hubo teatro, y con él la
expresión corporal, que fue su última actividad de movimiento que lo
acompañó hasta poco tiempo después de egresar de la universidad.
La
gimnasia culmino con un primer lugar general de un campeonato
universitario para no clasificados; la danza la abandono, pues por el
ambiente disfuncional hubo que vivir solo y empezar a trabajar; el
teatro acabo en una función de un Festival Cervantino y también terminó
el primer trabajo remunerado por honorarios.
Del factor protector que el movimiento le proporcionó, nada supo, sino
mucho tiempo después, cuando, en una sesión psicoanalítica de grupo, la
terapeuta le dijo: “.Se ha preguntado usted por qué no terminó como
alguno de los amigos con quienes había compartido aventuras?”.
El
muchacho estudió lo que tenía que estudiar, se convirtió en profesor
universitario, clínico e investigador, y con nostalgia ha referido
haberse alejado de la danza. Hoy es quien firma este trabajo.
Dr. Edgar C. Díaz
Franco
edgardiazfranco@yahoo.com